TÚ ERES MI LUZ

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Todo está oscuro, hace mucho frío y no sé dónde estoy. Doy un paso y me doy cuenta de que camino sobre una fina capa de agua. Con cada paso que doy suena el chapoteo del agua y un eco de cada una de las pisadas.

Me siento solo, me siento vacío y roto. Es como si mi corazón dejase de sentir y mi cabeza no fuera capaz de vislumbrar nada más allá de la tristeza y el malestar. Me entran ganas de llorar.
Después de un rato ya no quiero seguir caminando, así que me termino sentando abrazando mis piernas mientras lloro desconsoladamente.

—Se acabó —digo entre sollozos—, no aguanto más. No quiero seguir.

Empiezo a escuchar una voz desde la profundidad de la oscuridad y dejo de llorar para poder entender lo que dice.

—¡Bruno!

Es una voz dulce y cálida. Como me reconforta oírla. Dice mi nombre repetidas veces y cada vez se acerca más a mí.

—Bruno, cariño. Estoy aquí.

Es mi madre, puedo reconocerla. De repente el cielo se ilumina y el suelo pasa de ser una inmensa oscuridad llena de lágrimas a ser un pasto verde, mientras un sol reconfortante cae sobre mis mejillas y mi frente. Que bien se siente. Ya no tengo ganas de llorar. Me levanto y siento una mano posarse sobre mi hombro.

—Bruno, mi amor.

—¿Mama?

—Bruno, mi vida. Levanta cariño, estás teniendo una pesadilla.

—Era todo una pesadilla... ¿Estaba soñando? —Me froto los ojos y los tengo encharcados en lágrimas. Son unas lágrimas que saben a dolor pero a la vez a alivio.

—Cariño, estabas llorando y moviéndote bruscamente mientras dormías, estaba muy preocupada.

Abrazo a mi madre y le doy las gracias. Ella no sabe por qué se las doy; y yo aún menos. Pero como siempre, ha sido la luz que ha iluminado la oscuridad que me rodeaba.

—Te quiero mucho Bruno —me dice mientras me estruja con sus brazos.

—Y yo a ti mama, pero por favor, no me chafes —me rio mientras le abrazo con ganas de que nunca termine ese abrazo.

—Oye Bruno, ¿a qué hora tienes clase hoy?

Miro la hora.

—A las... ¡Nueve! ¡Mama son las ocho y media, llego justísimo! ¡No me desperté con la alarma! Otra vez... —siempre llego tarde y lo odio.

Mi madre se ríe mientras me da un último beso en la mejilla y se dirige a la puerta de mi habitación.

—Te quiero, Bruno.

—Y yo a ti mama, mucho mucho mucho —Sale de la habitación y cierra la puerta.

Me visto corriendo con lo primero que encuentro. Me peino como buenamente puedo y bajo las escaleras corriendo hacia al primer piso. Casi me caigo bajando las escaleras, seré muy atlético, pero para estos momentos soy algo torpe. Finalmente, llego a la cocina vivo.
Hay un vaso de café con leche preparado. Mi madre siempre hace café con leche para todos los que estamos en casa para desayunar, es muy atenta y se lo agradezco de corazón.
Me bebo el vaso de leche, cojo mi skate y mi USB con la presentación final de filosofía y me voy corriendo

—¡Hasta luego! —cierro la puerta de casa y me voy encima de mi skate lo más rápido que puedo al instituto.

Llego a clase cinco minutos tarde. Están todos ya sentados y me da la sensación como si llevasen haciendo clase desde hace media hora, siempre me pasa igual. Es la última clase de matemáticas y, aunque hayan pasado tan solo cinco minutos, ya no entiendo nada de lo que hablan.

Lágrimas prohibidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora