Eso Sería Suficiente

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118 AC

Lecho de Pulgas


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Daemon Targaryen no era un buen hombre, Mysaria lo sabía. Tampoco era completamente un monstruo. Un villano para algunos, un salvador para otros. La relación de Mysaria con el Príncipe Canalla era complicada. Se conocían demasiado bien durante demasiado tiempo como para considerarse simples conocidos, pero el poder entre ellos estaba demasiado desequilibrado para que fueran verdaderamente iguales. Daemon podía tener la tendencia a contarle asuntos que nunca le diría a su familia, pero Mysaria era consciente de que eso no surgía de la confianza ni del deseo de buscar consejo porque valorara su juicio; en cambio, era porque él sabía que Mysaria sabría lo que él era capaz de hacer si ella alguna vez quisiera cruzar los límites.

No es que ella quisiera hacerlo. No veía mérito en alterar un arreglo perfectamente beneficioso. Además, los secretos que Daemon revelaba no eran nada traicioneros ni maliciosos; principalmente se quejaba de dos cosas: su hermano y su esposa. Mysaria se había vuelto inmune al constante puchero que el príncipe temido haría después de regresar del destierro, tarareando distraídamente en acuerdo con sus diatribas. Durante esos tiempos, llegarían a la cama pero no harían nada más. Mysaria había pensado muchas veces si lo que Daemon necesitaba no era una puta sino algún tipo de sanador mental.

A pesar de lo desafiante que podría ser Daemon, Mysaria había desarrollado un extraño afecto por él, cuya fuerza dependía de la hora del día y si él estaba siendo molesto o no. Ese afecto había sido suficiente para que ella aceptara cuando Daemon la invitó a acompañarlo a Rocadragón. Él había sido desterrado más veces de las que ella podría contar, pero esta era la única instancia en la que él la buscó para que fuera con él. Con retrospectiva, Mysaria debería haber sabido que todo era parte del plan enrevesado de Daemon para llamar la atención de su hermano.

Solo unas horas antes de que llegara la Princesa Rhaenyra, Mysaria supo del robo de un huevo de dragón por parte de Daemon. Fue solo segundos antes de que Daemon anunciara su intención de casarse con ella que ella se dio cuenta para qué era el huevo de dragón.

Mysaria no quería bebés. Incluso si su vientre se acelerara por algún milagro, no querría ser madre de todos modos. Tales pensamientos eran un gran ultraje para los Siete, pero a Mysaria no le importaron los dioses. Puede que Daemon alguna vez haya afirmado, durante ese día fatídico en Rocadragón, que podría compartir su perspectiva, pero Mysaria lo sabía mejor.

Aunque parecía estar siempre en desacuerdo con ellos, la única conexión constante que Daemon mantenía era con su familia. Sus formas eran defectuosas, pero Mysaria podía ver, claro como el día, su devoción por ellos. Solo una vez lo admitió en un estado de embriaguez, habiendo consumido suficiente alcohol como para no recordarlo al día siguiente. Daemon había confesado su deseo de tener una esposa valyria para formar una familia, una familia similar a la que tenía antes de que su madre muriera. Le había divertido a Mysaria entonces, que una persona como Daemon Targaryen -aquél que era una leyenda- deseara cosas tan mundanas y domésticas.

Mysaria siempre supo que su camino y el de Daemon divergirían algún día. En ese fatídico día en Rocadragón, mientras presenciaba el tenso intercambio entre Daemon y la Princesa Rhaenyra en el puente, hablando en un idioma que Mysaria apenas conocía -no solo porque le faltaba fluidez, sino por la intimidad, de cómo hacían del alto valyrio su propio idioma-, fue entonces cuando Mysaria supo con certeza que ese día había llegado.

The Things We Leave BehindDonde viven las historias. Descúbrelo ahora