«Vuelve a casa, Osvaldo, necesitas tiempo para procesar esto y yo también», las palabras de Feli se han repetido en mi cabeza toda la noche e incluso, el fuerte sonido del portazo que dio al salir me ha despertado más de una vez durante el vuelo de regreso. Suspiro. Aunque sería una hora de viaje, quería dormir para intentar calmarme, luego de todo eso. Miro el reloj y vuelvo a suspirar, parece que el tiempo se detuvo desde el despegue.
Cuando Feli estrelló la puerta, me tomó varios segundos reaccionar, es que, todo fue demasiado extraño y repentino. Sin embargo, al hacerlo, corrí hacia su recámara y toqué, desesperado. Necesitaba hablarle y comprender toda la situación. Fue ese botones mexicano, a quien encontré en el corredor, el que arrojó algo de luz.
—Señor Osvaldo —me dijo en voz alta—, el señor Torres no se encuentra, abordó el ascensor cuando yo salí y...
Corrí al elevador sin terminar de escucharlo, pero iba de bajada, me desvié hacia las escaleras y salté entre escalones a toda prisa con el corazón en la garganta. «Hay algo en mí que jamás te he contado», se repitió en mi cabeza y toda la escena volvió a repetirse hasta el portazo...
—Maldición, Feli, no desaparezcas... —murmuré varias veces.
En cuanto llegué a la primera planta, fui al ascensor, pero era tarde, ya se preparaba para llevar arriba una nueva carga. Maldije con fuerza, ganando más de una mirada, sin importarme. Corrí hasta la entrada y me aventuré en la gélida noche sin portar un abrigo, pero no supe que ruta tomó; giré dramáticamente, o mejor dicho, como un loco hacia un lado y otro, sin éxito.
—¡Maldición, Feli! —grité, frustrado, a mitad de la calle donde más de un taxista hizo sonar su claxon.
Cabizbajo, regresé a la habitación para buscar mi equipaje y largarme. Agarré el celular y le llamé tantas veces que perdí la cuenta, pero al final, comenzó a mandarme directo al buzón. Maldije una vez más. Sin otra cosa que hacer, abandoné el hotel, abordé mi Uber y tras pagar el doble por un cambio de fecha en el aeropuerto, subí a este avión donde no he hecho más que pensar en Felipe, Deshojo y Felicia que resultan ser la misma persona y me siento estúpido por no notarlo antes.
«¿La chica que me gusta no existe o fue acaso mi mejor amigo la ilusión?», no hay duda de que soy el tonto más tonto del mundo. De cualquier forma, he perdido a alguien importante en mi vida. Me siento traicionado y solo. Ya ni siquiera sé si su amistad fue real.
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Llegué a casa cerca de las dos de la madrugada, emocionalmente agotado. La oscuridad de la noche reflejaba mi estado de ánimo. Me arrastré hasta la puerta principal y la abrí con un suspiro. El silencio reinante indicó que mis padres dormían.
Caminé hasta mi habitación, sin encender las luces ni hacer ruido. Me dejé caer en la cama, sin fuerzas para cambiarme de ropa. Mi mente seguía perdida, repasaba los eventos del día. La revelación de Deshojo o Felipe, Felicia... como fuese, la sensación de traición e impotencia no me daba paz.
En medio del caos que gobierna mi mente, agarré el celular y marqué el número de Feli por enésima vez, pero nada ha cambiado, entra directamente al buzón de voz. Lo intento de nuevo con el mismo resultado. Me siento frustrado y solo.
La noche pasó tan lenta, que mi mente no pudo descansar. Me levanté varias veces para beber agua o caminar por la habitación. La oscuridad parecía cerrarse sobre mí. Al final, el cansancio me venció, pero mi sueño fue intranquilo y lleno de imágenes confusas.
Por eso al abrir los ojos, siento que la mañana ha llegado demasiado pronto. Mamá toca y llama con dulzura a la puerta de mi habitación.
—Floris, ¿estás ahí? ¿Llegaste anoche?
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¡Qué no me llamo Osvaldo!
HumorFlorisvaldo es quizás el peor nombre sobre la faz de la tierra, aunque sea apenas la punta del iceberg en la patética vida de un perdedor o, al menos, eso piensa él. Hijo del medio, treinta años y aún vive en casa de sus padres por ansiedad social;...