Elardehtak es la ciudad más antigua de Danvacara. Está en el sur, sobre la costa, desde donde puede enviar sus mercancías por mar a todos los rincones de Pianura, uno de los motivos que la hizo prosperar tanto.
Sus leyendas cuentan que la fundó el propio Agni, la Divinidad del Fuego. Su gigantesca catedral central tiene en el medio a la pira más grande y longeva del mundo. Arde, dicen, desde que Agni la encendió con sus propias manos.
Izuku no cree en las Divinidades. La familia a la que servía era muy devota, pero él, por supuesto, tenía prohibido realizar cualquier clase de adoración. De todas formas, no es como si alguna vez hubiese sentido deseos de hacerlo, ¿qué de bueno podía tener una Divinidad que recibía el aprecio y los sacrificios de personas como los Omodoro?
Los Omodoro eran una familia rica de Elardehtak. Llevaban en ella generaciones y, entre sus familiares, contaban a toda clase de personas importantes. Desde sacerdotes y grandes mercaderes, hasta dueños de tierras y maestros de esclavos.
Izuku era uno de tantos. Uno de los muchos que, de una u otra forma, cayeron en las garras del principal maestro de esclavos de la familia. Cuando nació el primogénito de su hermano, su captor le ofreció a Izuku como obsequio. A partir de entonces, la labor primordial en la vida de Izuku pasó a ser la de cuidar, proteger y satisfacer hasta el más mínimo capricho de su nuevo y joven amo.
También tenía otras labores, por supuesto. Cuando el amo era demasiado pequeño aún para desear cualquier cosa, Izuku fue usado por su madre. A veces le tocaba hacer labores en la casa, otras salir de compras y, otras más, servirle a la mujer como entretenimiento.
Izuku prefiere no recordar esas épocas. Aprendió con lujo de detalle lo que significaba ser la propiedad de alguien más. Lo que implicaba no ser una persona, sino un objeto a disposición de otros.
Fue en esos tiempos que el verde se volvió el color usual de sus irises. Verde cuando veían a su dueña, verde cuando veían a los hermanos de la mujer, verde cuando veían a las bestias de los establos, peludas y pegajosas y violentas. Verde cuando le hablaban, le miraban o le tocaban, verde cuando su cuerpo apestaba a todos ellos. Verde, también, cuando su amo empezó a tener la capacidad de razonar y entonces descubrió que Izuku era su propiedad.
Verde, porque todos ellos le daban asco y él mismo se daba asco también. Y su vida, y esa familia, y la ciudad entera con su majestuosa catedral y sus navíos llenos de los productos más preciosos y de cofres repletos de oro, igualmente le repugnaban.
Ahora todos los Omodoro están muertos, pero, aun así, para su gran pesar, el asco no se ha ido. Es como si, tras tanto tiempo de sentir lo mismo, se le hubiese olvidado cómo sentir cualquier otra cosa más.
Es por eso que, cuando se encuentra a Bakugou, tosco, sudoroso y grosero, no sabe por qué su asco desaparece.
Las náuseas en su estómago. Las ganas de escupirle. La necesidad de sus manos por estrujarle el cuello hasta que deje de respirar, tal como lo hizo con su joven amo, todo se desvanece. Y no debería. Porque, de entre todas las personas a las que Izuku puede odiar, las que más odia son los hombres humanos. Son crueles y pútridos y sus manos le hacen pensar en los infiernos. Pero las manos de Bakugou Katsuki, callosas y limpias, amplias como las alas de un ave y con las uñas muy cortas, no le generan ni un gramo de repudio. De hecho, no le molesta que se haya bebido su cerveza. Ni tampoco que amenace con sacarle las tripas a Tenya, Tenya, su precioso y adorado salvador.
¿Por qué?
Katsuki come como un animal, pero no como uno hambriento. Come como el líder de la cadena alimenticia, aquel que sabe que jamás pasará hambre porque los supera a todos en todos los sentidos. Come con esa elegancia y esa seguridad, aunque se le derrame un poco de aceite por la comisura del labio y se le queden trocitos de masa cerca de la barbilla. Se limpia con un pañuelo proveído por Zadya y termina de tragarse todo con un buen sorbo de cerveza.
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Cuatro contra el mundo [KatsuDeku] [TodoIida]
Fiksi PenggemarAU FANTASÍA Los Exterminadores de demonios Katsuki Bakugou y Shouto Todoroki llegan a la desértica ciudad de Haknam en búsqueda de dos asesinos que se dice que se ocultan en ella. Lamentablemente, "exterminarlos" no será tan fácil como lo esperaban...