Los toneles de vino

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La condesa misma sabía que no tenía la experiencia ni el conocimiento para comandar a esos soldados, pero no había nadie más en el mundo que se atreviera a oponerse a Bencivenni o a su esposo, y ella era la única que tenía la voluntad de hacer algo para proteger a esa niña.

—¿Acaso no sabéis, querida condesa, que es un grave error usar armas de pólvora en contra de un Maestro de Demonios? —explicó Bencivenni.

Entonces una joven mujer esbelta, de piel negra y cabellos lacios avanzó resaltando entre los amantes de Bencivenni y alzó las manos. Todo Maestro de Demonios obra a través de un demonio al que controla a través de un cuerpo receptáculo, y Bencivenni controlaba al demonio Lilith dentro del cuerpo de aquella joven africana, por lo que pronto una humareda grisácea se formó encima de los soldados que tenían arcabuz.

Ninguno de los soldados de la condesa pudo disparar antes de que el demonio convirtiera su pólvora en humo, y pronto toda la capilla se inundó del olor del explosivo y una densa neblina comenzó a esparcirse inundando por completo el lugar, obstaculizando la visión.

—¡Hijueputa! —gritó uno de los soldados frustrados en cuanto su arma no funcionó.

—¡Maldita sea! —exclamó otro de los soldados en cuanto vio que la tapa de su cuerno de pólvora se desprendió sola y que se estaba haciendo humo todo su contenido.

Al ver que todas sus armas quedaron inutilizadas, los soldados comenzaron a tirar sus arcabuces y a desenvainar sus espadas, estoques y floretes, y se lanzaron al ataque contra los dos Maestros de Demonios y los amantes, metiéndose a la densa neblina, aunque casi no se viera nada.

La condesa observó con dificultad cómo entre la neblina que cada vez se hacía más espesa, de repente las silueta de los soldados se pararon en seco, quedando a mitad de la capilla, para luego comenzar a ir cayendo uno a uno desplomándose sobre el suelo.

—Señora condesa, como sabréis, un demonio puede poseer cuerpos vivos o muertos. Esta belleza africana está viva, e hice que el demonio Lilith la poseyera. Esta mujer toda su vida ha sufrido de pesadillas en las que es incapaz de moverse, por lo que el demonio dentro de ella podrá hacer lo mismo con los soldados, debido a la neblina que pude crear gracias a la pólvora que proporcionasteis, a través de la cual, Lilith podrá esparcir sus pesadillas como si esparciera una gota de veneno en una copa llena de vino. —explicó Bencivenni.

La condesa comenzó a sentirse paralizada no solo por el miedo, sino por un entumecimiento que le empezó a recorrer todo su cuerpo, y si de por si toda su vista y olfato se encontraba atiborrada por la densa neblina grisácea de la pólvora, poco a poco su vista se fue oscureciendo, hasta que sintió demasiado pesado el cuerpo, y cayó al suelo, para luego entrar a un profundo sueño.





—En virtud de la autoridad de mis facultades, os declaro marido y mujer — fue lo que escuchó la condesa Rosaura en medio de la oscuridad.

Entonces finalmente la condesa pudo abrir los ojos, y se sorprendió al ver que ya no estaba en la capilla, sino dentro de uno de los recintos más lujosos de la mansión de Bencivenni, y se horrorizó al comprender que al fin la boda había finalizado, pues la niña, Blanca Fabriati, había sanado por completo, porque finalmente se había cumplido el precio del pacto, y fue unida en matrimonio con Bencivenni.

—¡Por favor Nicolás! ¡Tenemos que proteger a esa niña! ¡Sé que no sois tan malvado como Bencivenni! ¡Por favor Nicolás! —suplicó la condesa una vez que se reincorporó.

—No Rosaura, Bencivenni es nuestro señor, y tenemos que cumplir su voluntad —contestó Nicolás Othau.

A la condesa entonces se le humedecieron los ojos, pues aquel monstruo se había salido con la suya, y no había nadie en el mundo que podría detener de cometer las atrocidades que se le antojaran.

—Tranquilizaos, querida condesa. Por favor uníos a nosotros en la celebración de este matrimonio. Observad, tenemos cientos de toneles llenos de vino para celebrar nuestro banquete por meses. —dijo Bencivenni jocoso.

La condesa vio a su alrededor, en ese recinto que era un comedor gigantesco, lleno de amantes de Bencivenni, con platos exquisitos servidos, pero cuando contempló las decenas de toneles, vio que de estos provenían el sonido de golpes huecos desde dentro, y también como es que estos se sacudían brutalmente, y fue cuando la condesa comprendió lo que sucedió.

La mujer cayó desplomada de rodillas ante el suelo, llorando desconsolada porque descubrió el destino funesto de los soldados que ella había traído a su destino. Todos estos fueron encerrados vivos en los toneles, y cada que Bencivenni y sus amantes desearan beber, Nicolás Othau ordenaría a su amante convertir la sangre del soldado desangrándose dentro del tonel en vino, y se servirían de la llave que recolecta el líquido vital.

Finalmente, la condesa comprendió la gravedad del error de haberse opuesto a esos Señores Demoniacos. Ella sabía que eran poderosos, pero no tenía idea de cuanto, y se sabía responsable de mandar a esas decenas de soldados a sus muertes como corderos al matadero, y lo peor de todo, es que nadie más en el mundo iba poder proteger a la niña.

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