El cielo lucía grisáceo, y el pasto y las hojas de los árboles estaban empapados por copiosas cantidades de agua, pues había llovido recientemente. A la condesa Rosaura de la casa española de Álvarez y Aguilera, joven mujer de alta cuna, quien iba escoltada por sus cuatro guardias, no le importó manchar su vestido negro y sus zapatillas después de caminar entre charcos de lodo, pues lo que más le mortificaba era ver a lo lejos a aquel padre desolado, hincado frente a una cruz que se encontraba encima de una pequeña tumba en medio de ese cementerio.
—Esperad aquí —ordenó la condesa Rosaura a sus guardias para que detuvieran el paso.
Entonces la condesa caminó poco más de una docena de pasos en medio de lápidas hasta que llegó al hombre que se encontraba frente a la diminuta tumba.
—Es necesario que vengáis conmigo —pidió la condesa Rosaura.
—Acabo de llegar de mi viaje. Solo quería ver su pequeño rostro por última vez, pero llegué muy tarde y no pude asistir al entierro, y por eso ya se encuentra bajo la tierra y no la volveré a ver jamás —contestó Claudio Fabriati, ya sin fuerzas para llorar—. No me importa vuestra ayuda. No quiero saber nada más.
Lo siguiente que ocurrió, fue una gran sorpresa para los presentes. Claudio Fabriati, ante la vista de todos, tomó la pistola que había guardado en su cinturón, giró el cañón hacia sí mismo, abrió la boca y se introdujo el cañón hasta su garganta. Los guardias de la condesa eran hombres con carrera militar y experiencia con el uso de armas, pero aun así saltaron asustados en cuanto escucharon el fuerte estruendo del disparo dentro del cráneo de Claudio Fabriati, y por observar la violencia con la que este salió lanzado hacia atrás, dejando empapado de sangre el pastizal en medio de ese cementerio.
—Orlando Bencivenni es un ser cruel y malvado, únicamente preocupado por satisfacerse con sus depravaciones, y mi esposo, el conde Nicolás Othau, es el único que puede acabar con él, por eso tenéis que venir conmigo —expresó la condesa sin inmutarse después de presenciar el suicidio, hablando con el cadáver, cosa que perturbó y extrañó mucho a sus guardias.
Los soldados totalmente confundidos, no podían entender porque aquella mujer parecía hablar con el cadáver.
—Condesa, ¿por qué estáis dirigiendo vuestras palabras a los oídos sordos de un cadáver? Creo, mi señora, que para una dama de tanta clase como vuestra merced el hablar con un cadáver no es lo más cristiano —comentó un guardia.
—Debéis entender una cosa, este hombre no está muerto —explicó la condesa.
Al escuchar esto, todos los guardias quedaron boquiabiertos y se miraron incrédulos los unos a los otros, sin tener capacidad de respuesta, y prefirieron quedarse callados, aunque en su mente rondaran miles de preguntas, más que nada cuestionando la cordura de su señora, pues no podían entender porque aquella mujer dijo eso después de que aquel hombre se pegara un tiro en la cabeza.
—Veréis, es algo muy simple cuando entendéis cómo funcionan los pactos demoniacos. Claudio Fabriati hizo un pacto demoniaco para salvar a su hija, a cambio de que la niña le fuese entregada para hacerla esposa de Bencivenni.
»La niña fue realmente salvada gracias a ese pacto, y su madre cavó esta tumba falsa para engañar a Bencivenni y a su propio padre para que creyeran muerta a la pequeña, por lo que el no cumplir con la parte del pacto de entregar a la hija, es algo que el demonio no iba a permitir, y por esto no dejara a Claudio Fabriati escapar a su compromiso, ni siquiera a través de la muerte.
Al cabo de unos segundos, los asustados guardias de la condesa recibieron otro golpe a su temple, pues en cuanto observaron que los ojos del rostro de Claudio Fabriati se volvieron a reanimar, ellos no pudieron evitar hacer exclamaciones de susto y desenvainar sus armas en contra del muerto viviente, ya que jamás se hubieran imaginado presenciar una escena así de aterradora.
—Levántate y anda, Claudio Fabriati, es hora de venir conmigo —mandó la condesa Rosaura, y Claudio Fabriati se levantó con el cráneo casi destrozado y aun emanando sangre por sus ojos, nariz, boca y orejas.
Al presenciar esto, los guardias quedaron paralizados por el miedo. Ellos habían sido criados en la fe católica, y habías escuchado historias de cadáveres que se levantaban de sus tumbas, pero al fin presenciar cómo es que se creaba un muerto viviente, les hizo querer salir corriendo del lugar y abandonar el juramento que habían hecho de proteger a la condesa, no obstante, supieron mantenerse firmes y cumplir su deber, aunque muertos del miedo.
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Páctum
HorrorEs una noche de 1629, y Blanca Fabriati, niña de 11 años, se encuentra agonizando en su lecho de muerte por culpa de la gangrena. Si estuvieras en el lugar de sus padres, ¿harías un pacto demoniaco repugnante con tal de salvarla? ¿o preferirías deja...