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No se habían vuelto a hablar desde entonces, Nanami tomaba sus clases tal como siempre, centrado en sus cosas. Y de la misma forma, Mahito hacia lo posible por no faltar a clases. 

Era sabido que Mahito era un estudiante irregular en su salón, y todo el tiempo se encontraba con el riesgo de perder o repetir las materias, pero la verdad es que él realmente no se encontraba centrado en nada. A duras penas creía pasar de los quince años. 

Se encontraba haciendo garabatos en su cuaderno, era hora libre y ya había tenido su desayuno (una manzana y agua). El cabello lo traía recogido en una coleta y sus ojos con ojeras de color carmín, al igual que sus labios. Tenía bastante sueño a decir verdad, no había dormido nada y la realidad es que la razón de su llanto tenía nombre, ojos color miel, cuerpo musculoso y demás.

Pronto se encontró distraído de sus pensamientos cuando sintió una presencia a su lado. 

— ¿Quieres salir hoy? — aquella voz la conocía bastante bien. Era Suguru Geto, la persona con la que solía tener algunos asuntos (sexo). Pronto sintió como aquel chico de fornido cuerpo se sentó a su lado, y su mano recorrió sin cuidado alguno la pierna desnuda de Mahito que se dejaba ver bajo su falda. Suguru con el uniforme escolar puesto, la camisa blanca desabotonada y su largo cabello negro recogido en un nudo desorganizado, sonriendo de lado hacia Mahito con aquellos piercings de su ceja y labio inferior.

— Creía que estabas bastante distraído con tu nueva conquista. — respondió Mahito, quién llevo de inmediato su pierna encima de la del contrario.

— Ugh, la cuestión es... — Soltó un pesado suspiro y llevo su brazo alrededor de la delicada cintura de Mahito, acercandole más a su cuerpo, le miró a los ojos de colores con un brillo de sueño en ellos. — Empecemos con que es un nerd de lo peor y no me presta la atención que yo quiero, al contrario ¡Debo ser yo quien esté detrás suyo! Yo no nací para eso, pero ese maldito me tiene como perro.

— Ay, ¿Enserio? Y con el coraje que te da que no te dediquen tiempo. — Mahito le miró con un puchero y paso su mano por debajo de su camisa, acariciando la tersa piel que se veía del pecho de Suguru, mirando con atención. A veces podían llegar a ser así de descarados cuando los salones estaban solos.


— Creo que le gusto, ¡Eso es más que obvio! ¿A qué miserable no le he de gustar? Todos en esta maldita escuela me aman. — Suguru se echó flores así mismo, a lo que Mahito le resopló con una risa burlona. — Y le encanta mi atención, ¿Sabes que hizo el otro día? Se atrevió a venir vestido como tú, el maldito descarado, ¿Cómo supo que me gustan los amanerados? Ese jodido hijo de...


Mahito agrando sus ojos al escucharlo, y le miró con una enorme sonrisa en el rostro, interrumpiendo sus últimas palabras. — ¿Es enserio? ¡¿Y porqué no lo ví?! ¡Podríamos ser mejores amigos! — Mahito tomo con sus delicadas manos el cuello de la camisa blanca de Suguru, quién le detuvo de inmediato ante aquel agarre. 


— Quién me gusta y tú, jamás podrían ser mejores amigos, no puedes ni conocerlo o dirigirle la mirada. — Dicho esto, tomo las manos para posarlas en la mesa y sostenerlas con las suyas. — Nadie se puede enterar siquiera de que tú y yo interactuamos, ¿no te ha quedado eso claro? 

Mahito había bajado la guardia de nuevo, pero cuando quiso alejarse y sentarse bien era demasiado tarde, Suguru había tomado con brusquedad su rostro y besó sus labios con tanta fuerza que recibió una mordida en su labio inferior por parte del peliazul, alejándose de inmediato cuando un sabor metalizado rondaba por su lengua. — Maldita puta. 

— Vete de aquí.

— Te quiero ver más tarde donde siempre, así que más te vale estar ahí.

— No quiero. 

— ¿Ah no? — Suguru pegó el cuerpo de Mahito contra la pared y pasó su mano por debajo de su cuello, apretándolo. Mahito le miró con los ojos llorosos, estaba cansado de esa situación pero sabía que no podía dejarlo tan fácil. Trato de alejarlo con su pierna, la cual pateo el pecho de Suguru, aún sentados en la incómoda banca de la escuela, aunque claramente era inútil. Suguru se encontraba en su cuello con los labios pegados a la pálida piel, mordisqueando y dejando un chupón morado.

— ¡Quítate, maldita sea! — Mahito trató de alejarlo con sus manos y pataleó con fuerza, pero todo aquello no servía. Sabía que no era su amigo, no era nadie para él, solo alguien que le tuvo misericordia y de aquella forma lo pagaba, pero ya estaba harto, aquel cambio de escuela en el que tanto había pensado iba enserio, incluso si eso quería decir no volver a ver a Nanami. 

Y hablando de la persona que cruzó fugazmente sus pensamientos, escuchó aquella voz grave que le hizo abrir los ojos y acariciar su cuello marcado. 

— Te está diciendo que te quites.

Suguru se alejó y se puso de pie, no sin antes darle un vistazo de advertencia a Mahito, quién no le volvió a dirigir la mirada. Se dió la vuelta para quedar frente al rubio, ambos parecían tener la misma complexión, a excepción del pelinegro que se veía algo jorobado. 

— ¿Y tú quién eres? No me digas, ¿te gusta Mahito? — Suguru le dió una sonrisa ladina y soltó una carcajada contra el rostro de Nanami, quién seguía portando aquel rostro serio de siempre. — Como sea, me voy, ¡No te olvides del trato, Mahito! — con aquellas palabras el pelinegro salió del salón. Nanami seguía de pie, mirando al peliazul que se había acomodado en su banca y ahora mismo, ocultaba su rostro contra sus brazos.

Nanami tomó el atrevimiento de sentarse a su lado y pasó su mano detrás de su espalda para darle una caricia, sin embargo Mahito había reaccionado más rápido a ello.

— No me toques. — estaba enojado, poco a poco aquella máscara que por tanto tiempo se forzó a tener, estaba quebrada y se caía pedazo a pedazo, por lo que empezaba a odiarse aún más. Necesitaba sacar ese enojo y sin notarlo, se encontraba enterrando sus uñas en sus brazos. 

— ¿Quieres ir al baño? — Nanami preguntó, sobraba decir que le preocupaba sin embargo, también con lo poco que conocía a Mahito, sabía que no era fácil lidiar con él. — Vamos, te acompañaré. 

Mahito tenía un llanto que poco podía controlar, así que de aquella forma aceptó la ayuda del rubio. Nanami había extendido su mano hacía él, el peliazul se reincorporó con el rostro hinchado y tomó su mano con miedo, inseguro no solo de su aspecto, sino de abrirse a quién robaba su interés esos días, sin embargo y sin pensarlo más, tomó la mano del ajeno y la calidez de esta rodeo con cuidado la suya, solo así se logró poner de pie y caminó detrás de Nanami hasta el baño. 


In Your ArmsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora