A algunos años luz de distancia, en un imperio cercano gobierna un valeroso rey, su nombre es Dominic. Se aloja entre las grandes torres y paredes de un castillo distante. Protegido por enormes dragones y guardias dispuestos a dar su vida por él. A pesar de ser un joven emperador, ha ganado con todo mérito su título de alteza. Ha luchado entre saqueadores y bestias asesinas que solo buscan alterar la paz de su pueblo. Entre las damas se rumorea que no ha existido antes un guerrero más fuerte y vigoroso. Sus súbditos lo adoran, pues este deja la seguridad de sus instalaciones cada día para acumular pequeñas proezas que lo hagan sentir digno de su presuntuosa corona. La empatía y bondad que emana podrían deberse a que no siempre fue un gobernante, aunque otros dicen que se atribuye a todas las veces que la muerte lo ha dejado escapar, volviéndolo más humilde.
Durante media década, Dominic, ha logrado reinar sin complicaciones. Cumple con su deber día y noche hasta el cansancio, en ocasiones con tan solo un bocado de comida. Para conseguirlo, el joven amo ha de llevar a cabo una misión extraoficial y peligrosa. Debe batirse rudamente entre ancianas dispuestas a sacrificar sus pocos años de vida. Con tal de no perder sus reliquias, las cuales les terminan siendo arrebatadas con algo de suerte. A de escabullirse entre una manada de zombis hambrientos que se avalancha para ultrajar su botín. Finalmente, tras acalorados cambios de escena, termina por llegar al majestuoso unicornio que le concederá el poder para recargar su salud y energía, a cambio de los tesoros recolectados. Pocos conocen las grandes hazañas que debe librar el monarca para viajar hasta ese lugar. Debe moverse entre mundos y dimensiones diferentes, aunque el regreso parece sencillo gracias al poderío que le fue conferido por el místico animal.
Luego de una noche intranquila, observaba desde sus aposentos al vulgo en paz que aún dormía, surgió de repente una voz que lo exaltó de su tranquilidad.
‒ ¡Qué desorden! Domi cariño, ¿estás en tu recámara? ‒ Su majestad fruncía el ceño sin dar respuesta, forzando a la voz ambulante a irrumpir en la habitación.
‒ Domi, ¿a caso no escuchas cuando te hablo? Ayer regresaste tan tarde que me parece sorprendente que estés despierto a estas horas ‒ Una señora sencilla y diminuta era la portadora de aquellos imponentes gritos. Ostentaba arrugas que combinaban perfectamente con sus ojos cansados, sus rizos blancos cedían la gala a la deslumbrante tiara. El monarca llegaba a olvidar la mayoría del tiempo a este personaje crucial de su reino, en ocasiones le irritaba. Aun así, gracias a ella, su corazón fue consolado muchas veces. En cada ocasión que enfermó fueron sus manos arrugadas, las que regeneraban su capacidad física y le brindaba el soporte de su espalda cansada siempre que perecía en sus incansables batallas.
— La Gran Reina Madre ‒ Cortésmente y con una leve sonrisa saludaba el joven rey, acompañándose de una sutil reverencia ‒
— Deja tus tonteras Domi y recoge un poco este basurero que parece de todos menos un palacio. Reina madre ni que ocho cuartos, ya fuera yo reina y anduviera tocándome las narices todo el día. Venga recoge ‒ De un portazo salió de la habitación y hablaba consigo misma de un modo hostil y cascarrabias.
Nuestro soberano proviene del país de las maravillas, o bueno, eso dice siempre la Reina Madre. Nació de su vientre y lo protegieron sus brazos mientras aprendía a caminar. Pero, es ahora ese reino, su lugar seguro. Estos pensamientos demuestran que no importa que ocupación desempeñes, ante tu progenitora siempre lucirás pequeño y sin ideas realistas. Sin dilación, el emperador reanuda sus obligaciones, no sin antes saludar con júbilo a sus fieles soldados.
— ¡Hoy será un día victorioso mis queridos milicos! Vayamos por la cabeza de esos herejes que profanan la calma de nuestras tierras ‒ Concluye el breve discurso y se expanden imaginarios gritos de orgullo y pasión; de manera rápida se adentran hacia la dura pugna. Tomó tres días y tres noches alcanzar el triunfo. Los combatientes regresaron con heridas y dolores incapacitantes. Con su maná aparentemente deteriorado se aferraban a cantos de victoria, utilizaban sus espadas como muletas y en las manos se enredaban cabellos como hilos que sostenían las cabezas de aquellos mentados heterodoxos. Sin algún motivo, recuperarse estaba tardando más de lo esperado, así que el emperador recurrió a un poco del poder excedente dado por el unicornio. Solo entonces comenzaba a sentir como su vitalidad resurgía. Un torbellino de recuerdos algo irreales, para él, aparecieron en forma de carrusel. Quizás estaba viendo el futuro, pensó, o bien podría ser un efecto secundario por la semejante dosis que utilizó. Como apagón nocturno, se fueron todas las luces y quedó inmerso en un infinito universo negro. Su corazón latía como maratonista inexperto. Se desesperaba a cada segundo e intentaba unir recuerdos para interiorizar cómo se teletransportó hacia aquel sitio. Encerrado en aquel espacio sin fin, se obsesionó casi al instante con encontrar una respectiva salida. Así, tras un recorrido exhaustivo en círculos, un destello iba creciendo frente él; iluminaba el lugar y aunque la imagen era algo borrosa, su majestad, tenía muy claro de ver a su madre llorando en el suelo. Intentaba acariciarla, pero su cuerpo, que yacía inmóvil, se negaba a obedecer su mandato.
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𝕄𝕖𝕟𝕥𝕚𝕤 ℙ𝕠𝕥𝕖𝕤𝕥𝕒𝕤
Historical FictionHola mi querido lector, ¿no sé si te han preguntado esto hoy, pero, está todo realmente bien? Desearía poder escuchar una respuesta positiva, ¿pero como es que siempre hay algo que nos está molestando? Lo sé, es tan agotador y frustrante, ciertament...