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Severus miró a la niña que jugaba a unos metros de él. Un mes había pasado. Un mes en que su vida dio un giro de ciento ochenta grados.

Pasó de vivir en un pequeño departamento, a vivir en una casa ni tan grande, ni tan pequeña, sino que más bien mediana, con tres habitaciones y un baño. Sus muebles eran todos nuevos y Hermione tenía su propia habitación. Era una casa adecuada para dos o más personas. Y fue la única que pudo conseguir a un buen precio.

Tenía espacio para crear sus propias pociones en el sótano y un pequeño patio delantero adecuado para un jardín.

Desgraciadamente, la localización de la casa era algo que no le gustaba. Demasiado cerca del mundo muggle. Él había tenido que conectar su chimenea con la de su trabajo y también tuvo que habilitarla para trasladarse por otros lugares. Incluso a la Mansión Malfoy— y para su disgusto, Narcissa lo había regañado firmemente por no asistir a la cena de navidad y le había hecho jurar que iría a la de año nuevo.

De todos modos, a Snape le gustaba su nueva casa. No estaba en el lugar perfecto, pero era solo un detalle menor que estaba dispuesto a soportar.

Y al menos, pensó, no estaba cerca de los horrorosos suburbios.

"¡Papá!" La dulce vocecita de Hermione lo llamó.

Y ese era otro asunto. La pequeña Insufrible no había dejado de llamarlo papá desde que su jefe lo había nombrado como tal. Hermione parecía creer verdaderamente que él era su padre y no importaba cuanto él se lo negase o le hiciese llamarlo de otra forma, ella simplemente no lo aceptaba y como la pequeña terca que era, seguía llamándolo "papá". Incluso frente a otras personas, fueran magos o muggles.

Al final, él ya se había resignado a ser llamado papá por un tiempo. Dejaría a la niña ser feliz el tiempo que estuviesen juntos y luego la dejaría ir explicándole que realmente no era su padre y listo. Todo solucionado. O bueno, eso esperaba.

"¡Papá!" Hermione volvió a llamarlo, mirándolo desde su lugar en el suelo.

Severus alzó una ceja. "¿Si, Hermione?"

"¿Hades?" La niña preguntó. "¿Onde' esta?"

"No aquí, Hermione." Él respondió con obviedad.

La niña frunció el ceño, inflando sus mejillas molesta.

Sorprendentemente para Severus, Hermione se había encariñado muy rápido y había confiado muy rápido en él. Y solo en él.

Cada vez que veía a algún adulto solía actuar tímida y desconfiada, asegurándose de no perderlo de vista o de paso, simplemente ignorando a la persona y aferrándose fuertemente a él. Sin embargo, desde el primer momento con él fue distinto. Ella confió y creyó rápido y su magia pareció resonar con la suya al instante. Snape podía sentirlo, cada vez que él cargaba a Hermione, cada noche que ella se abrazaba a él mientras dormía—porque la niña había agarrado la costumbre de dormir a su lado y abrazarlo fuertemente desde que estaban en su pequeño departamento—, y cada vez que simplemente estaban en la misma habitación, su magia buscaba a la de Hermione como si fuese necesaria sentirla a su lado y estar pendiente de ella.

Su magia buscaba a la de Hermione y viceversa, pendiente de la otra y necesitando saberla a salvo, necesitando saberla cerca. Como si fuese algo común, como si fuese algo hecho por el destino.

Al igual que en su vida anterior, solamente que en ese momento Severus no le había prestado atención a la sensación y la había ignorado, pensando que era algo normal considerando en la cantidad de peligro en la que ella y Potter estaban inmersos. Porque si, con Potter pasaba lo mismo. Con él también sentía esa resonancia mágica y ese reconocimiento indómito de algo subyacente que se encontraba oculto.

Reflejos iridiscentes |Severitus|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora