Capítulo cinco

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Días más tarde, Lena se puso furiosa cuando, en el trabajo, contestó al teléfono y escuchó la voz de Alex. Tras quedarse muda durante unos segundos, incluso a ella misma le impresionó la furia sin precedentes que retumbó en su interior.


— ¿Cómo te atreves a llamarme aquí? —Hervía de indignación.
— ¿Qué se supone que debo hacer? —ladró Alex— ¡Te dejo en recepción mensajes que no contestas, no respondes a mis e-mails y te has cambiado el maldito número de teléfono! Tenemos cosas que discutir.
— Yo no tengo nada que decirte —y con esto, Lena colgó de un golpe. Sin embargo, una hora después Alex consiguió que se volviera a poner al teléfono.
— La finca del lago —dijo Alex con prisas frustradas, porque en cuanto oyó su voz Lena volvió a dejar el auricular en su sitio. Más tarde, aquel mismo día, Alex hizo que otra persona llamara y, en cuanto Lena se puso al teléfono, le arrebató el auricular y empezó con su discurso:— Quiero esa finca, Lena, estoy dispuesta a..
— Alex, si vuelves a llamarme otra vez aquí, te denunciaré por acoso —Lena hablaba con una voz tranquila pero tan poco natural que una compañera de trabajo que había cerca se detuvo a mirarla— Si tienes algo que decirme, puedes escribirme, hacerme llegar el mensaje mediante tu madre o ponerte en contacto con mi abogado, pero nunca, y quiero decir nunca, me vuelvas a llamar aquí. ¿Está claro?


Colgó de nuevo, con la certeza de que Alex Danvers no volvería a llamarla al trabajo. Lena alejó de su mente aquel sórdido incidente, como si nunca hubiera sucedido. El sábado por la tarde, Lena cerró la puerta del dormitorio y dejó dentro a Cardigan, echando una cabezadita sobre el edredón, a los pies de la cama. Si el gato estaba en otra parte de la casa, Miranda podría quedarse más rato. Lena había invitado a Eliza, Miranda, Lucy y Kara a cenar. Tener invitados y mantenerse ocupada siempre la hacían sentirse mejor. Eliza y Miranda llegaron las primeras, seguidas por Lucy, cuyo coche se había estropeado en la misma calle, a una manzana. Estaba hablando por teléfono, intentando conseguir una grúa.


— ¿Puedo ayudar en algo? —le preguntó Eliza a Lena en la cocina. Cerró los ojos e inspiró profundamente al lado de una cazuela que hervía a fuego lento— Lo de aquí dentro huele divinamente.
— Puedes llevar esto a la salita y ayudar a Miranda y a Lucy, a comérselo —Lena sacó los aperitivos de la nevera mientras sonaba el timbre— Y si puedes ir a abrir te lo agradecería. —Eliza abrió la puerta delantera y le dio un abrazo a Kara.
— Mi hija la doctora. Adelante, pasa. Lena está en la cocina. —Kara saludó con la mano a Miranda, que se encontraba acomodada en un sillón, junto a la chimenea.
— Hola, doctora —la saludó Miranda— ¿Qué tal el negocio de la piel?
— Pasable, aunque a veces resulta espinoso —respondió Kara— ¿Y tú? —Miró con curiosidad a Lucy, que estaba al teléfono dando instrucciones a alguien. — «¿Cuánta gente se supone que va a venir?» –se preguntó.

Kara se había pasado toda la semana esperando la cena, aunque sabía que no iba a estar a solas con Lena, ya que confiaba en poder ocuparse de eso más tarde, cuando todas las demás se hubieran ido. En aquel momento el simple hecho de estar allí ya era todo un logro. En la cocina Kara encontró a Lena removiendo una salsa de queso y ajustando la temperatura de un fogón.


— ¡Ah! —exclamó Lena, con una sonrisa de bienvenida— Estás aquí.


Kara se rio y no la sorprendió en absoluto la agitación que volvió a su estómago. Todas las cosas le sentaban bien a aquella mujer y los colores que Lena solía utilizar siempre eran perfectos: tonos otoñales, naranjas suaves y marrones.

«Se te cae la baba, Danvers. Se te cae la baba». ­—pensó
— ¿Quieres beber algo? —le preguntó Lena— Tu madre me ha dicho que hoy has hecho de voluntaria en la clínica. —Kara estaba encantada de haber sido objeto de una conversación previa. Era evidente que por lo menos había estado en la mente de Lena una vez aquel día.
— Mi madre tuvo la amabilidad de dejarme libres diez minutos para la comida, pero las tres galletas de higo que encontré en un cajón del escritorio a las once y media ya hace horas que se han esfumado. —Lena inclinó la cabeza y repasó a Kara con una mirada lenta e interesada. El pulso de Kara se disparó cuando sus miradas se encontraron.
— ¿Tres galletas de higo? —dijo Lena— Entonces tendré que ver si puedo saciar todo tu apetito.


Esperandote (AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora