BIENVENIDO AL PARAÍSO

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Después de tres horas de viaje, parece que salimos de las autopistas largas y aburridas y empezamos a entrar en calles algo más rupestres y diferentes. No tardo mucho en abrir las ventanillas del coche y respirar profundamente por la nariz para sentir el olor a campo. Tomateras, pimientos, cebollas... Mi padre baja el volumen de la radio, yo termino de abrir la ventana trasera izquierda del coche y apoyo mi codo izquierdo en la ventana abierta para después sujetar mi barbilla con la palma de mi mano. Entonces, respiro profundamente por la nariz y empiezo a sentir los miles de estímulos que percibo en ese momento. El olor de la tierra húmeda, junto al perfume de las hojas de las tomateras húmedas debido al rocío de la mañana, los pájaros cantando una melodía la mar de relajante, el ligero sonido constante del motor del coche yendo en bajas revoluciones manteniendo la velocidad, el sol dando directo en los huertos y en mi piel... Me sentía como en un paraíso. Un conjunto de olores increíbles y únicos que tanto me encantan. A decir verdad, amo el olor a campo. Excepto en aquellos momentos donde el olor a mierda de vaca o caballo arruina todo el "coctel" de buenos olores. Aunque eso forma parte de ese conjunto de olores tan especial y único del que hablaba. Pero normalmente esto lo suele estropear todo.

— Chicos, preparados porque en quince minutos llegamos y tenemos que tener todo listo para "desembarcar" el carruaje.

— Yo solo tengo la maleta papa, la Nintendo la guardo en mi bolsillo.

— Yo igual, solo tengo el móvil y la maleta.

— Bruno, ¿lo tienes todo preparado? —no tardo en pensar en la cantidad de cosas que tengo que llevar.

—Eh... ¡Sí! No te preocupes —rio por no llorar— ¡Todo controlado!

A media que nos acercamos empieza a aparecer algo de civilización, pero al contrario de lo que pareciera ser un pueblo en medio de tanto campo, simplemente acabó siendo varias pequeñas casas de los hortelanos que trabajaban en los campos de conreo que estábamos cruzando constantemente. Era una carretera vagamente asfaltada, en medio de la nada, rodeado de campos de cultivo. A penas había algunos árboles, todo era llano y si no había plantas con sus frutos o verduras, era todo tierra arada o por arar.

Unos minutos después nos acercamos a lo que parece una especie de lugar lleno de casetas de madera, todas ellas colocadas estratégicamente para que cupiera el máximo número posible de ellas en el menor espacio. En una esquina del lugar había una zona reservada para caravanas, qué fantasía.

— Papa, ¿eso es mariguana? —pregunta uno de mis hermanos.

— ¿Dónde? —observa a su Izquierda para luego mirar a su derecha— Ah, eso. Pues parece ser, sí. —nos reímos todos a carcajadas.

Yo no puedo evitar inhalar profundamente por la nariz intentando oler que aroma tiene la planta, de forma fallida, ya que no atisbo ningún aroma distinto o extraño.

Finalmente, a escasos metros de los campos de mariguana, cruzamos un pasillo de tierra seca con marcas de ruedas que nos acaba dejando al lado de una pequeña cabina con una barrera levadiza. Mi padre baja la ventanilla de su asiento y entabla conversación con el hombre de seguridad. Estamos ahí unos segundos hasta que finalmente sube la barrera y nos deja pasar. Seguimos avanzando dentro del coche. Está lleno de gente. Sobretodo, niños y niñas de como mucho catorce años jugando a cualquier deporte que el entorno les permite. Hay canchas de fútbol, de baloncesto, tenis, pádel, frontón e incluso porterías en la piscina para jugar waterpolo. Las casetas donde vive cada familia están perfectamente ordenadas por "calidad". Había una zona de lujo, no tan organizada y con mayor espacio entre caseta y mayores patios. Pero también había una zona menos lujosa, más organizada y apretada con a penas espacio, además de un patio frontal, que juntaba con la carretera de tierra que a la vez este juntaba todas las casetas y te permitía salir del camping cuando lo desearas. Se notaba una clara diferencia entre las pocas personas que podían pagar un lugar algo más "lujoso" que cualquier persona que simplemente optaba por algo más económico. Aparte de todo esto, había una gran zona llena de caravanas y parecía una especie de comunidad donde todos se conocían y la confianza era tal, que estas siempre estaban abiertas y sin vigilancia.

No tardamos en llegar a nuestra caseta, y cuando lo hacemos, mi padre aparca en un hueco específico que hay al lado de casa, asumo que se hizo para dejar el coche, ya que a pesar de algo justo, cabe.

—  Bueno, chicos, hemos llegado. ¿Qué os parece?

Yo estoy ilusionado por el cambio de aires de estas vacaciones, pero no voy a negar que la zona "común" es bastante descuidada y cutre comparada con la zona lujosa.

— ¡Muy chulo todo! He visto que hay canchas de fútbol y baloncesto, podemos ir luego cuando hayamos descansado un poco. También creo haber visto una piscina, voy a estar ahí todo el día, todos los días. — no sé porque no tengo gran ilusión, supongo por todo lo que me ha estado pasando este año, pero intento ver sonreír de felicidad a mis padres y no me cuesta nada animarles diciendo que me gusta el sitio.

Salimos del coche, cogemos maletas, mochilas, y bolsas y las llevamos a la entrada de la caseta. Soy el único en hacer dos viajes; quien me mandaría preparar todo a última hora.
Cuando recojo mis últimas cosas, me paro en frente de la casa, mirando al detalle el lugar. La caseta es de madera y se ve algo desgastada por el tiempo, llena de moho por las zonas donde aparentemente hay más humedad y madera reseca e incluso agrietada en las zonas donde el sol es más directo. A la derecha de esta hay un mini parking para los coches, pero básicamente es un hueco vacío al lado de la caseta, se podría haber utilizado para hacer una barbacoa en caso de haber venido en tren o autobús. En frente de la caseta hay una zona de estar, delimitada con unas vallas de madera que la rodean, con una mesa del mismo material y sin sillas; asumo que se usarán las que están dentro de casa. Justo al lado contrario donde está el aparcamiento, hay una pequeña barbacoa "portátil" metálica, de forma redondeada, pequeña, algo quemada y oxidada. Rodeando el porche de la entrada había unas plantas trepadoras, le daban un toque más bonito y no tan rústico como podía ser. El suelo de la carretera principal era completamente de tierra y algo irregular para pasar con un coche, a pesar de que estaba hecha específicamente para ir en ellos. Nosotros estamos al final de este pasillo de tierra y como "pared" tenemos un muro de arbustos, con un espacio que aparentemente se ha roto a propósito por otros huéspedes, del tamaño de una persona; en medio de la barrera de arbustos. Asumo que para poder cruzar directamente a la zona común, para pegar antes a la piscina y restaurante.

— Bruno —escucho de fondo, pero no reacciono— ¿eo? Tierra llamando a Bruno.

—¿Qué? —sueno desorientado. Vuelvo de mi sueño estando despierto.— Estaba embobado analizando el lugar, no sé porque siento que va a ser un lugar especial para mí.

— Venga va —dice mi madre— vamos dentro que me tenéis que ayudar con la comida.

— Voy, voy... Es que...

— ¿Sucede algo mi amor? —dice con un tono preocupado y, a la vez, tierno. Como siempre.

— No sé ... Me siento extraño... Supongo es algo que comí que me sentó mal. —miento, pero tampoco sé cómo explicárselo— ¡entro a ayudar!

Todavía sigo algo extraño, no paro de pensar que quiero explorar todo el lugar y que quiero disfrutar de mis vacaciones como nunca lo he hecho antes. Pero eso no quita que siga teniendo esa sensación en mi pecho.

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⏰ Última actualización: Oct 05 ⏰

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Lágrimas prohibidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora