Un sexto sentido me despierta. Ruedo hacia la derecha de la cama rápidamente y esta cruje del peso que aterriza sobre ella. Abro los ojos y miro a la causante de esto: Iria.
—¿Qué intentabas?
—¡Despertarte! ¡¿No estás emocionado?!
—¿Emocionado, por qué? —me rasco la nuca y salgo de las sábanas.
—Hoy empezamos nuestro primer viaje como asesinos de demonios —dice emocionada— ¿Nos enfrentaremos a enemigos fuertes? ¿Salvaremos a mucha gente?
Mientras continúa haciendo sus preguntas al aire, me levanto y estiro. Es reconfortante ver que es feliz, pero también es cargante. Desearía que se lo tomase con un poco más de calma. Busco mi ropa limpia y cuando la encuentro giro para mirar a Iria.
—Deberías bañarte y vestirte. Estás muy contenta para ser un viaje en el que podríamos morir.
—No seas tan pesimista. Es la primera vez que saldré de la ciudad, estoy emocionada.
—Sí, sí.
Agarro mi ropa y voy a los baños. Tras un largo baño salgo vestido y preparado para partir. Pero antes de ir a desayunar me dirijo hacia los túneles. Los recorro corriendo y salgo al cuartel. Allí la gente se me queda mirando al salir, sin embargo, continúo corriendo hasta que salgo a la calle.
Con el sol saliendo a mis espaldas freno mi ritmo y voy caminando por la vía central. Por el camino me cruzo con los comerciantes y artesanos preparando sus puestos para el mercado de hoy. Empiezan desde bien pronto y terminan por la noche, debe ser un trabajo agotador. Sigo mi camino hasta llegar al límite del barrio alto y el bajo. Aquí está: la herrería del anciano.
Me acerco al puesto. No veo al anciano por ninguna parte, así que decido esperar. Durante la espera me entretengo observando sus creaciones: varias armas entre las que hay una espada alargada que nunca había visto antes, una armadura que con solo mirarla puedo sentir lo pesada que es y un escudo con un símbolo cuyo significado desconozco. Este parece ser una espada con alas, por lo que no puedo extraer demasiada información sobre el mismo únicamente observando. Dejo el escudo a un lado y voy a mirar el fuego de la forja.
Unos largos dedos tocan mi hombro. Giro apartándolos de un manotazo. El anciano forjador solamente sonríe en respuesta. Un escalofrío recorre mi espalda por el repelús que me provoca.
—¿A qué debo agradecer tu visita? —pregunta el anciano.
—He venido a buscar la espada que me forjaste.
—¿Puedo saber qué es eso que te ha hecho salir del status quo?
—No es de tu incumbencia.
—Ja, ja, ja, ja, ja. —su risa chirría en mis oídos— Está bien, está bien.
Abre un baúl y empieza a rebuscar en él. Aunque mueve múltiples objetos, los trata con sutileza, tal como la que maneja un padre con sus hijos. Al poco de estar buscando saca la espada negra enfundada en un rectángulo de metal liso. Me pasa mi arma y mis brazos ceden por un instante ante el peso. No recuerdo que la espada fuera tan pesada, así que decido desenfundarla para comprobar mi manejo de la misma. Sin embargo, la espada resulta ser bastante ligera. Decido levantar de nuevo la funda y entonces me doy cuenta: no es la espada.
Miro al anciano y enfundo la espada. El diseño de la misma al parecer surgió solo. El herrero me hizo poner algo de mi sangre mientras la forjaba y el aspecto de la misma se forjó con el contenido de mi alma. Viene bien conocer este detalle, ya que la empuñadura tomó la forma de la cola de un dragón y en el guardamano se formó un pentagrama típicamente representado en los pueblos del norte del continente como un símbolo infernal. Por la cara que puso el anciano al ver la forma de mi espada, debí parecerle muy interesante. Tanto que ahora no me deja marchar cuando me despido.
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El Dios del Mal
FantasyDécadas atrás, el incesante ataque de los demonios golpeó el Imperio de la Humanidad hasta derrumbarlo. Pese a esto el mal fue derrotado y la paz gobernó el continente bajo el mando de la Iglesia Celestial, hasta ahora. Desterrado y condenado a muer...