De regreso al hotel, vuelvo a sentirme ansioso ante la proximidad de la entrada. Descender del taxi para encontrar a tantas personas alrededor, echa por tierra el modo relajación con que abandoné el departamento de Iván. Sin embargo, pensar en él y esa estupenda cita, evoca en mí una sonrisa, aunado a una cálida sensación que me ayuda a caminar más confiado hacia el interior.
Luego de saludar y, por consiguiente, corregir a la gente en recepción, quienes a lo largo del viaje me han llamado Florencio, Teovaldo, Hernando, Arnaldo, Aldo o últimamente Osvaldo, gracias a Feli; decido subir justo a su habitación para contarle lo genial que ha sido este día. También, debo agradecerle por convencerme del viaje.
Espero la llegada del ascensor con cabeza gacha para evitar las miradas de los otros huéspedes, pero en cuanto este se abre, el mundo se ralentiza, una chica llama mi atención. No veo su rostro con claridad, mantiene la cabeza gacha por ir concentrada en su celular, lo que provoca que esa hermosa y larga cabellera azul con rosa o fucsia caiga hacia adelante como una cascada, aportándole un halo de misterio.
Se desplaza en cámara lenta frente a mí. Pasa tan cerca que la suavidad de su perfume inunda mis fosas nasales. De repente, esas notas herbales, florales y a campo humedecido por la brisa, me embarcan en un viaje a través de un paisaje bucólico en el cual solo cosas increíbles están por suceder.
Aunque la imagen formada en mi mente es de ella corriendo entre verdes praderas, el resonar armónico de sus tacones sobre el mármol pulido del suelo, me devuelve a la realidad. Lleva un pantalón beige entallado que delinea muy bien sus piernas y glúteos, también un suéter de lana color caramelo, a juego con sus botas altas de cuero. Ni siquiera nota que existo, pero yo no puedo dejar de verla, hechizado, mientras se aleja hacia la salida, tras despedirse en forma risueña de los recepcionistas.
—¿Subirá, señor?
Una mujer mayor me habla. En ese momento, soy consciente de que me convertí en piedra a media entrada del elevador. Sonrío, apenado, procedo disculparme por la interrupción y marcar el piso correspondiente.
Sin embargo, más de una vez, medito en la idea de volver abajo para sobornar al recepcionista a cambio de algún dato acerca de ella; es que, Deshojo hizo acto de presencia en mi mente una vez más. Le veía en todas partes, quizás se debió a ese bonito tono de piel, bronce o la colorida cabellera, digna de un anime; tal vez el hecho de que su rostro fue un completo misterio.
Cómo sea, sacudo la cabeza ante la magnitud de tonterías que pasan por mi mente y bajo en mi piso. Toco la puerta de Feli, varias veces, sin ningún éxito y termino de llegar a mi recámara. Apenas entro, hallo la sorpresa de que Rafa me espera, lo cual confirma que él salió por allí, ni para qué escribirle, porque no volverá esta noche.
Cargo a Rafa y nos meto a la cama para contarle mi magnífica cita con Iván mientras la peino. Su serenidad me hace sonreír. En realidad, he estado sorprendido por su actitud durante todo el viaje. Se aleja de aquella huraña que solía mantener conmigo. También le hablo de Deshojo y mi caos mental e imploro un consejo de su parte, como si eso fuese posible.
—¿Crees que debería hablar con Iván acerca de Deshojo y viceversa?
Rafa maúlla, a mí se me escapa una risita tonta al tomar aquello como respuesta. Sin embargo, tras un rato de conversaciones, eso parece. Cada vez que yo le realizo una pregunta, ella emite algún sonido o realiza un gesto. Es gracioso.
—¿Sabes? Hace mucho que no le escribo a Deshojo y ahora siento que la veo en todas partes.
La gata bufa con mala cara. Lo tomo como incredulidad.
—¡Es la verdad, Rafa! Incluso he visto aspectos suyos en Iván. Me estoy volviendo loco por eso. ¿Y si ambos son la misma persona?
Ella se levanta para acomodarse frente a mí, me ve de manera amenazante. Después de un largo rato y al más puro estilo de la Rafa que suele ser, muerde mi nariz antes de huir fuera de la cama a esconderse.
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¡Qué no me llamo Osvaldo!
HumorFlorisvaldo es quizás el peor nombre sobre la faz de la tierra, aunque sea apenas la punta del iceberg en la patética vida de un perdedor o, al menos, eso piensa él. Hijo del medio, treinta años y aún vive en casa de sus padres por ansiedad social;...