Capitulo 8

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El viernes por la noche Enevy yo estamos comentando qué hacer —queremos descansar un poco del estudio, el trabajo y las revistas de la facultad— cuando llaman a la puerta. En los escalones de la entrada está mi buen amigo José con una botella de champán en las manos.
—¡José! ¡Qué alegría verte! —Lo abrazo—. Pasa.
José es la primera persona a la que conocí cuando llegué a la universidad, y parecía tan perdido y solo como yo. Aquel día nos dimos cuenta de que éramos almas gemelas, y desde entonces somos amigos. No solo compartimos el sentido del humor, sino que descubrimos que Ray y el padre de José estuvieron juntos en el ejército, y a partir de ahí nuestros padres se hicieron también muy amigos.
José estudia ingeniería. Es el primero de su familia que va a la universidad. Es un tipo brillante, pero su auténtica pasión es la fotografía. Tiene un ojo estupendo para hacer fotos.
—Tengo buenas noticias —dice sonriendo con sus brillantes ojos oscuros.
—No me lo digas: también esta semana te las has arreglado para que no te despidan... —bromeo.
Simula burlonamente ponerme mala cara.
—La Portland Place Gallery va a exponer mis fotos el mes que viene.
—Increíble... ¡Felicidades!
Me alegro mucho por él y vuelvo a abrazarlo. Enevy también le sonríe.
—¡Buen trabajo, José! Tendré que incluirlo en la revista. No se me ocurre nada mejor para un viernes por la noche que hacer cambios editoriales de última hora —dice riéndose.
—Vamos a celebrarlo. Quiero que vengas a la inauguración. José me mira fijamente y me ruborizo.
—Las dos, claro —añade mirando nervioso a Enevy
José y yo somos buenos amigos, pero en el fondo sé que le gustaría que fuéramos algo más. Es mono y divertido, pero no es mi tipo. Es más bien el hermano que nunca he tenido. Katherine suele chincharme diciéndome que me falta el gen de buscar novio o novia sabe lo gay que puedo llegar a ser, pero la verdad es que no he conocido a nadie que... bueno, alguien que me atraiga, aunque una parte de mí desea que me tiemblen las piernas, se me dispare el corazón y sienta mariposas en el estómago.
A veces me pregunto si me pasa algo. Quizá he dedicado demasiado tiempo a mis románticos héroes literarias, y por eso mis ideales y mis expectativas son excesivamente elevados. Pero en la vida real nadie me ha hecho sentir así.
Hasta hace muy poco, murmura la inoportuna vocecita de mi subconsciente. ¡NO! Destierro de inmediato la idea. No voy a planteármelo, no después de aquella dolorosa entrevista. «¿Es usted intersexual, señora O'Connell?» Me estremezco al recordarlo. Sé que desde entonces he soñado con ella casi todas las noches, pero seguramente es porque tengo que purgar de mi cabeza la espantosa experiencia.
Observo a José abriendo la botella de champán. Lleva vaqueros y una camiseta. Es alto, ancho de hombros y musculoso, de piel morena, pelo negro y ardientes ojos oscuros. Sí, José está bastante bueno, pero creo que por fin está entendiendo el mensaje: somos solo amigos. El corcho sale disparado, y José alza la mirada y sonríe.
El sábado es una pesadilla en la ferretería. Nos invaden los manitas que quieren acicalar su casa. El señor y la señora Clayton, John, Patrick —los otros dos empleados— y yo nos pasamos la jornada atendiendo a los clientes. Pero al mediodía se calma un poco, y mientras estoy sentada detrás del mostrador de la caja, comiéndome discretamente el bocadillo, la señora Clayton me pide que compruebe unos pedidos. Me concentro en la tarea,

compruebo que los números de catálogo de los artículos que necesitamos se corresponden con los que hemos encargado y paso la mirada del libro de pedidos a la pantalla del ordenador, y viceversa, para asegurarme de que las entradas cuadran. De repente, no sé por qué, alzo la vista... y me quedo atrapada en la descarada mirada gris azulada turquesa de Billie O'Connell, que me observa fijamente desde el otro lado del mostrador.
Casi me da un infarto.
—Señorita Steele, qué agradable sorpresa —me dice ella. Su mirada es firme e intensa.
Maldita sea. ¿Qué narices está haciendo ella aquí, toda despeinada  y vestida con ese conjunto completamente blanco  y lo triple o doble mas grande que ella, Creo que me he quedado boquiabierta, y no encuentro ni el cerebro ni la voz.
—Señora O'Connell —murmuro, porque no puedo hacer otra cosa.
Sus labios de ella esbozan una sonrisa y sus ojos parecen divertidos, como si estuviera disfrutando de alguna broma de la que no me entero.
—Pasaba por aquí —me dice ella a modo de explicación—. Necesito algunas cosas. Es un placer volver a verla, señorita Steele. Su voz de ella es cálida y ronca como un bombón de chocolate y
caramelo... o algo así.
Muevo la cabeza intentando bajar de las nubes. El corazón me

LO PROHIBIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora