AQUELLOS FINES DE SEMANA

6 1 0
                                    

Sábados y Domingos.
Unos días que parecen bastante simples, pero que cuando esos dos días de la semana llegaban, eran el momento en el que la euforia y la adrenalina recorría todo mi pequeño cuerpecito. Nada podía alegrarle más a una niña de menos de once años como lo eran los fines de semana.
Despertaba en mi cama, sabiendo que ese día podría verte y una sonrisa se formaba en mi cara, inconcientemente.
Esperar hasta que el sol se pusiera, y fuera reemplazado por la luna para al fin, poder verte e irme a casa con vos.
Ni siquiera llegaban a ser dos días completos, pero eran los mejores que podía tener, porque vos los hacías especiales.
Al finalizar el atardecer, cuando el cielo se teñía de un azul tan oscuro que parecía negro — al menos en aquellos días de invierno que tanto recuerdo—, salía de casa con mi mochila ya preparada, lista para la aventura que me deparara este fin de semana a tu lado.
Te veía ahí, en la puerta, parado fuera y apoyado en tu camioneta roja —con tus típicos jeans y las manos metidas dentro de los bolsillos de estos, alguna remera con esas estampas extrañas que usabas, y tu cabello con poco largo, lleno de rulos. Unos rulos iguales a los míos, que ya no poseo—, la cual ahora puedo ver todos los días.
La cual ahora maneja otra persona que no sos vos. Otra persona que cuando lo adquirieron, juntos, ni siquiera sabía manejar aún.
Te veía ahí parado, a mi espera. Con una mano apretaba concienzudamente la correa de mi mochila, conteniendo toda la felicidad que tenía de poder verte.
Llegaba hasta la puerta y te abrazaba en forma de saludo. Un abrazo tan cálido, que ahora siento frío sin ellos.
Me guíabas hasta el auto, y ambos nos subíamos en él. Vos manejabas y yo era tu copiloto, siempre lista.
Hablabamos y escuchabamos música —canciones que si siempre que las escuche me voy a acordar que fuiste vos el que me las enseñó—, hasta llegar a casa.
Comíamos, nos divertíamos y la pasábamos increíble. Pero lo mejor de las noches era ir a medianoche a esa estación de servicio y me dejaras comprar las golosinas que yo quisiera, era mi parte favorita.
Luego llegaba el domingo en la tarde, casi llegando la noche. La hora de partir.
No era precisamente mi momento favorito, pero eran los últimos momentos que podía tener con vos.
Como extraño esos tiempos, desearía al menos tener cinco minutos más de alguno de ellos. De aquellos fines de semana, los cuales ahora veo tan lejanos. Tan pasajeros. Tanto, que incluso parecen un sueño.

La soledad de mis letras © [TERMINADO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora