CAPITULO 7: A LA MAÑANA SIGUIENTE

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Los festejos habían terminado y era hora de limpiar. El verano comenzaba y con ello las vacaciones, aunque había algunas personas que encontraban aquella temporada como la mejor para comenzar a trabajar porque los negocios solían llenarse en esa época. Louisville no contaba con el turismo ni tampoco esperaba contar con él en un futuro cercano. La razón se debía a que era un pequeño pueblo cerrado que a duras penas tenía una o dos fábricas de cigarrillos que apenas si se exportaban. No era secreto para nadie que Louisville se convertiría, de aquí a unos pocos años, en un pueblo fantasma, debido a que su mayor producción se encontraba en la agricultura y los agricultores no necesitaban de un pueblucho, como Louisville, para sobresalir. Hubo un tiempo en que los agricultores eran más agradecidos con sus hogares y las tierras que los vieron crecer, pero ese tiempo había desaparecido porque en este momento lo que más imperaba era la codicia y la autosuficiencia en donde los agricultores se enorgullecían de que su negocio saliera a flote por sí mismo, sin ayuda de nadie más. Louisville se encontraba al borde de la extinción pero aun así los negocios se mantenían abiertos y sus pobladores se resignaban ante la idea de que sus pequeños, una vez que se graduasen, fuesen a las grandes ciudades a probar suerte mientras que los que se quedasen solo serían unos perdedores. Como lo eran Frank, Phil y Garrison quien se encontraba delante de la camioneta roja de Bob, preguntándose porque la había dejado aparcada allí toda la noche.

Se encontraba cansado por la actuación del día anterior, pero Willington no se quejaba en lo absoluto. La paga por el trabajo realizado no solo era buena sino que le permitía vivir tranquilamente en ese pequeño pueblito al cual amaba mucho. En Louisville no habían paparazzi, no habían escándalos de ningún tipo y no habían fanáticos locos, que serían capaces de entrar a su baño solo para tener una muestra de su orina a la cual guardar en su refrigerador con una etiqueta que dijera su nombre, como si de una muestra de sangre se tratase. Louisville, para Willington, era perfecta.

Sus años como actor del prestigioso teatro Shakespeariano de Londres le abrió las puertas al estrellato, sus años interpretando a Hamlet, Otelo, Ricardo Tercero y Julio Cesar entre otros le dio la oportunidad de trabajar en películas de alto presupuesto en donde conoció a varias leyendas tales como: Clark Gable, John Wayne, Jerry Lewis y Dean Martin entre otras celebridades que todo el mundo quería. Algunos eran unos cretinos y otros no, lo típico que alguien podría esperar del medio, a quienes Willington apenas si llegó a socializar debido a que siempre interpretaba personajes secundarios o de fondo que apenas si eran acreditados en las películas. Los jefes de los estudios de Hollywood eran unos auténticos patanes capaces de vender a su madre por unas monedas de oro y tras lo ocurrido con el actor de Hyperman en el 58 fue que decidió irse de Los Ángeles para quedarse a vivir en un pequeño pueblito que supiera apreciar su nivel actoral y que fuese tranquilo, siendo Louisville el lugar perfecto. Durante sus años en Hollywood, Willington supo diferenciar a alguien sincero de alguien falso y en un mundo donde todos eran actores las veinticuatro horas del día, aquello no era tan difícil de distinguir, convirtiéndose en un autentico don para él.

Don que dentro de poco le sería la diferencia entre la vida y la muerte.      

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