X: ¡Qué ya no me afecta!

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La actitud de Feli me dejó intrigado, es que sigo sin comprender qué cosa tan horrible hice para ganarme su trato. Mientras me aseo no dejo de regresar a lo mismo. Ayer acordamos desayunar en el restaurante del hotel, Iván vendría por mí, pero ya ni siquiera sé si debería bajar con ellos o mejor pido room services, es que no quiero incomodarlo.

Temeroso de haber arruinado el viaje, me veo al espejo y mi voz interior dice que, en efecto, lo eché a perder todo, como siempre. Aun así, soy consciente de que debo hablar con Felipe. Afirmo en silencio al reflejo, decidido. Ya que, Iván todavía no llega; me apresuro a prepararme porque quizás tenga tiempo para enmendar las cosas con mi mejor amigo. Suspiro antes de colocarme el chaleco tejido sobre mi camisa.

Una vez listo, respiro a fondo varias veces y me dirijo a la recámara de mi mejor amigo. Estoy a punto de tocar la puerta cuando una voz capta mi atención y me obliga a ladrar la cabeza.

—¡¿Enloqueciste?! ¡No voy a hacerlo, Fel!

Iván suena bastante alterado, a saber por qué motivo. Pensé que ni siquiera estaba aquí aún.

—Solo piénsalo —le pide Felipe con voz suave y suplicante—. Anda, hazlo por mí, guapetón.

Unas risitas cómplices parecen sellar cualquiera que sea el pacto. Esto es raro, hasta donde sé, Felipe no es gay, bi ni nada similar, pero juro por la vida que suenan como pareja de enamorados con esa sarta de risitas y cuchicheos. Eso me pone a pensar cosas raras.

—Ay ya, niña. Por ti, lo pensaré; pero créeme que no me tienes muy contento.

—Puedo resolverlo.

Las carcajadas de Iván no se hacen esperar, el chico le pide a Felipe detenerse, en medio de risas descontroladas; sin embargo, este sigue adelante. En cuanto escucho sus voces y risitas más cerca de la puerta, marco distancia prudencial en dirección a mi alcoba para que no me descubran.

—¡Floris, estás aquí! —exclama Iván, apenas sale, parece sorprendido.

Felipe luce igual, detrás de él, al verme. Creo que no debí oír lo que sea que haya sido eso e intento simular que así fue. La actitud de Iván cambia casi enseguida y salta hacia mí, superemocionado.

—¡Galán! Te adelantaste, yo iría por ti.

—Bu-bu-bueno, yo-yo vine por Feli pa-para hablar.

—¡Oh! ¿Quieres conversar con Fel? No hay problema, guapo, los espero abajo.

Dicho eso, Iván acaricia mi brazo izquierdo y nos pide no demorar mientras se dirige al elevador. Contemplo a Feli, aún se ve algo sorprendido, aunque ya un poco más calmado.

—Osvaldo...

—Dé-déjame ha-hablar —le interrumpo enseguida. Inhalo a fondo y exhalo despacio, varias veces. Feli ladea la cabeza como un cachorro—. Quería decirte que lo lamento, no fue mi intención molestarte. En realidad, solo te acomodaría ese tonto...

—¡Oh!, el gorro... —me interrumpe de vuelta y luego niega en silencio—. Sobre eso, yo te debo una disculpa, bro. No debí tratarte así, tengo un terrible genio al levantarme... —Se nota arrepentido e incluso encoge los hombros—. Lo siento.

—Bueno, supongo que estamos bien. Ya sé a quién no tocarle la puerta en las mañanas.

Felipe ríe, luego yo también y juntos nos dirigimos al elevador para darle alcance a Iván que ya debe estar en el restaurante. Creí que sería más difícil conseguir el perdón de Feli, pero en lugar de eso, reconoció su error y se disculpó por ello, me siento más tranquilo porque no arruiné el viaje con mi mejor amigo. Aunque esa declaración me sigue chirriando, no recuerdo su mal genio matutino en casa, «deja de revolotear sobre la misma flor, Florisvaldo», pienso y sigo a Feli por el corredor.

¡Qué no me llamo Osvaldo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora