Capítulo 6

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                                           Ruslan

Después de comprobar cómo marchaba el nuevo laboratorio de drogas y uno de los casinos clandestinos, me dirigí a casa de Kerem, pues me había dicho que quería reunirse conmigo. Por supuesto, sabía de qué iba el asunto.
Antes de bajar del coche, le mandé un mensaje a Berat. Él me llamó poco después.

—¿Cómo va todo?

—Se muestra algo insegura, pero creo que es la nueva vida. Por lo que pude ver es buena con su hija, y también con la servidumbre.

-Ah, ¿sí?.

–Es encantadora, y dulce.

Todos usaban esa palabras para describir el carácter de mi esposa y es que, maldición, realmente lo era. Demasiado buena, demasiado dulce, demasiado tierna, demasiado inocente, demasiado joven.

—No la pierdas de vista. Por nada del mundo dejes que  se acerque al lago.

-De acuerdo, jefe.
Colgué y salí del coche. La puerta de casa de mi hermano se abrió antes de que llegara a tocar el timbre.

Me encontré de frente con mi madre,

—¿Estabas mirando por la ventana?,– pregunté.
Ella se encogió de hombros.

–Me preguntaba por que tardabas tanto en llegar.

–Trabajo, madre. Siempre estoy trabajando.

–¿Incluso dos días después de casarte con esa niña?

–Si madre. Y esa niña se llama Adaia y, por Dios Santo, deja de llamarla de ese modo. Me haces sentir un anciano.

Mi madre me tocó la mejilla.

–No eres un anciano. Pero si eres un hombre maduro.
Di un paso atrás, fuera de su alcance.

-¿Dónde está Kerem?

–En el salón de fumar. No me hace caso. ¿No podrías tú decirle que abandone este horrible hábito...?. No se como la pobre de Derya soporta ese asqueroso olor. Además, Fumar no le hace bien, daña sus pulmones.

—Tampoco me hará caso a mí. Madre, por si aún no te has dado cuenta, soy yo quien siempre debe hacer caso a lo que Kerem diga, nunca a pasado lo contrario, y no pasará, mucho menos para que deje de fumar.

El aroma denso y dulce de los habanos impregnaba la estancia. Mi Hermano se encontraba en el sillón frente a la chimenea con una copa de whisky en una mano y un puro en la otra.

Sonrió y las arrugas de sus ojos se le hicieron más profundas.

—Me alegro de verte, Hermanito. Toma asiento.
Me hundí en el sillón contiguo al suyo y negué con la cabeza cuando me ofreció un puro. Nunca me había gustado demasiado el sabor.

–Te acepto un whisky.
No tardo en servirlo y me lo ofreció.
—¿De qué querías hablar?.– pregunté agarrando la copa.

-¿Cómo van las cosas con Adaia en casa?.
Le lancé una mirada exasperada. Antes de decir algo tome un trago.

-¿Para eso querías reunirte conmigo? ¿Para darme consejos maritales?, ¿Qué no crees que tengo bastante experiencia en el tema?.

Él se inclinó hacia adelante y dejó el puro sobre la bandeja.

–Nuestros hombres te respetan, admiran, y también te temen. Puede que algunos incluso te odien, no más de lo que puede odiar a mí, claro. Si tu segundo matrimonio termina de la misma forma desafortunada como el primero, el respeto y la admiración se puede perder, y el odio podría llegar a ser demasiado predominante.

Inocencia en la oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora