XII: ¡Qué no me hagas reír!

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Desperté a las seis de la mañana, en contra de mi voluntad, Rafa se encargó de levantarme. Creí que Felipe había regresado y era ese el motivo de su desespero, resultó que solo tenía hambre; ni modo, tocó atenderla. Quise volver a dormir después, pero entre montañas de pensamientos, la ansiedad me lo impidió; así que no hubo forma y en el intento, dieron las ocho de la mañana.

Pude pedir el desayuno; sin embargo, escogí armarme de valor e ir al restaurante por cuenta propia. Me tembló todo el cuerpo ante la idea de encontrar un montón de gente desconocida, pero después de estar listo, recordé las palabras que Iván me dijo alguna vez durante el viaje: "no dejes que el miedo o la timidez te impidan realizar algo que te guste o quieras hacer"; así que, respiré profundo varias veces y salí hacia el ascensor. En cuanto la compuerta se abrió, el fragante aroma herbal del campo húmedo me impactó igual a una ráfaga; allí estaba ella, como una exquisita visión, esa hermosa morena de la noche anterior.

Traía su abrigo doblado sobre el antebrazo y el torso cubierto con una camiseta blanca que apenas le cubría poco más del ombligo. Aunque suene pervertido, me habría gustado que fuese corta y así poder comprobar mi sospecha.

—¿Su-subes o bajas?

No supe cuánto tiempo pasé, contemplándola en silencio, pero escuchar la dulzura innata de su voz, aunado a ese tono suave, resultó una caricia a los oídos, con todo y tartamudeo. Sin embargo, había una profundidad en su timbre, una resonancia grave que aportaba un matiz intrigante y único.

Sacudí la cabeza para abandonar la ensoñación e ingresé junto a ella. El aroma de su perfume era un hechizo que me impedía dejar de verla, su delicado perfil o los rebeldes mechones de cabello que se negaron a permanecer en su coleta baja y formaban una suerte de velo azulado que, junto a sus grandes gafas de sol, le conferían un halo de misterio. Sin embargo, parecía algo nerviosa y allí estaba yo como el propio mirón.

Sacó su celular y enterró la cabeza aún más entre sus hombros para centrarse en el WhatsApp, allí le envió un "SOS" a alguien llamado "Mi otra mitad", «tiene pareja», el pensamiento me cruzó veloz, tras leer eso. Volteé el rostro al frente y dejé de fisgonear. Suspiré, un poco apabullado por su presencia.

En ese momento fui consciente, ninguno de los dos presionó algún número en el panel del elevador, y allí estábamos, varados, a la espera de que mágicamente funcionara. Marqué la planta baja, luego le pregunté a ella; apenas se despegó un momento de su aparato para asentir. Desearía haber visto su rostro por completo y no solo la mitad inferior, sus facciones delicadas lucían más estilizadas por la manera en que el flequillo y mechones laterales le enmarcaban la cara.

El silencioso trayecto desde el octavo piso hasta la planta baja se hizo eterno conforme avanzaba e intenté reunir un poco de valor para decirle al menos una palabra. Claro, yo, el más sociable, intentaba iniciar una conversación con una completa desconocida. Sentí escalofríos y un sudor en la nuca.

—Sí que hace frío —mencioné casi temblando, ella solo contestó un escueto "ajá", sin siquiera mirarme—. Pe-perdón po-por molestar...

—No lo haces —respondió en el mismo estado anterior.

—¿Te-te hospedas a-aquí?

Su respuesta fue igual de escueta. Estábamos a un par de pisos de nuestro destino y yo seguía sin hallar una manera de captar su atención.

—¿De-desayunas? —tartamudeé en un desesperado intento.

Por primera vez levantó la cabeza para observarme de verdad, sus labios gruesos de un tono coral brillante se curvaron en una diminuta sonrisa.

—Gra-gracias por la invitación, pero voy de salida. —Su voz suena bastante baja, apenas y abre la boca al hablar, su timidez resulta tierna.

Bajo la cabeza después de asentir en silencio, decepcionado. Quizás otro en mi lugar hubiese tenido mejor suerte.

¡Qué no me llamo Osvaldo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora