1. Te diría bienvenido, pero no voy a mentir.

4.3K 217 88
                                    

Isabel LaRosa - favorite (0:24 - 1:04)

Hay muchas cosas que podrían salir mal y arruinar un compromiso: que las familias de los novios no se lleven bien. Que uno de los novios empiece a tener dudas y eso genere tensiones en la relación. Entre otras situaciones.

Pero hay muy pocas situaciones que aseguren que un matrimonio, podría convertirse en un gran, pero en serio gran desastre. ¿Y cuáles son? Bueno, que los novios estén siendo obligados a casarse y que sean las personas menos compatibles que puedan imaginar. Cómo es mi lamentable caso.

—Leone, te lo preguntaré una vez más, ¿estás segura de esto?

Hay algo suave en el tono de mi madre, pienso que es el tono maternal con el que se solía dirigir a sus hijos cuando eran más jóvenes, ahora lo usa de vez en cuando. En ocasiones que según ella lo ameritan.

La miro y sonrío, ella no me devuelve la sonrisa y solo espera mi respuesta.

—Sí, madre, te lo dije. Estoy bien con esto. No es un problema para mí.

De hecho, sí es un problema, pero soy yo y ya veré como lo soluciono.

—Un matrimonio no es un juego. No es algo que podrás dejar si no te gusta.

En realidad, sí —pienso—, para eso existen los divorcios.

—Lo sé y entiendo. Ya hemos hablado de esto, ¿por qué lo estás mencionando de nuevo?

—Por qué quieren concretar una cena mañana en el restaurante de unos de sus hoteles para sellar este compromiso con su hijo Emrys.

—¿Emrys? Espera, ¿te escuché bien? ¿Dijiste Emrys?

Casi de forma inconsciente me muevo hasta el filo del sofá, con mi cuerpo inclinado de forma leve hacia mí madre.

—Sí, su hijo mayor, ¿acaso lo conoces?

Niego con la cabeza.

—No, ni siquiera sabía que tenían un hijo con ese nombre. Solo me pareció curioso, ¿qué clase de nombre es ese?

—Mitológico.

—Veo.

Contengo la respiración, pero años de práctica ayudan a que mi sonrisa no decaiga y mi expresión no cambie.

—Entonces, ¿está de acuerdo con la cena?

—Sí. Me parece perfecto. Solo mándame un mensaje con la hora y el lugar.

Evito morder mis labios o uñas, ambos malos hábitos que suelo hacer cuando estoy nerviosa y que me han corregido por años para que evite.

—Me tengo que ir mamá, nos vemos mañana en aquella cena. Te quiero.

—Yo también te quiero, Leo. Cuídate.

Tomo mis cosas para dirigirme a mi auto y conducir hasta mi apartamento.

—Por fin puedo dejar de fingir —murmuro para mí al llegar a la puerta de mi apartamento y quitar las horquillas de mi cabello negro y dejarlo caer por mi espalda.

En otras circunstancias, si hubiera sabido lo que mi madre me diría, aquí estaría esperándome un hombre moreno cubriendo su cara con una máscara, sosteniendo un bastón y un látigo. No me diría nada, no habría necesidad porque hemos hecho ese juego demasiadas veces —antes de él era un rubio de ojos color miel—, y sin decir una palabra, me desnudaría hasta quedar solo en ropa interior y asumiría mi posición.

Pero no pensé que mi madre tocaría justamente este tema, aunque debí preverlo. ¿De qué más podría ella querer hablar conmigo? Y cometí el error de no analizar bien está situación y su impacto en mí, por lo cual no reservé una sección especial.

Hasta que las mentiras nos separenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora