¿𝐐𝐮𝐞 𝐡𝐚𝐲 𝐞𝐧 𝐥𝐚 𝐨𝐬𝐜𝐮𝐫𝐢𝐝𝐚𝐝?

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Me complace poder saludarte una vez más, querido lector. Es un gusto que podamos continuar con este tipo de charlas a menudo. Me gustaría saber cómo has estado; sin embargo, es una pregunta retorcida al saber que siempre hay algo que no anda bien. Hoy tengo entre líneas un tema muy interesante y que actualmente navega entre los misterios de la psicología que nos faltan por comprender del todo. Al igual que la mayoría de los aspectos que componen esta rama de la medicina en sí, este es uno que me genera mucha curiosidad. 

Las fobias, siempre que se plantean detalles sobre este tema, surgen en mí nuevas interrogantes: ¿Puede curarse? ¿Causan dolor? ¿Son un mecanismo de defensa o de tortura? Eventualmente, cada una de estas incógnitas terminan por desembocar en otras más complejas y profundas. 

Considero que ya sea que pasemos por situaciones traumáticas o no, todos tenemos algo que nos provoca un temor a gran escala. ¿Tengo fobias? No lo sé, durante mucho tiempo y hasta la actualidad he experimentado miedo a muchas cosas y la ansiedad de ese terror me ha sobrepasado en ocasiones. ¿Tienes fobias? Espero que este capítulo te brinde asistencia para lidiar con ellas, mostrarte cómo lidiar con aquellos que las padecen, y enriquecer tus conocimientos mediante nuevas lecciones sobre el tema.

Primeramente, debemos diferenciar el miedo habitual que por reflejos llegamos a experimentar de una fobia específica. Miedo y fobia, van estrechamente relacionados, tanto así que el concepto de fobia no es sino una consideración clínica del miedo. El miedo es algo totalmente normal, siempre que las circunstancias lo justifiquen, por ejemplo, ante una amenaza real. Pero puede darse el caso que este temor se convierta en un miedo adaptativo, extremadamente intenso y molesto. Esto lo llamamos fobia. 

Este asunto va más allá de mis conocimientos profesionales, dado que no soy más que una escritora. Así que para expresarme con términos de los que sí entiendo, te he traído una emotiva historia. 

Un General lesionado regresa a casa tras una difícil victoria en el campo enemigo. Debido a su lesion había sido dado de baja para recuperarse. Al llegar, todos preguntaban cómo había sido y cómo se sentía al respecto. Trataban de evaluarlo todo el tiempo para detectar anomalías en su comportamiento. Algunos especulaban sobre lo complicado que podría ser volver a integrarse y cuchicheaban sobre los tantos militares con secuelas que le imposibilitan retornar a su vida habitual. Sin embargo, ese no era el caso. El ex militar estaba entusiasmado por regresar con su familia, feliz de que sería útil en casa y narraba con orgullo algunas de sus hazañas. Aparentemente, su estancia entre bombardeos no había tenido mayores consecuencias. 

Durante la primera noche pidió a su esposa mantener encendida al menos una pequeña lámpara de mesa con la excusa de que iba a leer hasta tarde. Luego de una semana, su esposa olvidó este hábito de lectura de su marido, dejando al descubierto una negrura en la habitación. Cuando todas las luces cedieron turno a la oscuridad abrumadora y silenciosa, solo se alcanzaba a escuchar la respiración desesperada del general. La dama encendió rápidamente las luces y quedó alarmada al observar a su esposo en un rincón de la cama, vulnerable y temeroso. Como quien repentinamente quedó ciego sin explicación alguna, lucía aturdido y balbuceaba frases sin sentido. Los temblores y la sudoración se apoderaban cada vez más de su ser. Su esposa se apresuró a abrazarlo, aunque desconcertada, no tenía claro que otra cosa podría hacer para calmarlo. Al recuperar su compostura, acarició el rostro de su amada y sonrió:

GENERAL— Tranquila, solo ha sido un mal sueño, no debes preocuparte. 

Los días transcurrían y poco se habló de esa extraña noche. Durante el día, el General se aventuraba a realizar quehaceres como padre y esposo. Las heridas en su cuerpo poco a poco se iban sanando. 

Se acercaba el cumpleaños número 19 de su hija. Luego de algunos preparativos, finalmente llegó el día. Todos sus amigos y familiares estaban allí. No lograban disimular la curiosidad por ver la participación de su padre en esta festividad después de tantos años lejos. Cantaron con feliz cumpleaños, cortaron la tarta y bailaron por un rato. Era el turno de romper la piñata donde el general haría los honores, cubriendo sus ojos con una venda y golpeándola con un bate de baseball. Al ver a su hija colocar el pañuelo, se fue oscureciendo por completo su vista. Pudo sentir cómo un hormigueo comenzaba a subir por sus piernas. La ansiedad hacía eco dentro de sus oídos y antes de poder notarlo ya había perdido el control de sí mismo. Los invitados lo observaban perplejos, pero él no podía ver sus rostros; en su mente solo flotaban personajes de una historia que solamente él conocía. Antes de poder sumergirse por completo en sus pensamientos y entre toda la grotesca negrura, podía escuchar la voz de su hija.

HIJA— Papá, por favor, reacciona, que sucede, soy yo, mírame. Por favor cálmate. 

Entre gritos y sollozos, su hija trataba de calmarlo. Al reaccionar, su mirada reflejaba la angustia y el cansancio que trató de ocultar desde su llegada. Todos se fueron y nadie en casa era capaz de debatir sobre lo sucedido. Aunque el ambiente era incómodo, su hija le pidió hablar en el jardín trasero. 

HIJA— Padre, ¿temes a la oscuridad?

GENERAL— Tonterías, ¿quién ha dicho eso?

HIJA— ¿Sabes que está bien hablarlo si algo malo te está pasando?

GENERAL—¿Qué es esto? Mi pequeña niña ya es toda una adulta y me está dando consejos.

HIJA— Cuando te fuiste me sentía abandonada. Me aislé y fui muy dura con mamá. Ella no dice nada, pero también lo pasó muy mal. ¿Comprendes? Yo estaba en una edad difícil y comencé a juntarme con personas realmente malas. Me tomó mucho tiempo escapar de ese ambiente peligroso y desgastante. No lo habría hecho sin ayuda. 

GENERAL— Perdón. Perdón por ausentarme, por no poder protegerte de las cosas malas que te han sucedido. Lo único que me mantuvo con vida todo ese tiempo fue el deseo de verlas otra vez. Te prometo que no volveré a irme.

HIJA— Sabemos que no ha sido fácil para ti. Nunca te culpamos. Somos conscientes de cuanto haz sufrido todos estos años por estar lejos. ¿Ha sido un largo camino de regreso a casa cierto?

GENERAL— Lo fue. 

Sus palabras fueron respaldadas por un largo suspiro que dio comienzo a la narrativa de los verdaderos tormentos que tuvo que atravesar.  Entre tartamudeos se llenaba de aliento para completar las frases.

GENERAL— Yo, yo debía haber regresado un año antes. Pero, fui secuestrado junto a otros compañeros. Nos torturaron de las formas más crueles posibles. Durante todo un año nos mantuvieron encerrados en un pequeño y oxidado tráiler. La oscuridad nos hizo olvidar cómo lucían nuestros propios rostros. No estoy seguro de qué punto respirar se hacía insoportable y nuestras memorias eran menos vívidas. Fue tan difícil mantenernos firmes que cuando nos liberaron era casi imposible recordar con claridad nuestros nombres. Para entonces muchos se habían enloquecido o se habían suicidado y solo pudimos detallar sus cuerpos descompuestos una vez que se abrieron las puertas de aquel maldito remolque.

La hija solo se decidió a escuchar a su padre; las grandes hazañas de las que se enorgullecía eran solo el lienzo que adornaba la miseria en que estuvo deambulando durante años. Su terror a la oscuridad se tornaba entonces razonable. Que permaneciera cuerdo lucía entonces como la mayor prueba de amor y valentía. Lo contemplaba orgullosa mientras este hablaba, reprimiendo su llanto para no mostrarse débil. Forzaba a sus lágrimas a retornar, pues hoy era su héroe quien necesitaba ser salvado. Era hoy el día en que su guerrero de brillante armadura dejaría en el suelo toda la carga que le impedía avanzar. Pasaron toda la noche bajo la luz de las estrellas que parpadeaban para abrazar al hombre valiente. 

Un nuevo día llegó y con él no tardó en aparecer el anochecer. Al General le esperaba en casa una dulce sorpresa. Casi corriendo lo llevaron de la mano al cuarto. Apagaron las luces y, mientras la ansiedad se alistaba para cubrir su cuerpo de desesperación, comenzó a titilar en el tejado toda una galaxia. Cientos de estrellas daban la bienvenida con majestuosidad. Ahora todo un cielo estrellado adornaba la oscuridad de su recámara. 

HIJA— Ahora estás en casa. Seremos valientes juntos. Ha sido un largo recorrido hasta aquí, así que solo descansa. Ciertamente, no podemos definir cuánta maldad nos asecha desde la oscuridad, pero si contemplas a tu alrededor siempre existirá una estrella que ilumine tu camino de regreso a casa, incluso si las estrellas no hacen acto de presencia; esa noche bajaré toda la galaxia y la haré brillar para ti. No tienes que pasar por esto solo, tus miedos serán los nuestros y los superaremos juntos. Así que descansa, ese largo viaje llegó a su fin, ahora estás en casa. 

Esta no es solo una historia conmovedora que, siendo sincera, me gustaría leerla una y otra vez. Hay detalles en ella que nos muestran cómo hasta las personas más fuertes pueden sentir un miedo irracional y paralizante. No minimices los temores de otros, pero sobre todo no minimices los tuyos. No estás exagerando, no son tonterías, no son debilidades. Son heridas sin sanar, son cicatrices que no fueron suturadas y que es hora de cerrar. 

Cuando haces lo que más temes, entonces puedes hacer cualquier cosa.

                                  Stephen Richards

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