《O1》

90 15 2
                                    



Cuando llegas al pueblo, no estás seguro si realmente te sorprendiera que nada haya cambiado en los cinco años que te habías ido.

Donde te habías criado, desde que tenías uso de razón, siempre había parecía un pueblo quedado en el tiempo, de esos al que irías a filmar una serie o película ambientada en el siglo pasado. Hasta el día de hoy, solo poseía un supermercado, una verdulería, una carnicería, un bar, una plaza y una iglesia en la que se incluía la escuela y un pequeño polideportivo para enseñar deportes.

Esa iglesia había sido lo que algunos denominarían "hogar" hasta que cumpliste la mayoría de edad.

Irte de la aburrida y cotidiana vida pueblerina había sido lo mejor que habías hecho en tus últimos 18 años. La ciudad, sus luces, polvo y gente, eran todo lo que siempre habías anhelado.

Dios. Realmente odiabas tener que volver a este lugar.

Miras a cada lado de manera paranoica, pasando casi corriendo por la plaza para llegar a la iglesia. Te quitas el barbijo y relames tus labios resecos. No sabias por donde comenzar a buscar, y como si Dios supiera lo desesperado que estabas, pone a la persona que estabas buscando en tu mira.

Allí, a tan solo un par de metros, ves cómo pasa caminando una anciana monja, con su traje negro y habito del mismo color, biblia entre sus manos.

"Dios, prometo que cuando esto acabe donare dinero a los más necesitados, lo juro" piensas, sintiéndote repentinamente mas aliviado.

- Hermana Park - llamas entonces sin gritar, y es que no querías llamar de más la atención, a la anciana monja que justo pasaba caminando.

La mujer se detiene, gira su cabeza y al verte, al cruzar miradas, puedes notar como sus ojos se abren de par en par por la sorpresa para luego, en microsegundos, ver como su rostro se ilumina por la hermosa sonrisa que se había formado en sus labios y llegaba hasta sus ojos.

- Mi corderito - dijo con dulzura, en aquel tono de voz ya desgastado por los años.

Tu pecho se presionó al oírla, y por momentos te sentiste cálido, como en casa, al oírla.

La Hermana Park se sentía como tu verdadero hogar.

- Hermana Park – lloriqueas entonces, como si fuera un niño pequeño, tus ojos comenzando a arder y picar - la cague, ayuda - suplicas, corriendo hasta llegar a la anciana mujer y abrazándola con todas tus fuerzas.


[†]


Entras al cuarto que había sido el de toda la vida de la Hermana Park. Ella se retira y al volver lo hace con una taza de té en mano.

- Toma asiento en mi cama cariño, debes estar agotado - dijo la monja y asentiste, sentándote a aceptando la taza con ambas manos.

- Gracias - susurras, sorbiendo tu nariz para que tus mocos no cayeran.

No tenía nada de malo llorar. Los hombres también lloran.

- ¿Que paso mi corderito? – pregunta la anciana cuando ya te habías calmado, ahora sentada en la silla que no sabías en que momento había dejado de estar en la esquina de la habitación para estar ahora frente a ti.

Estiras tu labio inferior hacia delante, en un pronunciado puchero.

- ¿Recuerdas a Changbin, mi amigo? - ella asiente, y es que como ya habías explicado antes, ella era como tu familia, así que siempre le mandabas alguna carta para que supiera que estabas bien.

Novicia - HyunHoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora