III: ¡Qué No, Cordelia!

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—¡Florisvaldo, ¿qué haces?! —brama mi padre, alterado; el susto casi me hace lanzar las flores en todas las direcciones y fijo la atención en él que se acerca en su silla de ruedas—. ¡Suelta esas tijeras!

Dejo todo sobre la mesa enseguida, los ojos de papá lucen furiosos. Me hago a un lado para darle espacio y que él tome mi lugar, enseguida se hace cargo del arreglo floral que previamente me pidió realizar.

—¡¿Cuántas veces debo explicarte cómo se hacen las cosas?! Este es el negocio familiar, Florisvaldo.

—Lo-lo sé, pe-pero pa...

—Como siempre, solo sabes de jueguitos.

Mi padre olvida que lo mío nunca fueron las manualidades. Me gradué en informática, tengo especialización en desarrollo de aplicaciones y web, gano bien sin salir de casa e incluso cubro parte de los gastos generados por la vieja florería. Sin embargo, para él, yo soy el inútil que solo sabe de jueguitos mientras que Nardo, acaba de aparecer como caído del cielo, es el héroe de la tienda por saber juntar flores con un moño.

Suspiro fastidiado. Camino hacia la puerta y dejo atrás a papá y mi hermano mayor, quienes no dejan de hablar acerca de la oveja negra; o sea, yo.

En fin, regreso a casa y encuentro a mamá en la entrada, descargando las compras; así que, me apresuro a brindarle apoyo.

—Gracias —dice sonriente. Llevo las cosas al interior y una vez en la cocina, procedo a acomodar cada una en su sitio; entonces, mamá continúa, emocionada—: ¡Flori, no sabes a quién me encontré en el mercado!

Giro el rostro un momento conforme acomodo los víveres en la alacena para verla, su emocional sonrisa me produce una rara sensación, no sé si desee escuchar:

—¡Cordelia!

Temí escuchar ese nombre, tuve la corazonada de que se refiriera a ella. Un involuntario escalofrío recorre mi nuca, pero sonrío.

—A pesar de cómo la dejaste, ¡ella es tan linda!, siempre pregunta por ti, aún se preocupa. Deberías llamarla —Mamá habla con suma ilusión y yo quiero escapar.

El escalofrío me estremece e involuntariamente tiemblo ante la idea. Mi reacción la extraña, así que, niego en silencio para restarle importancia.

Cordelia, por insólito que parezca, dado mi patético historial de fracasos, es la única relación larga que he tenido. Compartimos durante tres años, pero ha pasado casi el mismo tiempo desde que rompimos. Era adorable, atenta, dulce, servicial, siempre preocupada e incluso jugábamos juntos. Todo parecía celestial, me hizo sentir que no necesitaba a nadie más que ella y ese era justo el problema. Me costó mucho notar las señales que para Felipe resultaron evidentes.

—No solo te falla el gaydar, sino que tampoco ves las red flags —me dijo en una oportunidad que estuvo de visita en San Antonio, o mejor dicho, su negocio de paisajismo fue contratado por la alcaldía para encargarse de algunos parques zonales.

Sí, Felipe. El sucio, andrajoso, molesto y entrometido jardinero logró conformar e impulsar una exitosa empresa de diseño y decoración de exteriores, sin siquiera culminar la carrera de arquitectura. Lo convenció el dinero generado por los contratos.

Felipe decidió que si debía armar maquetas y modelos, recibiría un pago por ello en lugar de una calificación alta. No le va nada mal y aunque ya dispone de personal encargado para las labores rudas: como el trabajo de la tierra, abonado, siembra y todo eso; ese aroma a día lluvioso permanece en él como un perfume natural.

Suele viajar alrededor del país, por eso no tiene un lugar fijo al cual llamar hogar; tampoco es como si se quejase. Ama su vida nómada.

Jamás podría hacer lo que él, de solo imaginarlo, siento pánico. Tal vez debido a eso no me atreví a dejar la casa familiar e incluso las veces que viajé lejos, lo anuncié entre mis seguidores. Bastó tocar tierra para ir a algún baño del aeropuerto y convertirme en DarkSoul. Esa simple máscara y lentillas felinas me aportaban algo más de seguridad y mis Almitas se encargaron de hacerme sentir como en casa.

¡Qué no me llamo Osvaldo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora