Miradas.

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Me acomodé en el rincón más sombrío y fresco de la habitación, desde donde podía observarlo detenidamente. La luz tenue filtrándose apenas por la ventana dibujaba sombras sugerentes en su rostro mientras se deslizaba el cabello negro humedecido por la ducha matutina. Sus ojos, cargados de cansancio pero penetrantes, se encontraron con los míos, desencadenando una corriente eléctrica que recorrió mi cuerpo entero.

Mis pupilas se enfocaron en las gotas de agua que descendían por su pecho desnudo y atlético, trazando un camino serpenteante hasta llegar a sus caderas definidas, donde finalmente se desvanecían en la tela de la toalla. Con gesto despreocupado, él apartó su cabello hacia atrás, dejando que una sola hebra se deslizara lentamente por su frente.

Aunque no cruzamos palabra alguna, la conexión entre nuestras miradas era elocuente. La intensidad en sus ojos oscuros me estremecía profundamente. Él permanecía de pie frente a mí, mientras yo seguía sentada, pero en ese silencio compartido, ambos entendíamos perfectamente qué era lo que anhelábamos en ese preciso instante.

Cartas OlvidadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora