10.

153 28 0
                                    

Esa mañana, el viento gélido que bajó de las montañas estuvo bastante cerca de ganar la batalla contra la calidez que irradiaba la chimenea ardiente.

No había día en el que su dormitorio no se sintiera de esa manera, como una prisión fría, descolorida y sin vida. El lujo que caracterizaba cada ornamento y adorno no deshacía la intensa sensación de estar atrapado, deseando estar en otro lugar, en su hogar, donde las flores parecían más brillantes y el cielo un poco más azul.

Gabhan hacía lo que podía para mantenerlo distraído, pero el acelerado paso de los días también acabó afectando a su fiel servidor. Evann nunca antes había deseado con tanta fuerza regresar a sus tierras, porque a diferencia de todos los viajes que tuvo que emprender en su vida, este era el único en el que no sabía cuándo podría volver.

La posibilidad de que tal vez nunca pudiera hacerlo era incluso más devastadora que cualquier otra cosa que hubiera pensado antes, porque aunque su mente y su cuerpo tuvieran que permanecer en Creighton, su corazón aún latía en la joya de Rigrea, justo sobre Namyria.

Por más que el ánimo fuera nulo, salir de sus aposentos era parte de sus obligaciones. Evann pasó días en su alcoba, encerrado y sin intenciones de recorrer la residencia real, pero dentro de un palacio tan grande como ese, los rumores en un par de horas se difundían hasta llegar a los oídos de una incontable cantidad de personas. Nadie había visto al consorte fuera de sus aposentos después de la creación de su altar nupcial, ausente en las apariciones públicas de Aleksander y lejos de cualquier lugar en el que el alfa pudiera estar.

Evann se excusó por ello, argumentando que el malestar de su marca lo hacía sentirse cansado, y a pesar de que su justificación funcionó durante un tiempo, era hora de atender sus deberes en el palacio si no quería avivar los malintencionados murmuros de la gente.

Si su corazón estaba en Namyria o no, Evann decidió que ya no debía importarle.

—Es un honor tenerlo aquí, su excelencia —Ophelia lo saludó con la inclinación correspondiente, imitada en seguida por los sirvientes detrás de ella—. Puede pedirnos cualquier cosa que necesite, estamos a su disposición.

—Muchas gracias, señora Ophelia —la anciana le sonrió amablemente, con ojos suaves y un gesto apacible—. He venido a verificar que todo esté en orden.

Ophelia no le pidió más explicaciones, asintiendo hacia Evann antes de dirigirse a los criados que la acompañaban.

—Ya han oído al rey consorte. Que todos sepan que su majestad está aquí y que actúen como es debido en su presencia, o los castigaré uno a uno personalmente —cada uno de los sirvientes se retiró después de recibir su orden, desapareciendo rápidamente por las puertas. Ophelia esperó hasta estar segura de que todos se habían ido, volviéndose hacia Evann con la mirada baja—. Nos hace muy felices tenerlo aquí, mi señor. Este palacio realmente necesitaba de la figura de un consorte, el rey Aleksander siempre ha estado demasiado ocupado con el gobierno como para preocuparse por los deseos y estados de su servidumbre.

Evann le regaló una pequeña sonrisa a la omega mayor. Y por primera vez en semanas, lo hacía con sinceridad.

—Levanta la mirada, Ophelia —le ordenó, satisfecho cuando la mujer cumplió lo pedido sin titubear—. ¿Quién se ocupó de la servidumbre antes?

—Yo misma, mi señor. Ha sido difícil para mí estar a cargo y llevar tantas responsabilidades sobre mi vieja espalda, pero con usted aquí sé que todo cambiará para mejor. Mis antiguas labores son ahora suyas por derecho, así que juro ante su presencia que no me entrometeré en sus futuras decisiones y que ni siquiera me atreveré a contradecir lo que usted crea bueno para nosotros.

Derecho a la Corona | Omegaverse BL ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora