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—¡Le damos la bienvenida a su majestad, el Gran Rey de Creighton!

Evann, que se había entretenido admirando los altos árboles y los frondosos arbustos cuidadosamente podados a su alrededor, desvió sus ojos hacia el origen de todo aquel bullicio. Los sonidos distintivos que causaban los cascos de los caballos al chocar contra los caminos de piedra habían llegado hasta el punto en que, para el completo disgusto de Evann, resultaban imposibles de ignorar.

El día finalmente llegó, y poco le sorprendía que no fuera capaz de sentir algo cercano a la emoción, la felicidad o el júbilo.

En su lugar, lo único en lo que el príncipe omega podía pensar era en su gran deseo de largarse de ese sitio, antes de que el rey de Creighton bajara de ese magnífico y sofisticado carruaje dorado.

Sin embargo, en contra de sus propios pensamientos, Evann permaneció allí, de pie y con su orgullo intacto. No titubearía, ni se mostraría perturbado o afectado por la aparición de aquel alfa.

Esa ínfima necesidad que tenía de irse, gritar y negarse con todas sus fuerzas a lo que estaba ocurriendo era solo parte de él mismo y de sus propios sentimientos. Era lo que Evann quería, pero no lo que el príncipe heredero al trono de Namyria tenía que hacer.

Afortunadamente, estaba más que acostumbrado a ser el príncipe, por encima de todo y todos. Ser simplemente Evann era algo que no hacía desde hace poco más de una década.

Ante el anuncio de la llegada del rey del norte, los fieles soldados de su padre bajaron la mirada, usando la mano derecha para sujetar con firmeza el mango de sus espadas enfundadas. A continuación, los soldados condujeron su mano libre a la altura de su espalda baja, formando un puño con ella al reverenciarse, rindiéndole el debido respeto y homenaje a un invitado de tal importancia.

Evann, por su parte, concentró toda su atención en el carruaje que los soldados del norte protegían con su vida. Aquel que transportó durante días al gobernante de una nación tan rica y poderosa como lo era el Reino de Creighton.

—¡Abran paso a Aleksander Hawthrone, el Gran Gobernador del Norte! —apenas finalizó el anuncio, el hombre retrocedió unos cuantos pasos e hizo con su cuerpo una profunda inclinación, tan pronunciada como la que había visto hacer a los soldados.

Después de ello, todo comenzó a suceder lenta y tortuosamente. Evann no pudo apartar sus ojos del hombre que bajaba del carruaje, que a diferencia de muchos reyes y nobles que Evann conocía, no ordenó a los soldados o a algún criado cerca de él ayudarlo a bajar los escalones de su carruaje. Aleksander bajó por sí solo frente a la mirada atenta de todos los presentes, capaz de llamar la atención con su presencia imponente y gran estatura.

Aleksander era, sin duda, un alfa de pies a cabeza. El hombre incluso transmitía en sus pasos seguros el inmenso poder que poseía, algo que únicamente podría lograr alguien que tenía casi la mitad del continente a sus pies. El norte le pertenecía casi por completo y su influencia sobre Rigrea era innegable. Tan solo verlo bastaría para que cualquiera pudiera darse cuenta de ello.

Creighton era una nación inmensa y sus dominios se extendían por la mayor parte de los territorios del norte. Mientras que su más grande fortaleza era su poder y el exorbitante número de su ejército, sus gélidos meses de invierno eran su principal debilidad.

Los inviernos allí eran los más duros y largos de la región, siendo la temporada en la que Creighton necesitaba del comercio y los tratos con otros reinos más que nunca. Establecer una alianza con Namyria, aquel rico territorio en el que la calidez prevalecía y donde el alimento estaba asegurado, era como una enorme y jugosa fruta que les era servida en épocas de hambre y escasez.

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