Capítulo 12

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Sentía como si cada parte de mi cuerpo pesara toneladas, como si hubiera estado sumergida en un abismo oscuro y densamente enquistado en la quietud. Al abrir los ojos, el mundo era un caos de sombras y borrones, una pesadilla que se retorcía en mi mente confundida. Luché contra la oscuridad que me rodeaba, tratando de encontrar un sentido en aquel desorden visual. Mis dedos se aferraban al colchón, buscando algo sólido que confirmara mi existencia.

La habitación estaba sumida en una penumbra opresiva, apenas iluminada por la tenue luz que se filtraba por las cortinas entreabiertas. Mis músculos protestaban con cada movimiento, como si hubieran sido sometidos a un esfuerzo sobrehumano. Con un esfuerzo titánico, logré incorporarme sobre mis codos, sintiendo el peso del cansancio aplastarme contra la cama. Mis brazos ardían con una sensación extraña, como si hubieran sido sometidos a una prueba de fuego, pero no había heridas ni vendas que explicaran tal sensación.

Sin embargo, lo que más me sorprendió fue ver a Narael durmiendo en una silla al lado de mi cama, su rostro contraído por el cansancio y la preocupación. Las ojeras bajo sus ojos ámbar hablaban de noches sin dormir, de un agotamiento profundo que se reflejaba en cada línea de su rostro. Antes de que pudiera procesar completamente la escena, sus ojos se abrieron de golpe, encontrándose con los míos en un momento de sorpresa y alivio.

—Mi Verella. — Su voz resonó en la habitación, llena de emoción contenida mientras me rodeaba con sus brazos y tomaba mis mejillas entre sus manos. — Gracias, Livy, por no quitármela. Gracias.

Su voz temblaba ligeramente, cargada de un peso emocional que me dejó sin aliento. ¿Qué había sucedido? ¿Por qué estaba aquí, en esta habitación oscura y silenciosa?

—Narael, estoy bien. ¿Qué hago aquí? — Murmuré, mi voz áspera y desgarrada por el desuso.

—Verella, te desmayaste durante la presentación. Sazor te trajo aquí en brazos... No podía dejarte en la enfermería, ni siquiera por un momento. — La preocupación en su voz era palpable, como si temiera perderme de nuevo en la oscuridad.

—Recuerdo algo... Debo volver a mi sala y decirles que estoy bien. — Intenté moverme, pero la mano firme de Narael sobre mis muslos me detuvo en seco.

—Alma, has estado inconsciente durante una semana. Es de madrugada, y si es necesario, te ataré a esta cama para que te quedes quieta. — Su tono era firme, pero resonaba con una nota de súplica desesperada. Narael, uno de los jinetes más temidos de Rosea, estaba suplicándome. En otras circunstancias, su invitación habría despertado un torbellino de emociones en mi interior, pero ahora, el pensamiento de haber perdido tanto tiempo me hacía sentir náuseas y desesperación.

—¿Una semana...? — Mi voz se desvaneció en un susurro ahogado mientras procesaba la impactante revelación. Una semana entera perdida en la oscuridad, mientras el mundo seguía girando sin mí.

Narael me ayudó a levantarme, y las verdaderas secuelas de mi semana en cama se hicieron evidentes. Mi piel estaba pálida, casi translúcida bajo la tenue luz de la habitación, y sentía un frío penetrante que parecía calar hasta los huesos. Un sabor amargo se aferraba a mi boca, y apenas tenía fuerzas para mantenerme en pie. Me apoyé en Narael, sintiendo una mezcla de gratitud y frustración mientras él me conducía hacia el cuarto de baño. En ese momento, estaba en mi punto más débil, y odiaba cada momento de esa sensación de impotencia.

Narael me ayudó a limpiar mi rostro con cuidado, sus manos hábiles moviéndose con ternura mientras cepillaba mi cabello enredado. Cada caricia fugaz en mi rostro era un bálsamo para mi alma cansada, un recordatorio de que no estaba sola en este mundo oscuro y caótico.

