Aunque no lo había pedido, ni lo quería, la corte de su padre no dudó en hacerle saber toda clase de rumores respecto al Reino de Creighton mucho antes de su partida.
Recordar toda la información era imposible, pero Evann sabía que aun así terminaría averiguando qué tanto de lo que aquellos nobles le habían dicho fue real, a la par que descubría qué era falso.
E incluso ahora estaba comenzando a hacerlo.
Los paisajes de Creighton eran boscosos y llenos de vegetación, con árboles altos y gigantescas montañas a la distancia, siempre visibles sin importar a qué dirección se mirase. Aunque la temporada de invierno aún no comenzaba, era fácil notar que el frío, al parecer, nunca dejaba de estar presente en el ambiente. Era algo nuevo para Evann, puesto a que en Namyria el frío solo se podía apreciar cuando la época invernal llegaba y la delicada nieve caía, cubriendo cada pequeña esquina de su amado reino hasta la primavera.
A pesar de que en Creighton el sol salía con normalidad, no era capaz de obsequiarles la misma calidez con la que mantenía un clima soleado, cálido y agradable en Namyria.
El omega no ocultó su interés por aquel nuevo territorio, contemplando a través de la ventana de su carruaje los bosques, las flores silvestres y las aves que se alzaban en el cielo sin obstáculos. Sin embargo, tras nueve lunas contadas, el décimo día de viaje le regaló a Evann algo más que ese paisaje natural que lo había acompañado durante su travesía hacia Hargem, la capital de Creighton.
Los senderos que recorrían los habían llevado desde las más sencillas aldeas a los más pintorescos pueblos, donde niños, hombres y mujeres de distintas castas residían desde su nacimiento. Pero, aun con lo mucho que Evann pudo desear ver algo más, no dijo nada cuando Gabhan cerró las finas cortinas del carruaje por órdenes del rey Aleksander.
Los soldados armados, el relinchar de los caballos y los grandes carruajes dorados llamaban mucho la atención de las personas. Por precaución, la visibilidad del pueblo hacia el interior del carruaje tenía que ser bloqueada.
No era el día ni el momento adecuado para que los habitantes de Creighton conocieran a su próximo rey consorte, por lo que Evann no apartó las cortinas hasta que estuvo seguro de que el último pueblo había quedado atrás, apenas logrando ver a lo lejos las granjas, los graneros y las pequeñas casas construidas con poco más que barro, piedra y troncos de madera.
Por el momento, aquella se convirtió en una encantadora manera de entretenerse e ignorar a su prometido, descubriendo que eso era mucho más fácil que intentar hablar con el alfa. Evann había sido advertido de ello, le dijeron muchas veces que los hombres del norte solían hablar muy poco, y que no eran los mejores expresándose mediante sus palabras. Y aunque al principio le resultó más una exageración que una verdad, Evann no podía descartar la idea aún.
Aleksander no hablaba más que para lo necesario y no permanecía dentro del carruaje el tiempo suficiente como para que el aburrimiento lo forzara a entablar una conversación con el omega que pronto sería su esposo y enlace. El hombre no estaba evitándolo, pero tampoco parecía tener algún interés en hablar con él.
Y Evann no iba ni podía culparlo por eso. A fin de cuentas, ambos eran aún simples extraños para el otro.
Es por eso que, en silencio, Evann agradeció que el alfa dejara a Gabhan viajar junto a él en el carruaje que se suponía estaba destinado solo para el traslado del rey y su futuro consorte. Fue un buen detalle, pese a que no sabía qué había hecho a Aleksander tomar tal decisión.
Evann, de todos modos, no planeaba preguntárselo.
—¿Tiene hambre, príncipe? ¿O quizás sed? —el beta de cabello castaño cobrizo abrió las cortinas del carruaje para dejar pasar algo más de luz, volviendo para sentarse a su lado—. En la última parada algunos sirvientes bajaron al pueblo para traer agua, canastas de comida y frutos secos. Les pedí que trajeran hojas de skreia para poder prepararle una taza de té si tiene frío.
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Derecho a la Corona | Omegaverse BL ©
FantasíaEl viento ha traído consigo el escalofriante aroma de la guerra. La sangre de los caídos se esparce como un tinte carmín que ha manchado la armonía y el equilibrio del continente, mientras que el murmuro de una batalla inminente recorre cada rincón...