Marido y mujer

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Las campanadas repicaban, y la capilla dentro de la mansión de Bencivenni se encontraba llena de amantes sentados en las bancas, aunque fuera tan temprano, porque todo el día sería dedicado a celebrar que se unirían nuevos integrantes a su círculo de amor.

—Espero que esta ofrenda sirva para que me aceptéis como vuestro nuevo amante —dijo el conde Nicolás Othau.

El conde traía en brazos a Blanca, vestida con traje de novia, pero inconsciente, pues su enfermedad había regresado y estaba acercándose a la muerte una vez más.

—Hicisteis bien en traerla. La única forma de curarla es que pague el precio de su pacto, y que nos unamos en matrimonio —contestó Bencivenni.

Una vez que Nicolás Othau llevó a Blanca al altar, la entregó a Bencivenni, para que lo relevara y ahora él la tuviera entre sus brazos.

—Espero que después de esto toda rencilla entre nosotros quede en el pasado —comentó Nicolás Othau.

—Me alegra que hayáis recapacitado. Como podéis ver, estáis rodeado por mis bellos amantes, y tengo tanta fortuna y poder que no tenía caso que estuvieseis enemistado conmigo. Nunca habríais podido vencerme —respondió Bencivenni, con la niña en brazos.

—Solo quiero que haya paz. No tiene caso que siga la guerra entre nosotros. Reconozco vuestra superioridad mi señor Bencivenni. — Luego procedió a hincarse.

—Levantaos amigo mío. Esta noche celebraremos y haremos el amor —declaró Bencivenni sonriente.

Bastaron unos cuantos segundos para que el sacerdote y los demás amantes se colocaran en su posición, y comenzó la ceremonia.

—Queridos amigos aquí presentes, nos hemos reunido para unir a Orlando Bencivenni y a Blanca Fabriati en sagrado matrimonio. 

»Señor Orlando, ¿recibe usted a Blanca para ser vuestra esposa, para vivir juntos en matrimonio, para amarla, honrarla, consolarla y cuidarla, en salud y en enfermedad, guardándole fidelidad, hasta que la muerte os separe? —preguntó el sacerdote.

—Acepto —contestó Bencivenni.

—Blanca Fabriati, ¿recibe usted a este hombre para ser vuestro esposo, para vivir juntos en matrimonio, para amarlo, honrarlo, consolarlo y cuidarlo, en salud y en enfermedad, hasta que la muerte os separe? —preguntó el sacerdote.

—Acepta —afirmó Nicolás Othau, en representación de Blanca que se encontraba inconsciente.

—Si alguien conoce algún impedimento para que se lleve a cabo este matrimonio, que hable ahora o calle para siempre —propuso el sacerdote.

—¡Prometisteis que protegeríais a esa niña de Bencivenni! ¡Disteis vuestra palabra a esa pobre mujer, quien dio su vida con tal de que cuidaseis a esta niña! ¡¿Cómo pudisteis Nicolás?! —fue la voz que se escuchó en la entrada de la capilla, por la que todos voltearon.

Fue una desagradable sorpresa la que se llevaron todos los asistentes, en cuanto la esposa de Nicolás Othau, la condesa Rosaura, apareció en la entrada, acompañada por decenas de soldados, con el emblema de la casa Álvarez y Aguilera,

—¡¿Qué estáis haciendo aquí mujer?! ¡Os había ordenado quedaros en la habitación! —preguntó furioso Nicolás Othau.

—Como vuestra esposa, prometí ayudaros en vuestros planes, ¡pero no consentiré que entreguéis a esta niña a ese monstruo!

—Disculpad esta interrupción mi señor Bencivenni. Lo arreglaré de inmediato. 

—No os disculpéis, esto será muy divertido.

—¿De verdad creéis que fue una buena idea haber venido a desafiar a dos Maestros de Demonios? —inquirió Nicolás Othau.

—He convocado a todo el poderío militar de mi familia. Creo que lo mejor para el mundo será eliminaros a los dos de una buena vez por todas —fue la retadora respuesta de la condesa.

—Adelante, querida. Somos dos Maestros de Demonios, y vosotros solo sois cientos de soldados —fue la retadora respuesta de Nicolás Othau.

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