—Estás conmigo, Verella. Siento no haber estado allí cuando te necesitabas. — Su voz resonaba con un matiz de arrepentimiento, como si se culpase por no haber estado presente en mi momento de necesidad.

—Xena estaba allí, es casi como tenerte a ti pero más dócil. — Intenté bromear, deseando aliviar la tensión que parecía pesar sobre nosotros. Su risa suave me tranquilizó, devolviendo un destello de normalidad a nuestra conversación.

—Eso lo dices porque solo me escuchas a mí y no a él. — Su tono era amargo, y sus dedos continuaban acariciando mi cabello con delicadeza. Me estremecí ligeramente ante su contacto, sintiendo un cosquilleo en el estómago que me recordaba lo mucho que había echado de menos su presencia.

—¿Dónde estabas? — Mi voz temblaba ligeramente, llena de preocupación por su seguridad. Mis manos se aferraban a su espalda con fuerza, buscando algún tipo de ancla en medio de la confusión que nos rodeaba.

—En los almacenes, buscando un lazo de repuesto por si acaso. — Su respuesta fue breve, pero su expresión revelaba más de lo que estaba dispuesto a decir en palabras. Sabía que había descubierto algo más durante su búsqueda, algo que estaba relacionado con mi situación.

—Necesito saber lo que has visto. — Mi tono era firme, determinado a descubrir la verdad detrás de todo este misterio. Pero la mirada preocupada en los ojos de Narael me hizo titubear por un momento.

—Lo sé, pero ahora debes descansar. Mañana comienza la Semana de Fuego, y no puedo permitir que estés débil, Verella. No sé qué pasó en el valle, pero fue algo grave. — Sus ojos se encontraron con los míos, su mirada penetrante perforando mi alma con una intensidad que me dejó sin aliento. Sus dedos apretaron mi cintura con suavidad, como si tratara de aferrarse a algo tangible en medio de la incertidumbre que nos rodeaba.

Otro día, habría insistido en obtener respuestas, habría amenazado e incluso manipulado para obtener la verdad. Pero en este momento, me sentía vulnerable y agotada, incapaz de enfrentar la tormenta de emociones que amenazaba con arrastrarme. La forma en que Narael me llevó a su cama, besando mi frente y acurrucándome contra su pecho, me recordó lo mucho que había pasado conmigo durante esta semana perdida en la oscuridad.

No merecía su bondad ni su preocupación, no después de todo lo que mi familia había hecho para destruirlo. Sin embargo, sus besos me aterraban y me reconfortaban al mismo tiempo, creando un torbellino de emociones contradictorias en mi interior.

Ahora, solo podía esperar y desear tener la fuerza suficiente para enfrentar los desafíos que nos esperaban en la Semana de Fuego. No había marcha atrás, no había lugar para la debilidad en este mundo implacable donde cada paso podía significar la diferencia entre la vida y la muerte. Era una batalla por la supervivencia, y estaba decidida a luchar con todas mis fuerzas hasta el final.

Mis pensamientos se volvieron hacia el futuro, hacia la incertidumbre que me aguardaba. Sabía que ahora tenía menos tiempo que el resto para vincularme a un dragón, para encontrar mi lugar en este mundo implacable y lleno de peligros. Pero también sabía que no podía permitirme rendirme, no podía dejarme vencer por el miedo y la confusión que amenazaban con consumirme.

Respiré hondo, tratando de encontrar la fuerza para enfrentar lo que sea que el destino tuviera reservado para mí. Sabía que no estaría sola, que Narael estaría a mi lado, dispuesto a luchar a mi lado contra cualquier adversidad que se interpusiera en nuestro camino.

A pesar de la oscuridad que me rodeaba, una chispa de determinación brillaba en lo más profundo de mi ser. No importaba cuán oscuro fuera el camino que tenía por delante, estaba decidida a enfrentarlo con valentía y determinación. Porque aunque no sabía qué había pasado en esa semana perdida, sabía que era capaz de superar cualquier desafío que se me presentara. Era hora de levantarme y enfrentar el futuro con coraje y determinación.

El Alma de RoseaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora