—Osvaldo, ¿me pasas la salsa? —pide Felipe mientras cenamos, lo hago sin pensar y ni siquiera soy consciente de que mi padre ha parado de comer hasta que deja caer los cubiertos sobre su plato, Feli y yo lo observamos, confundidos, porque luce molesto.
—¿Qué es eso de Osvaldo? —inquiere papá y otra vez quiero putear a Felipe— Su nombre es Florisvaldo, igual que mi padre y su abuelo antes que él...
—Don Jacinto, lo siento, es solo de cariño, no se altere —le interrumpe Felipe, sonriente, buscando contener el descargo inminente, pero es tarde, papá, no se callará por largo rato.
—Una tradición familiar, transmitida de abuelo a nieto; ningún Osvaldo, ¿eso qué significa? ¡Nada!
Es que sí, mi fantástico nombre se remonta a unas cuantas generaciones atrás. Aquel Florisvaldo fue el primer florista de la familia, fundador de la florería y así comenzó todo esto de la tradición, los nombres de flores y encargarse del negocio que quizás entonces generaba ingresos suficientes, pero ahora, no es más que una carga. A pesar de que mi padre se niega a ver esa realidad. Suspiro con pesar antes de responder.
—Sí, papá, lo sé; ya, comamos tranquilos.
—Estas generaciones y su Internet ya no respetan ni siquiera las tradiciones familiares. Primero: me sales con eso de que te gustan "también" los hombres, como si no supiera lo que eso significa...
—¿Qué, papá? ¿Qué significa, según tú?
—¡Tú sabes bien! Así que ni hablemos de las esperanzas de conocer un nieto tuyo porque, con suerte, ¡se reducen a la mitad! Pero claro, ahora es la moda, todos con todos...
—Papá, ya. No tiene que ver con modas, para —suplico con los ojos cerrados mientras me aprieto el puente de la nariz, pero de nada sirve, no hay quien lo detenga. Mi corazón se acelera, estoy a nada de hiperventilar. La mano de Felipe se posa en mi espalda, como un intento por calmarme y ese simple gesto consigue sofocar un poco la tensión dentro de mí. De soslayo, leo en sus labios un "lo siento".
—Don Jacinto, lamento haberlo alterado... —Es Feli quien enfrenta a mi padre. Le pido a Dios, al cielo y todos los santos que no diga algo que termine de sepultarme—. Pero de verdad, mi bro no está faltando a las tradiciones familiares porque yo le llame del modo que lo hice, de hecho, siempre me regaña por decirle así, ya que se siente orgulloso del nombre heredado de su abuelo.
Siento deseos de reír luego de escuchar la convicción con que Felipe le habla a mi padre, pero si lo hago, todo se irá al retrete. Durante un rato, papá no dice nada, con discreción lo observo y noto que mantiene la vista fija en mi amigo. Trago saliva, creo que no se comió ese cuento.
—¿Eso te ha dicho? —le responde mi padre y Felipe asiente con seguridad— Pues aquí siempre ha dejado claro su aversión.
—Don Jacinto, es que usted no lo comprende, él solo quiere encajar y toda la vida le ha tocado cargar con burlas debido a su nombre poco común, eso lo ha llevado a profesarle odio; pero le digo, a mí, siempre me ha dicho que debo llamarle Florisvaldo.
Papá no dice nada, niega con la cabeza mientras ve a Felipe y luego agarra sus cubiertos, de nuevo. Después de pasar un bocado, me señala con el cuchillo.
—¿Eso es así? ¿Se han burlado de ti por el nombre de tu abuelo? —pregunta, confundido, niego con la cabeza y sonrío para tratar de restar importancia.
—Sí, pa, pero ya no importa, comamos.
La cena continúa en medio de pláticas banales o anécdotas de Feli y sus viajes de trabajo que se ganan toda la atención de mis padres, de hecho, lo observan con gran admiración.
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¡Qué no me llamo Osvaldo!
UmorFlorisvaldo es quizás el peor nombre sobre la faz de la tierra, aunque sea apenas la punta del iceberg en la patética vida de un perdedor o, al menos, eso piensa él. Hijo del medio, treinta años y aún vive en casa de sus padres por ansiedad social;...