Esta vez sorprendentemente desconozco qué introducción darle a este nuevo capítulo. Quizás porque estoy ajena al momento en que todo comenzó a sentirse así. Entonces simplemente hablaré de este instante. Este glorioso momento en que he podido hacer una pausa para observar por mi ventana.
Hoy el clima en Moscú, es bastante raro, podría hacer feliz a quienes tienen a quien los arrope y bastante desgraciados a quienes no sienten más que frío, incluso en primavera. He notado algo: durante el invierno todos los árboles yacen deshojados, frívolos y sin movimiento; llenos de nieve y es imposible escuchar el cantar de las aves. Sin margen de tiempo aparece la antesala del verano y repentinamente todas las plantas se tornan pintorescas, llenas de flores y dan refugio a los pájaros. Despertar con semejante paisaje es sinónimo de placer, hasta que entre tan colorido momento se destaca reluciente un árbol aparentemente rezagado. Captó mi atención de forma instantánea.
Todos deslumbran y se contonean suavemente por el viento, pero, él no. Permanecía tranquilo, sin hojas ni pajarracos que busquen cobijo en él. Parece triste. ¿Podría estar enfermo? ¿Es simplemente diferente? ¿Por qué ha dejado de florecer?
Casi he perdido la cuenta de las tantas estaciones que he visto pasar en este pequeño balcón; sin embargo, hasta hoy pude notar que era distinto. En ocasiones siento pena de él. Me complacería despertar y verlo en plenitud, iluminando el parque que bajo sus ramas se encuentra.
El tiempo no se detiene, aunque yo me he pausado, ya ha sido un rato mientras muchos pensamientos invadían mi mente. Llegando a mí las más ásperas de las incógnitas. ¿Soy como ese árbol? ¿Quizás me compadezco de él por la similitud que compartimos? ¿Cómo podría compadecerme de tan majestuoso sujeto? Al menos sigue en pie, soportando las frías y cálidas temporadas. Mientras que yo solo parezco desvanecerme de forma efímera con el tiempo.
Puedo entender por qué no decae. El verano, la primavera e incluso el otoño cursan fugazmente por su vida. Mientras todos florecen, solo soporta esta vista a su alrededor, pero no se queja, solo crece. Luego la invernada eterna arrastra consigo a las flores, ahuyenta a su paso a las aves y las personas ya no buscan sombra. La reluciente nieve los transforma a todos en un mismo árbol, tanto que al asomarme por este ventanal no podría adivinar cuál luce enfermo, triste o rezagado. ¿Somos las personas como los árboles? Florecemos en algunas épocas del año y nos despojamos de ello inesperadamente. ¿Somos algunos como ese árbol que no florece?
Calmada, sigo viendo pasar el tiempo mientras deleito mi vista con tan hermoso descubrimiento. Tanto que he comenzado a apreciarlo. Él permanece sereno y robusto, con sus largas y refinadas ramas, ciertamente sin colores pero firme. Tras tantos años que le tomó crecer, finalmente sus raíces se sujetan con fuerza. La suficiente para solo concentrarse en ser cada vez más alto. Quizás no brote y no dé refugio a los avechuchos. Aunque no pueda proteger del sol que se aproxima a los transeúntes, continúa siendo cada vez más alto, si se lo propone, alcanzaría a tocar las nubes. Realmente deseo que seamos las personas como los árboles.
Después de todo, la vida se trata de crecer sanos, brotar en algunas ocasiones y apagarnos para seguir progresando. No importa si no somos de la clase en que germinan preciosas flores o en donde otros buscan abrigo, bastará con que alguien nos descubra entre tantos colores y se interese incluso por el gris deteriorado que nos abraza. Bastará con tener raíces determinadas para asentarnos y escalar más arriba. ¡Eso es! ¡Eso será suficiente!
Aun así, admitiré que me gustaría que una hermosa flor brotara en algunas de sus ramas, incluso si eso supone un milagro. Pero pronto pasará el verano y en las frías noches, donde no podré salir al balcón, sé que destacará con su elegante traje blanco. Somos similares. No somos frondosos, pero sí obstinados. Aun cuando alguien corta nuestras ramas, otras nuevas se determinan a crecer. Hemos soportado la ventisca, la lluvia y la neblina para disfrutar del cálido estío o el glamour de la luna. Así que, después de todo, soy como ese árbol que no florece.
La soledad era eterna
y el silencio inacabable.
Me detuve como un árbol
y oí hablar a los árboles.
Versos del gran poeta Juan Ramón Jiménez (1881-1958)
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𝕄𝕖𝕟𝕥𝕚𝕤 ℙ𝕠𝕥𝕖𝕤𝕥𝕒𝕤
Ficción históricaHola mi querido lector, ¿no sé si te han preguntado esto hoy, pero, está todo realmente bien? Desearía poder escuchar una respuesta positiva, ¿pero como es que siempre hay algo que nos está molestando? Lo sé, es tan agotador y frustrante, ciertament...