Capítulo 14 - Insoportable

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No pensó bien. Ni bien ni mal, realmente. No pensó a secas. Dio por hecho que Rus sería más feliz intentando que Omar se fijara en ella que riñendo a Álvaro continuamente por su poca dedicación a las labores del hogar. Ni siquiera se dio cuenta de que perder a Ruslana significaba vivir en la misma casa que Juanjo. Compartir no sólo amigos, si no espacio, aire, gastos. Al principio no sabía cómo aquello iba a resultar. Pero, aunque solo llevaban 2 semanas conviviendo, Martin podía afirmar sin atisbo de duda que Juanjo era el mejor compañero de piso que había tenido nunca. Por mucho que quisiera odiarlo, cada día, inconscientemente, le daba una razón más para detestarlo un poco menos. Juanjo era, simplemente, una persona que hacía fácil la convivencia. Entendía a la perfección por qué Álvaro y Ruslana lo habían adoptado tan rápidamente, cómo se había convertido en parte del grupo en tan poco tiempo.

Hacía años que Martin no comía comida casera durante el curso, solía alimentarse de pasta con tomate y pechuga de pollo a la plancha hasta que llegaba algún periodo vacacional y podía correr a Getxo para atiborrarse de la comida que hacían su madre y sus abuelas. Fue por ello que se vio altamente sorprendido cuando, el lunes después de que Ruslana se mudara y Juanjo y él comenzaran a compartir piso oficialmente, se encontró dos fiambreras rellenas de un risotto -que olía impresionante- sobre la mesa de la cocina, una con su nombre y otra con el de Álvaro. El maño solía hacerse su propia comida a diario, ya fuera el mismo día o la noche de antes. Eso lo sabía, Rus se lo había contado. Lo que no imaginaba es que este iba a compartir su talento culinario con él. Si Juanjo hubiera estado allí, no se hubiera resistido a agradecerle mil veces como poco, pero el jotero ya se había marchado a la universidad.

Tras todo el día de clase en clase, sentarse en la cafetería con su fiambrera humeante llena de la comida más deliciosa que había comido fuera de su casa en su vida, era reconfortante como mínimo. Mientras comía, a Martin le fue imposible no sonreír tiernamente al imaginarse a Juanjo cocinando a las 7 de la mañana mientras intentaba no hacer ruido para no despertarlos a él ni a Álvaro. Sin duda, había sido un gesto muy considerado que sentía que debía agradecerle. Con ese pensamiento en la mente, tras terminar todo su almuerzo, se marchó a su última clase del día con las fuerzas recargadas.

Al llegar a casa, lo primero que vio fueron las llaves de Juanjo en el mueble de la entrada. Mientras se descalzaba, pensó que era el momento perfecto para darle las gracias al maño. Aunque, cuando dio un par de pasos en el interior del piso pudo ver que el chico no se encontraba en ninguna de las áreas comunes. Decepcionado, caminó hasta su cuarto -el antiguo cuarto de Rus- y cambió su ropa por algo más cómodo. Aquel día Abril había suspendido la clase -posponiéndola para el día siguiente- así que no tenía nada más que hacer que comenzar con su análisis de "El paraíso perdido", tarea que no podía apetecerle menos. Aún así, sacó ganas de donde no las tenía para sentarse frente a su portátil y comenzar a buscar información. No sabía ni por dónde empezar, pero lo cierto es que tardó poco en coger ritmo y en algo más de una hora ya tenía la introducción y había hecho un esquema de todos los puntos que debía tocar. Ahora solo tenía que comprobar en qué biblioteca podía tomar prestado el libro, porque solo recordaba datos sueltos sobre el mismo gracias a su profesora de inglés del instituto, que había estudiado Filología Inglesa y adoraba esa obra de John Milton.

Sintiéndose la persona más productiva del mundo por haber dedicado una hora y media seguida a tareas de la universidad, se levantó del escritorio y salió de su cuarto camino a la cocina. Se había ganado una buena merienda, de esas con plato principal, postre y bebida. Se encontraba tan sumido en sus pensamientos, dándole vueltas a si prefería tostadas de jamón y tomate o de pavo con aguacate, que no fue hasta que puso un pie en la cocina que se dio cuenta de que Juanjo estaba ahí. Se encontraba sentado en la mesa, con el portátil enfrente y unos cascos puestos, tan ensimismado en la pantalla que no se percató de la presencia del menor. Tenía las mejillas coloradas, el pelo chafado debido a la diadema de los auriculares y su ceño profundamente fruncido. Era la primera vez que lo veía con una camiseta que no dejara al descubierto sus grandes brazos y enfatizara la anchura de sus hombros. No iba a decir que esa camiseta de manga corta le quedaba mal porque estaría mintiendo, pero lo prefería con las camisetas de tirantes anchos que solía llevar.
Sin despegar la mirada de su portátil, el maño soltó un sonidito de exasperación y chistó con la lengua en los dientes. Martin continuaba mirándolo desde fuera del pasillo. No pretendía molestarlo, pero iba a ser más raro y mucho menos educado que lo viera revoloteando por la cocina de aquí para allá sin haberle dicho nada para no interrumpirlo que si lo saludaba brevemente y luego seguía con lo suyo. Fue eso mismo lo que hizo. Después de dar dos pasos hacia el interior, Martin se agachó a la altura de la pantalla del ordenador, solo asomando sus ojos por encima de este, y agitó la mano para saludar  a Juanjo.

¿Quién es ese Juanjo? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora