𝐌𝐈𝐃𝐍𝐈𝐆𝐇𝐓𝐒, james potter

twenty four.

Lana sonríe de lado por la pregunta de Elowyn y asiente.

—La clásica vainilla. Está bien.

—De acuerdo... entonces, ¿estás bien?

—¿No me veo bien? —Lana las mira, las tres le devuelven la mirada, las tres se ven igual de confundidas—. No respondan eso.

—Sólo queremos saber cómo te sientes ahora que pues ya sabes... —Elisse suspira.

—Aceptaste que te gusta el golden retriever —Donna finaliza por Elisse—. Le pondré un sobrenombre para que nadie sepa de quién hablamos —guiña un ojo.

Elowyn ríe, Lana la mira con confusión. Busca una respuesta a algo, nadie sabe a qué, pero Elowyn intenta explicar lo más obvio.

—Es gracioso porque él es como un golden retriever, ya sabes, la raza de perros. Los que son energéticos y siempre se ven felices.

—Entiendo —murmura.

"Los que todo el mundo ama" Lana piensa.

Ella nunca podría ser así. Ella sería más un perro chiquito, silencioso y de mal temperamento, de esos que solo gente con carácter especial podría y querría cuidarlos. De los que en las casas de adopción terminan quedando solos y viejos. Ese sería Lana.

La personalidad de Lana no es y no sería para todo el mundo, ella lo sabe, siempre lo ha sabido. También sabe que la personalidad de James sí es para todo el mundo. Detesta un poco eso, no en un sentido de envidia, más bien Lana detesta que todo el mundo lo quiera porque entonces eso la convertiría a ella como en una cifra más de las personas que han caído ante los encantos de James. Porque es encantador, es embriagante, es casi adictivo estar con él y tener su atención siempre es reconfortante, ¿a quién no le gustaría estar junto a él durante horas? ¿Verdad?

Al final del día siempre pasa, todo el mundo termina cediendo ante James. Incluso ella.

Lana recuesta su cabeza en el suelo. Sybill camina a su alrededor observando las cosas de su habitación.

Lana no suele visitar a Sybill en la sala común de Ravenclaw pero le parece muy interesante y le distrae mucho salir de su habitación de vez en cuando.

—Me gustan las estrellas del techo —murmura mientras muerde una varita de regaliz.

—Gracias —sonríe—. Hay un tapiz que indica las posiciones del sol durante el día así que puedes usarlo como reloj —señala.

Lana gira la cabeza, se acomoda para ver la hora.

—¿Y está a tiempo? ¿Son de verdad las once? —se levanta, alarmada. Sus dos horas libres se habían ido volando y todavía no sabía cómo calmar sus nervios.

Había ido a hablar con Sybill, una vez más, sobre James. Le contó que debe de ir con él a Hogsmeade y conseguir dulces para la fiesta de San Valentín. Le contó que sus amigas ya saben que ella ha aceptado que tal vez le gusta James. Le contó que está nerviosa y no sabe porqué.