Capítulo 2

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En la penumbra, las sombras revelan lo que somos.

¿Aquí empieza todo?

Leah

Siento unas manos frías y desconocidas que recorren mi cintura. De la nada, una horrible punzada en la parte baja de mi vientre me invade. Intento abrir los ojos pero no lo consigo, trato de moverme pero mi cuerpo se rehúsa a responder. La desesperación crece dentro de mí, al igual que el dolor se hace cada vez más insoportable. Me toman del rostro y tal acto me recuerda...

Me despierto agitada y sudando, empiezo a ver a mi alrededor pero no hay nadie, toco mi cuerpo sintiendo un gran alivio de que solo haya sido otro sueño.

La oscuridad de la habitación parece absorber incluso el más mínimo sonido, dejando un silencio tan profundo que casi puede sentirse. Pero entonces, un ruido familiar rasga la calma: el suave rasguño de unas garras contra la madera. No necesito ver para saber quién espera al otro lado; ese sonido ha sido mi despertador natural durante años.

Me levanto, aún desorientada por los vestigios del sueño que se desvanecen, y abro la puerta. Allí esta, como siempre, mi fiel Nahla, una samoyedo cuyo pelaje blanco como la nieve y sus ojos llenos de una alegría incondicional me saludan.

—Buenos días...—Le digo con una voz ronca por el sueño, mientras una sonrisa se dibuja en mi rostro. Nahla responde con un ladrido suave y un movimiento entusiasta de su cola, como si comprendiera mis palabras.

Es imposible no recordar el día en que llegó a mi vida, un regalo de mi padre en mi octavo cumpleaños. Desde ese momento, Nahla se convirtió en más que una mascota; es mi compañera constante, la única testigo silenciosa que ha estado a mi lado en cada paso, cada cambio, cada nuevo capítulo que la vida escribe para mí.

Los ruidos provenientes de abajo me sacan de mis pensamientos.

Dejo a Nahla y desciendo las escaleras. La voz de Alek, empieza a resonar con autoridad por el pasillo.

Desde que tengo memoria, Alek ha sido una sombra constante y protectora en nuestra familia. Diez años de servicio le han convertido en mucho más que un escolta para mi padre; es un pilar de lealtad y seguridad. Su figura imponente dicta respeto sin necesidad de palabras

Al llegar abajo, observo la escena con cautela. Alek discute en mandarín con un hombre asiático junto a unas cajas selladas, menos una. Su postura firme y alerta, como si cada fibra de su ser estuviera lista para actuar en cualquier momento.

Él destaca entre el resto de los escoltas, es como una montaña; grande, sólido, inamovible. Aun vestido con su traje, que intenta sin éxito ocultar su musculatura, impone respeto. Los tatuajes que serpentean por su piel y las cicatrices que cada uno de ellos cuenta son el mapa de su vida, historias que solo él conoce. Su barba, siempre impecable, le confiere un aire de autoridad y experiencia.

— Alek – digo Al escuchar mi voz, se vuelve hacia mí con un movimiento rápido, casi reflejo. Su rostro, normalmente sereno, revela una sorpresa genuina que rápidamente se transforma en nerviosismo. Frunzo el ceño. No es común verlo así, con esa tensión apenas perceptible que le cruza la mirada, una inquietud que no se ajusta a su habitual compostura, por eso sé que algo fuera de lo común está sucediendo. —Alek, ¿qué es todo esto? — mi curiosidad lucha contra la ansiedad que comienza a anidar en mi pecho.

—No es nada, niña —responde, cerrando rápidamente la caja abierta— ¿Podrías llamar a tu padre? Ya que ninguno de estos inútiles... — su mirada se desvía hacia los otros escoltas — tiene los huevos para hacerlo.

— ¿Qué contienen las cajas?— pregunto expectante.

Antes de que pueda indagar más, el hombre asiático dice algo incomprensible para mí. Alek se gira hacia él, su rostro endureciéndose en una máscara de frustración, y retoman su discusión en mandarín.

Todo fue una mentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora