Capitulo 10

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—José, por favor —le suplico.
Con el móvil en la mano, recorro el salón de casa contemplando la luz del atardecer al otro lado de la ventana.
—Dame el teléfono.
Enevy me lo quita retirándose bruscamente el pelo rubio rojizo del hombro.
—Escúchame, José Rodríguez, si quieres que nuestra revista cubra la inauguración de tu exposición, nos harás la sesión mañana, ¿entendido?
Enevy puede ser increíblemente dura.
—Bien. ____ volverá a llamarte para decirte dónde y a qué hora. Nos vemos mañana.
Y cuelga el móvil.
—Solucionado. Ahora lo único que nos queda es decidir dónde y cuándo. Llámala.
Me tiende el teléfono. Siento un nudo en el estómago.
—¡Llama a O'Connell ahora mismo!
La miro ceñuda y saco la tarjeta de O'Connell del bolsillo trasero de
mis pantalones. Respiro larga y profundamente, y marco el número con dedos temblorosos.
Contesta al segundo tono con voz tranquila y fría. —O'Connell .
—¿Se... Señor a O'Connell? Soy___ Steele.

No reconozco mi propia voz. Estoy muy nerviosa. O'Connell se queda un segundo en silencio. Estoy temblando.
—Señorita Steele. Un placer tener noticias suyas.
Le ha cambiado la voz. Creo que se ha sorprendido, y suena muy... cálido. Incluso seductor. Se me corta la respiración y me ruborizo. De pronto me doy cuenta de que Enevy Kavanagh está observándome boquiabierta, así que salgo disparada hacia la cocina para evitar su inoportuna mirada escrutadora.
—Bueno... Nos gustaría hacer la sesión fotográfica para el artículo.
Respira,__ , respira. Mis pulmones absorben una rápida bocanada de aire.
—Mañana, si no tiene problema. ¿Dónde le iría bien?
Casi puedo oír su sonrisa de esfinge al otro lado del teléfono. —Me alojo en el hotel Heathman de Portland. ¿Le parece bien a
las nueve y media de la mañana?
—Muy bien, nos vemos allí.
Estoy pletórica y sin aliento. Parezco una cría, no una mujer
adulta que puede votar y beber alcohol en el estado de Washington.
—Lo estoy deseando, señorita Steele.
Veo el destello malévolo en sus ojos grises. ¿Cómo consigue que tan solo cinco palabras encierren una promesa tan tentadora?

Cuelgo.Enevy está en la cocina, observándome con una mirada de total y absoluta consternación.
—____ Rose Steele. ¡Te gusta! Nunca te había visto ni te había oído tan... tan... alterada por nadie. Te has puesto roja.
—Enevy, ya sabes que me pongo roja por nada. Lo hago por deporte. No seas ridícula —le contesto enfadada.
Enevy parpadea sorprendida. Es muy raro que yo me enrabie, y si lo hago, se me pasa enseguida.
—Me intimida... Eso es todo.
—En el Heathman, nada menos —murmura Enevy—. Voy a llamar al gerente para negociar con el un lugar para la sesión.
—Yo voy a hacer la cena. Luego tengo que estudiar.
Abro un armario para empezar a preparar la cena, sin poder disimular que estoy mosqueada con ella.
Esa noche estoy intranquila, no paro de moverme y de dar vueltas en la cama. Sueño con ojos grises, monos de trabajo, piernas largas, dedos largos y lugares muy oscuros e inexplorados. Me despierto dos veces con el corazón latiéndome a toda velocidad. Si no pego ojo, mañana voy a tener una pinta estupenda, me regaño a mí misma. Doy un golpe sobre la almohada e intento calmarme.
El Heathman está en el centro de Portland. Terminaron el impresionante edificio de piedra marrón justo a tiempo para el crack de finales de los años veinte. José, Travis y yo vamos en mi Escarabajo, y Enevy en su CLK, porque en mi coche no cabemos todos. Travis es amigo y ayudante de José, y ha venido a echarle una mano con la iluminación. Kate ha conseguido que nos dejen utilizar una habitación del Heathman a cambio de mencionar el hotel en el artículo. Cuando explica en la recepción que hemos venido a fotografiar a la empresaria Billie O'Connell, nos suben de inmediato a una suite. Pero a una normal, porque al parecer la señora O'Connell está alojada en la suite más grande del edificio. Un responsable de marketing demasiado entusiasta nos muestra la suite. Es jovencísimo y por alguna razón está muy nervioso. Sospecho que la belleza de Enevy y su aire autoritario lo desarman, porque hace con ella lo que quiere. Las habitaciones son elegantes, sobrias y con muebles de calidad.
Son las nueve. Tenemos media hora para prepararlo todo. Kate va de un lado a otro.
—José, creo que lo colocaremos delante de esta pared. ¿Estás de acuerdo? —No espera a que le responda—. Travis, retira las sillas.___, ¿puedes pedir que nos traigan unos refrescos? Y dile a O'Connell que estamos aquí.
Sí, ama. Es tan dominanta... Pongo los ojos en blanco, pero hago lo que me pide.

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