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"La sombra Roja"

"... En cualquier cosa que te conviertas, en en lo que sea que me convierta, quiero ser algo que este cerca de ti"




Al bajar las escaleras, y cruzar los pasillos al salón del trono, ya los ha visto conversando. Lo primero que ven los ojos de Lucerys es la espalda de Aemond. El cabello que antes había sido tan largo hasta más de la mitad de su espalda, se redujo a una simple atadura por encima de los hombros, con un moño mal hecho, y algo enmarañado.

En el momento que la mujer roja volteó a verle, le dedicó una sonrisa e hizo un gesto educado para saludarlo. — Príncipe Lucerys. — el joven hombre no dudó en dedicar una larga mirada al extraño que pisa su hogar y su primera impresión que tiene de ella, comienza por reconocer su anormal belleza, con un rostro llamativo y anormalmente pálido, en forma de corazón, sus ojos rojos resaltan como dos rubíes brillantes y profundos, su cabello largo permanece suelto y liso, de un intenso color cobre pulido, delgada, y tan alta como Aemond de cintura estrecha y senos bastante llenos, solo escuchó dos palabras de su boca, y fue suficiente para capturar su acento exótico.

Además de aceptar que tiene un aura intimidante, no le agrada esa mujer.

— Bienvenida. — cuando Lucerys le ha visto irse ya no tenía porque esconder más su desaprobación. — Puedo saber, ¿Por qué has traído un extraño sin mi consentimiento a mí hogar?

No era la mejor forma de reencuentro, y la vaga ilusión que pudo hacerle al príncipe Lucerys se había desvanecido por completo. No habían pasado ni diez minutos desde que había vuelto su esposo y ya quería echarlo de vuelta. Lucerys estaba seguro de que esa mujer no era alguien normal, había peligro en sus ojos y fuego en sus gestos, sin las pruebas suficientes, podía afirmar que se trataba de una bruja.

— Hay algunas cosas que me gustaría reportar antes. ¿podemos tener esta conversación en otro lugar? — Aemond suspiró, poco parece importarle la opinión de su esposo y cualquier otra cosa alrededor.

Justo como esperaba él, Lucerys siguió siendo reservado, y una mesa con el almuerzo fue preparada a los pocos minutos, debajo del viejo olivo, habían algunos libros por el suelo en el otro extremo, pergaminos, plumillas, tinta, algunos mapas, entre otras cosas, que no alcanzó a observar Aemond, ya estaban recogiéndolas.

En el momento en el que un ojo se ha puesto encima de Lucerys, ya no fue capaz de escuchar sus propios pensamientos, mientras lo ve servirle una copa de vino. Le cuesta asimilar algunas cosas, la voz infantil que recordaba parecía haberse ido por completo, junto con el rostro tierno y su mirada torpe. Los rasgos del rostro han madurado de forma significativa, pero con gentileza, su nariz respingada y sus ojos cansados le ha llevado al Príncipe Aemond a nombrarlo desde sus pensamientos como una belleza fría, un pequeño cubo de hielo.

El niño ha logrado pegar un estirón, y le ha alcanzado hasta la nariz, pero sospecha Aemond que si se parase exactamente frente a el, lo suficientemente cerca, sus labios tocarían la frente de Lucerys a la perfección; las mejillas siguen siendo las mismas, igual de llenas y rojizas, que dan un impulso a querer extender la mano y pellizcar los lunares debajo de ellas.

Como logró atestiguar mientras lo seguía por lo pasillos anteriormente, no logró ganar demasiado peso, y conserva la misma delgadez de adolescente, cintura estrecha, hombros pequeños y piernas largas.

Nada ha quedado del cabello que alguna vez fue rizado, volviéndose lacio hasta las puntas, ha crecido hasta la mitad de su espalda, y los únicos vestigios de lo que fue antes, se quedaron en las dos mechas onduladas que caen sobre la frente del otro príncipe.

Albie Bamves - (Lucemond- Jacegon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora