Capítulo 5

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                                          Ruslan

La puerta del dormitorio estaba entreabierta. La abrí de par en par. La luz que entraba por la ventana iluminaba la forma de Adaia sentada en el borde de la enorme cama de matrimonio. Tal como lo imaginaba, estaba despierta, esperándome cómo se lo pedí. Y yo que guardaba la esperanza de se hubiera dejado vencer por el sueño.

Sentía los ojos de Adaia  fijos en mí, el aluvión de preguntas que quería hacerme. En el silencio de la habitación, incluso las palabras que no decía me frustraban. Sabía que tenía muchas cosas por aclararle, pero no se si estaba preparado para hablar sobre ello, no tenía cabeza para ser un esposo, mucho menos la paciencia para hablar con una niña que ahora era mi esposa. La vi ponerse de pie, llevaba puesto un camisón color rosa, era muy hermosa. Dio algunos pasos vacilantes en mi dirección. Desvié la mirada y camine hacia el espejo pasando por su lado con una expresión seria. Pude ver por el reflejo del espejo girarse hacia mi. Me quedé inmóvil frente al espejo, rogando mentalmente que no abriera esa preciosa boquita, calladita se veía muy linda.
Me sentía cansado, hecho polvo, fue un día bastante abrumador, mucha atención sobre mi. Comencé a desabrochar los botones de mi camisa, y pude ver en el reflejo del espejo como Adaia observaba mis movimiento sin parpadear. ¡Maldición!, esa mirada inocente curiosidad me ponía. Me quité la camisa y la dejé caer al suelo, mientras disfrutaba de como Adaia me observaba. ¡Condenada niña!. Me gire hacia ella.

Adaia me continuó observando con expresión inocente. Dio un paso hacia mi.
Quería preguntarle ¿por qué carajos no estaba dormida?, pero era obvia la respuesta, diría que, estaba esperando tal como se lo pedí.

–¿Volverás hacerme lo mismo de anoche?.– preguntó con ingenuidad.
Le agarré el antebrazo bruscamente, con más fuerza de la que pretendía. Ella se encogió y me miró un poco asustadiza, no había tenido la intención de asustarla, pero Derya tiene razón en llamarme troglodita. La solté al instante.

–¿A qué te refieres?.– pregunté.

–A los besos.– respondió bajando la mirada con las mejillas sonrojadas.

–¿Quieres que lo vuelva hacer?.– pregunté.
Si su respuesta era un sí. Significaba que le había gustado, que me deseaba, aún cuando su mirada estaba lejos de reflejar una pizca de lujuria. Sin embargo, solo necesitaba un sí, un solo sí. Dios sabe lo que le haría en esa cama, la devoraría completamente. Imaginar su preciosa mirada inocente observándome mientras la penetro con mi polla es una completa maravilla.

–Ah!– entre abrió sus labios, su rostro expresaba confusión.–¿Debo querer?– preguntó.
No sabía que decir, si no quería, entonces, por qué lo preguntaba.– mamá... mamá, dijo que, mi esposo querría repetir cada noche lo mismo que hizo en la noche de bodas, incluso algunas veces durante el día, y que mi deber como esposa es estar dispuesta a cuando tu lo quisieras hacer.

Eso lo explicaba todo. y yo creyendo que mi esposa me deseaba. Agarre su mano, estaba temblorosa y algo tensa.

–No.– dije.

–¿No quieres?.

–No, no quiero.– pude sentir como mi respuesta la relajo, pero al instante volvió a tensarse.

–¿Por qué?, ¿estás enojado?.– preguntó con preocupación.

–No, no lo estoy.

–Mamá dijo que debía preocuparme si un día mi esposo no quería hacerlo. Porque mi matrimonio podría estar en problemas.– sus preciosos ojos me observaban con gran preocupación. Era tan inocente, tan ingenua.

Inocencia en la oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora