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Había salido de tomarse una ducha y comenzó a secar su cuerpo con una afelpada toalla, esponjosa para su delicada piel.

Paso frente al espejo y observó su demacrado rostro, se sacó la toalla que cubría sus hombros y dejo su desnudo cuerpo al descubierto. Observó su reflejo de arriba a abajo, ¿En qué momento se había odiado tanto?

¿Cuándo empezó a detestar el cuerpo con el que nació? Todos esos cortes que decoraban de forma lúgubre sus piernas, parte de su suave abdomen, a lo largo de sus muñecas, sus tobillos. Aquellos cortes que tenían un solo significado: odio.

No sé dió cuenta de cuando sus lágrimas recorrían su cálido rostro, llegando incluso a sorber su nariz para evitar que está goteara. Con sus demacradas manos, paso los dedos por la tersa piel donde abundan aquellos cortes de recuerdos. Soltó un suspiro y recorrió con sus huellas dactilares desde su abdomen, recorriendo hacia arriba, llegando a sus rozados pezones, los cuales apretó y continuó con ese camino, hasta llegar a su cuello y apretarlo con fuerza, hasta dejar sus manos marcadas en este.

Ya no podía controlar su llanto en este punto, llevo sus dedos a lo largo y húmedo de su caballo, jalando de este también con frustración, enfado, tristeza, decepción. Todos esos sentimientos que le hacian sentir vulnerable y débil, odiando por completo todo lo que venía con ellos.

¿Debería cortarse el cabello? De todas formas, no era una mujer. ¿Pero a quién demonios le importaba? Después de todo el maquillaje con el que cubría su rostro, nadie podría saber lo mucho que sufría en su interior. Lo mucho que lamentaba seguir con vida.

Le dió un último vistazo al reflejo de su cuerpo, antes de limpiarse las lágrimas, soltando un suspiro y sonriendo para sí mismo.

— Da igual. — soltó un suspiro, se colocó su ropa interior y comenzó a prepararse para sus clases de aquel día.

Se hizo una coleta cuando el cabello se seco por completo, se colocó unas medias largas que cubrían por completo sus muslos, este día se sentía más inseguro de lo normal. Se colocó el uniforme femenino, y después de un poco de loción, salió de su casa.

No importaba cuántas veces la gente le gritara por la calle incluso a esas horas tan tempranas, diciendo piropos o cosas asquerosas, verdaderamente le daba igual, ni siquiera sentía merecer esa atención o palabras.

Llegó a su salón como de costumbre y un choque de miradas le hizo flaquear las piernas, bajo la vista y paso caminando hasta su lugar.

Era Nanami quien lo veía.

In Your ArmsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora