CAPÍTULO 4: Emergencia.

170 19 12
                                    

Por más increíble que pareciera, habían pasado dos años desde la mudanza de la familia Shinazugawa, mismos dos años en los que la amistad de Sanemi y Kanae únicamente había mejorado.

        Y ahora —tristemente—, Sanemi era el mayor de seis hermanos. Hermanos que eran producto de los constantes abusos y violaciones que Kyogo cometía contra Shizu. Sin embargo, aunque los niños no habían sido completamente concebidos por amor, la mujer los amaba más que a nada en el mundo.

        —Nemi.

        —¿Mm?

        —¿Quieres ir al parque?

        En ese momento, el nombrado giró su cabeza, y al cerciorarse de que ninguno de sus hermanos se encontraba afuera, asintió a la vez que empezaba a caminar. Su amiga lo siguió feliz, dando saltitos.

        Al llegar al lugar, se decidieron por sentarse en los columpios. Transcurrió más de media hora en silencio, hasta que Kocho inició la conversación.

        —Oye, ¿ya sabes qué será tu nuevo hermanito?

        —Es un niño.

        —¿Por qué no te ves feliz?

        —No puedo sentirme feliz cuando sé que traen una nueva vida a sufrir. Él no va a cambiar nunca, y madre no podrá con todos nosotros sola. Somos seis mocosos, y para colmo viene otro en camino —analizó con seriedad y sin un ápice de alegría.

        —Recuerda que no estás solo; me tienes a mí —la pequeña le dedicó una sonrisa esperando reconfortarlo.

        —Agradezco que quieras apoyarme, pero no hay nada que puedas hacer.

        —Bueno, si te sientes triste o pasa algo en tu casa, sabes que puedes irte conmigo a dormir.

        —¿En serio crees que tus padres no sospechan? —en los dos años y contando que tenía siendo su vecino, más de una vez el chico acudía a verla. A veces para que sanase sus heridas, y de paso se quedaba a dormir por petición de ella, y otras simplemente platicaban durante horas e incluso jugaban.

        —No me han dicho nada, así que creo que no. Si lo supieran, ya habrían hecho algo para que no te viera, como poner candado al balcón o hacerme dormir con ellos en su cuarto.
No me gusta ocultarles cosas, pero si no lo hiciera, ya no nos podríamos ver.

        Sanemi asintió sin saber cómo remediar la amarga realidad, sin embargo dejó el tema de lado para no arruinar más ese momento juntos y miró hacia arriba, dándose cuenta de que dentro de poco iba a anochecer.

        —Deberíamos irnos.

        Kocho hizo caso a la sugerencia y se levantó del columpio, siguiendo a su acompañante hasta que vieron sus casas a escasos metros de ellos.

        —Supongo que aquí nos separamos —giró hacia ella con una pequeña sonrisa.

        —Ujum. Mañana te veo de nuevo.

        —Hasta mañana.

        Se despidieron y escucharon las puertas contrarias cerrándose. Kanae subió rápidamente a su cuarto y tomó un libro de los muchos que había en su estante. Para cuando su hermana menor llegó a la habitación, la encontró leyendo tranquilamente, así que no le dio importancia. Sin embargo, quien sí notó su ausencia fue su padre. Él estaba enterado de que su hija mantenía una amistad con el hijo de los vecinos, pero quería creer y confiar en lo que le decía su pequeña. "Él no es violento", "él no es malo".

        Así que, aunque aquello fuera en contra de las ideas de su esposa, el hombre fingía no saberlo y permitía la relación entre los menores.

        Solo esperaba no estarse equivocando.

━━━━━━ ◦ ❖ ◦ ━━━━━━

        Había llegado la madrugada y por ello todo el mundo disfrutaba de su sueño, hasta que la paz del lugar se vio interrumpida por un grito desgarrador. ¿Qué estaba ocurriendo?

        Dentro de su casa, Kanae fue la primera en despertarse, alarmada puesto que el grito provenía del hogar de Sanemi.

        —¡Mamá, papá! —la menor irrumpió en la habitación con el corazón golpeando como loco contra su pecho y los ojos llenos de lágrimas.
Los adultos al verla no supieron qué hacer.

        —¿Qué pasa? —preguntó su progenitora.

        —¡Sanemi está en peligro! ¡Vamos, tenemos que ayudarlo!

        —Hija mía, lamentablemente no existe nada que podamos hacer —dijo el padre de la niña.

        —Tengo que ir a ayudarlo, no lo dejaré solo.

        Y sin más, corrió escaleras abajo importándole poco que aún vestía con la pijama, y sus padres le siguieron el paso intentando detenerla.

        Al llegar a la sala, la mariposa tomó el teléfono fijo y marcó el número de emergencias. Informando sobre la situación y que necesitaba ayuda ¡ya!

        —Kanae, ¿estás segura de que...?

        —¡Sí! Sé que Sanemi necesita ayuda. Lo siento aquí —se tocó el pecho, específicamente el lugar que ocupaba el corazón.

        Otros gritos tensaron el ambiente, poniendo a Kanae en estado de alerta hasta que escuchó sonar una ambulancia y la sirena de una patrulla de policía.

        Sin que sus padres pudieran evitarlo, la menor corrió hasta la puerta y atravesó la calle, lista para ver cómo los oficiales se llevaban bajo arresto al padre de su amigo y los paramédicos sacaban a la mujer cuyo cuerpo se encontraba repleto de hematomas y rasguños. Con rastros de sangre en su boca, brazos y piernas y en su ropa.

        "¡¿Dónde está Sanemi?!" fue la primera pregunta que formuló en su cabeza. Quiso entrar a buscarlo, cuando un doctor la detuvo antes de pasar la puerta y le pidió que se quedara fuera del perímetro. Ya que una escena como esa no debía presenciarla una niña.

        —¡Por favor, déjeme entrar! ¡Necesito verlo!

        —Lo siento, pero por tu salud mental no puedo permitirlo. Podrían quedarte severos traumas psicológicos si ves lo que hay ahí dentro.

        —¿El niño albino está bien? —usó su última opción y preguntó con la voz temblorosa.

        —En lo que cabe. Pero él junto con el otro pequeño de cabello negro necesitan atención médica urgente. ¿Tú qué eres de ellos?

        —Soy su vecina, y la mejor amiga del niño albino.

        —¿Sabes si tienen otro familiar que pueda hacerse responsable? Su madre está herida de gravedad y el padre irá a prisión.
Necesitan otro adulto que se haga cargo.

        La chica estuvo a punto de decirle que no sabía de ningún otro pariente, cuando sus padres llegaron a la escena y la tomaron de los hombros. Pero todo intento de hacerla entrar en razón y convencerla de ir de vuelta a su casa fueron completamente en vano, ella no estaba dispuesta a regresar.
Y justo cuando su mamá decidió que tomaría una actitud más firme, Kanae vio salir al chico por el que tanto se preocupó y corrió hacia él sin importarle nada.

        —¡Sanemi! —llegó hasta la camilla, quedando horrorizada al ver las heridas que le habían propinado en la cara.

        —Kanae... Los protegí como pude.

        Fue lo último que dijo. La última imagen que sus ojos captaron fue la expresión preocupada de la chica, y las últimas palabras que escuchó antes de quedar inconsciente fueron las de esa misma jovencita, que le prometía en un susurro: "vas a estar bien".

Opuestos. (SaneKana).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora