2. EL PLAN MAESTRO

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La hora ha llegado.

Estoy nerviosa, pero segura. Tengo mucho miedo de que algo salga mal, pero a la vez sé que lo voy a conseguir, que puedo hacerlo. Me aterra el no saber cómo voy a encontrar el anillo, pero tengo un extraño presentimiento que me dice que lo voy a averiguar una vez dentro, lo que me relaja un poco. Con eso en mente, salgo del sótano con total seguridad. Es hora de demostrarle a ese rey lo que una chica con un odio tremendo puede hacer. Es hora de que las cosas cambien un poco en este reino.

Llego ya preparada a la puerta donde Asher me está esperando con todas las cosas que le había pedido: la cuerda, el anclaje, y un destornillador. Es el mejor.

Le doy las gracias, cojo todas las cosas metiéndome el último objeto en el bolsillo de mi pantalón y me dirijo a la puerta sin decir nada más. Realmente odio las despedidas, y sé que si lo hago me pondré a llorar y no querré irme de su lado. Sí, mejor sin despedidas. Espero que esta no sea para siempre.

-Ten cuidado, y, por favor, sobrevive. – dice una vez que tengo un pie fuera.

Me doy lentamente la vuelta.

-Siempre. – digo mirándole a los ojos.

Estoy a punto de volver a darme la vuelta, pero rectifico y suelto todo en el suelo. No sé en qué momento se me ha pasado por la cabeza irme sin darle un último abrazo. Se lo merece por todo lo que ha hecho por mí estos últimos años. Se merece mucho más, pero esto es todo lo que puedo ofrecerle.

Doy un par de pasos hacia a él y lo abrazo con fuerza. Se me escapan un par de lágrimas que no puedo contener. Si me pillan, este puede ser el último abrazo que le doy a Asher, lo que inmediatamente hace que mis ganas de llorar se multipliquen por diez. Me separo de él lentamente, notando sus ojos cristalinos. Me quedo unos segundos más mirándole, intentando recordar cada rasgo suyo, y cuando siento que estoy preparada para dejarlo ir, me vuelvo para emprender el camino hacia el castillo.

Me paro en el marco de la puerta, y recojo las cosas con manos temblorosas. Me cuesta un mundo dar los siguientes pasos, pero me obligo a seguir. Una vez que estoy ya lejos de casa, saco la daga y la ato a mi cintura para que me sea fácil agarrarla en caso de que la necesite.

La caminata al palacio es tranquila. La ciudad está en completo silencio. Dejo que el aire entre lentamente en mis pulmones, tratando de calmar a mi corazón descontrolado. Es bien entrada la noche, con lo cual mi única compañía son las estrellas. Miro hacia ellas con la intención de calmarme, y no separo la mirada de ellas hasta que estoy cerca de palacio.

Mis esfuerzos por estar tranquila se derrumban una vez que tengo la estructura delante, y mi respiración se vuelve incontrolada. Me paro unos segundos, cerrando los ojos e inhalo y exhalo lentamente, preparándome para lo que sigue. Lo rodeo para entrar por parte de atrás. Sé que los guardias están dentro. Una trampa mortal para los que entran pensando que han bajado la seguridad.

Doy la vuelta con sigilo, y después de estar unos segundos mirando fijamente la verja, la escalo sin problemas. Como he dicho antes, soy una gran escaladora. Aterrizo dentro sin hacer ni un solo ruido, y avanzo hasta la parte en donde se encuentra la galería de arte. Donde se encuentra la cúpula de cristal. Donde se encuentra mi entrada.

Cierro los ojos para usar mi don, pero este por alguna razón no funciona. Lo vuelvo a intentar. Nada. Vacío. Mi respiración se acelera por segundos, y mis rodillas tiemblan al no sentir más que vacío dentro de mí. Negro. Nada. Eso es extraño. Muy extraño. Me quedo congelada, sin saber que hacer. No había contado con esto.

Me obligo a parar y a relajar mi cuerpo. Apoyo la mano en un árbol, y en lugar de entrar en pánico, despejo mi mente y me pongo a pensar en soluciones. Pienso. Pienso. Pienso.

El Anillo BrakundDonde viven las historias. Descúbrelo ahora