Capitulo 11

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Maraton 1/5

—Ya está. Vamos a tomar un café —murmuro enrojeciendo de nuevo.

Sonríe.

—Usted primero, señorita Steele.

Se incorpora ella y hace un gesto para que pase delante , Avanzo por el pasillo con las piernas temblando, elestómago lleno de mariposas y el corazón latiéndome violentamente.

Voy a tomar un café con Billie O'Connell... y odio elcafé.

Caminamos juntas por elamplio pasillo hacia el ascensor. ¿Qué puedo decirle? De pronto el temor me paraliza la mente. ¿De qué vamosa hablar?¿Qué tengo yo en común con ella? Su vozcálida me sobresalta y me aparta de mis pensamientos.

—¿Cuánto hace que conoce a Enevy Kavanagh?

Bueno, una pregunta fácil para empezar.

—Desde el primeraño defacultad. Somos buenas amigas.

—Ya —me contesta ella evasiva.

¿Qué está ella pensando?

Pulsa el botón para llamar alascensor y casi de inmediato suena

el pitido. Las puertas se abren y muestran a una joven pareja

abrazándose apasionadamente. Se separan de golpe, sorprendidos

e incómodos, y miran con aire de culpabilidad en cualquier

direcciónmenos la nuestra, O'Connell y yo entramos en el ascensor.

Intento que no cambie mi expresión, así que miro al suelo al

sentir que las mejillas me arden. Cuando levanto la mirada hacia

O'Connell, parece que ella ha esbozado una sonrisa, pero es muy difícil

asegurarla. La joven pareja no dice nada. Descendemos a la planta

baja en un incómodo silencio. Ni siquiera suena uno de esos

terribles hilo musicales para distraernos.

Las puertas se abren y, para mi gran sorpresa, O'Connell me coge de

la mano y me la sujeta con sus dedos largos y fríos. Siento la

corriente recorriendo mi cuerpo, y mis ya rápidos latidos se

aceleran. Mientras tira de mí para salir del ascensor, oímos a

nuestras espaldas la risita tonta de la pareja, O'Connell sonríe.

—¿Qué pasa con los ascensores? —masculla ella.

Cruzamos el amplio y animado vestíbulo del hotel en dirección a

la entrada, pero O'Connell evita la puerta giratoria. Me pregunto si es

porque tendría que soltarmela mano.

Es un bonito domingo de mayo. Brilla el sol y apenas hay tráfico.

O'Connell gira a la izquierda y avanza hacia la esquina, donde nos

detenemos a esperar que cambie el semáforo. Estoy en la calle y

Billie O'Connell me lleva de la mano. Nunca he paseado de la mano

de nadie. La cabeza me da vueltas, y un cosquilleo merecorretodo

el cuerpo. Intento reprimir la ridícula sonrisa que amenaza con

dividir mi cara en dos. Intenta calmarte, ___, me implora mi subconsciente. El hombrecillo verde del semáforo se ilumina y seguimos nuestro camino.

LO PROHIBIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora