Tras una guerra comandada por el emperador Jiangxi, una joven es llevada como esclava después de presenciar la horrible muerte de sus padres. Desea vengarlos y encontrar al hombre que hizo tal atrocidad.
Un general se compadece de ella y la recluta...
Hundido en el dolor, Ji Hong gritaba desconsoladamente :
- ¡Jing! ¡Despierta! ¡Despierta Jing Tian! -.
Al instante llegó el médico imperial. Entonces Ji la cargó en sus brazos y la llevó a una habitación.
Se quedó al pie de la puerta desde la tarde hasta el anochecer. No dejó ni un segundo a su amada Jing Tian.
El asunto llegó a oídos del emperador. Los informes decían que su sirviente principal había sido asesinada por Hao Dou. En su furia, le retiró al instante el cargo de General por haber atentado contra algo de su propiedad. Y ordenó que lo arrestarán ya que también se habían descubierto otros siete cargos contra él.
Mientras tanto, Ji estaba cada vez más ansioso. El tiempo pasaba y él caminaba de aquí para allá sin encontrar la calma. Cada vez que miraba salir a sirvientes con recipientes llenos de vendajes bañados en sangre, su corazón latía desesperado y se inquietaba más.
- Jing, Jing, no me dejes -. Decía mientras la angustia lo consumía.
La noche avanzaba y no se sabía nada de ella, todo parecía que los intentos por salvarla eran en vano.
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Ya pasaba de la medianoche y el médico imperial aún seguía adentro, pero Ji no podía verla. Tanta era su angustia y desvelo que sus ojos no soportaron más y se quedó dormido.
A la mañana siguiente despertó de golpe y fue a donde Jing Tian, pero resulta que ya no estaba. Desesperado preguntó:
- ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Jing y el médico imperial? -.
Entonces los sirvientes le informaron que la joven solamente había sido llevada a una habitación más cálida. Al momento fue a donde ella pero al llegar, resulta que encontró a todos llorando, entonces se asustó y muy alterado preguntó :
- ¿Qué ocurrió? -.
El médico lo miró pero no le dio respuesta. Así que se acercó y, al mirarla, vio su rostro tan pálido que sus labios ya no tenían color.
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Entonces dijo con gran desazón y enfado: - ¿Es cierto lo que ha ocurrido? ¿Tus grandes conocimientos no la salvaron? -.
Entonces el médico imperial lo tranquilizó diciendo:
- Ji Hong, Jing Tian no ha muerto. Está inconsciente por el dolor insoportable que sufrió anoche y excesivamente débil. Perdió demasiada sangre. Afortunadamente la espada solo rozó su costilla pero no hizo daño a ninguno de sus órganos. El llanto no es de tristeza Ji Hong, sino de alegría. Jing ha burlado la muerte, y ha decidido quedarse -.
Al instante, el semblante del general cambió. Sintió que su corazón revivió y que aquella nube oscura que lo aterrorizaba tanto se había esfumado. Entonces, mandó que se hicieran los preparativos para que fuera trasladada a su pabellón y así poder cuidar personalmente de ella. Los sirvientes hicieron conforme a sus órdenes. La trasladaron con mucho cuidado y el general se quedó a su lado día y noche y nunca la abandonó.
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