Capítulo 3

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El camino más claro es el que nunca imaginamos recorrer.

Decisiones que marcan.

Giro sobre mis talones, encontrándome con la vista de Marcos y Vanesa, quien cuelga de su brazo intentando en vano detenerlo.

—Marcos... —susurro, recordando los días de preparatoria y todas sus tácticas absurdas por llamar mi atención.

—¡Ya te dije que ella no quiere verte! —la voz de Vanesa corta el aire, aunque suena un poco distorsionada, quizás por las bebidas que me nublan la mente.

Incapaz de contenerlo, Vanesa se acerca a mí, su andar inestable, y puedo ver en sus ojos vidriosos que no soy la única que ha bebido esta noche.

—Lo siento, Leah, intenté... pero está... está muy borracho —balbucea, y una sonrisa involuntaria se dibuja en mi rostro ante su estado.

—Leah... —la voz de Marcos es un susurro ronco cuando se acerca—. Te he echado de menos.

Casi puedo ver doble cuando se inclina para besarme, pero retrocedo, repelida por la idea.

—Eres mía... ¿Por qué me evitas? —su pregunta es una demanda, sus dedos se cierran alrededor de mi brazo con una presión que promete moretones.

—¿Desde cuándo crees que tienes derecho a decir eso? —reclamo, sintiendo cómo la ira burbujea en mi interior.

Daniel interviene, y aunque Marcos le lanza una mirada que podría derretir acero, no se inmuta. Está a mi lado, al igual que Vanesa, aunque ambos parecen balancearse ligeramente.

—Déjennos solos un momento —mi voz suena más segura de lo que me siento. Mis amigos me miran, sus rostros borrosos por la preocupación... o quizás es solo la luz tenue.

—¿Estás segura? —Daniel susurra, y asiento con determinación, aunque tengo que agarrarme de su brazo para mantener el equilibrio.

Mis amigos intercambian miradas de incredulidad. «Necesito ponerle fin a esto, establecer límites que no pueda ignorar».

—Leah... —Daniel intenta disuadirme, pero es interrumpido.

—Ya oíste —la voz de Marcos, aunque intenta sonar autoritaria, se tambalea como la de nosotros—. Lárgate.

Daniel se tensa, como si estuviera a punto de enfrentarse a Marcos, pero Vanesa lo detiene con un gesto suplicante.

Respirando hondo, Daniel me mira. Su sonrisa es una máscara de calma que no llega a sus ojos. Me besa suavemente en la cabeza antes de alejarse.

Al pasar junto a Marcos, la diferencia de altura entre ellos es notable. Daniel deja caer su mano sobre el hombro de Marcos y le murmura algo al oído, un secreto que queda entre ellos.

Marcos se tensa, su ira apenas contenida. Vanesa y Daniel se alejan, su retirada parece un baile torpe y descoordinado. Marcos se vuelve hacia mí una vez que estamos solos. Sus manos me agarran, y el hedor a alcohol es penetrante.

—Eres mía —empieza otra vez—. ¿Cómo te atreves a bailar con otro...?

—¿Y tú qué? —Le interrumpo, mi voz cargada de indignación—. ¿Crees que puedes tratarme como un objeto? No soy tu posesión, Marcos.

Intento explicarle, una vez más, que no tiene ningún derecho sobre mí, pero mis palabras se pierden en el vacío de su entendimiento.

—Y ni siquiera respondes a mis mensajes. Eres una mentirosa —su acusación es un golpe, sus ojos desorbitados por la furia.

Todo fue una mentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora