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Una voz femenina me habla, pero no puedo distinguir de cuál de estos cuerpos borrosos que me rodean proviene. Decido finalmente hacerme el tonto y mirar fijo a una dirección. 

—No, gracias, estoy bien. ¿Podría traerme la cuenta? – Puedo percibir su risa burlona seguida de un —"estoy aquí" – dice ella tocándome el hombro derecho que es el lado opuesto hacia donde estoy mirando, el calor se extiende por mis orejas y no necesito un espejo para saber que mi cara se ha teñido de un rojo carmesí, un claro indicador de mi vergüenza. 

—Traeré la cuenta para ti – dice la chica que aún no tiene un rostro en mi mente y lo agradezco; me evitaré la humillación de reconocerla en la calle algún día. 

Minutos después siento una mano en mi hombro y aunque me sobresalto, respondo con una calma fingida. - ¿Sí? 

-Su cuenta, ¿desea pagar en efectivo o con tarjeta? 

Estoy a punto de responder cuando me doy cuenta de que no puedo, las palabras se quedan suspendidas en el aire; no tengo ni un peso en efectivo y para ingresar mi contraseña necesito al menos un ojo funcional. 

Mi expresión debió ser un poema, porque ella, con su tono burlesco dice: 

—Puedo ingresar la contraseña por ti si quieres. 

Cualquiera en mi lugar habría dudado, no he visto la cara de la chica, no claramente. 

¿Y si me cobra el café tres veces más caro?, claro que podría, pero en este punto, ya no me importa. 

Salgo del lugar a tientas, tropezando de vez en cuando con los jóvenes efusivos que celebran el viernes festivo. 

Una vez afuera el viento sigue soplando con fuerza helándome los huesos casi al instante, me arrepiento y maldigo mi terquedad al hacer caso omiso a las advertencias de mi mamá cuando salí en la mañana sin un abrigo porque me confíe de los 28 grados de las 11. 

A pesar de ser verano en la húmeda Savaana Daale, el clima puede sorprenderte con estas cosas. En este caso, un pequeño ciclón. 

Me toma unos minutos decidir qué hacer. El frío no ayuda a mi cerebro, no puedo conducir en este estado, no puedo encontrar la parada del autobús porque no tengo idea de dónde estoy y puede sonar exagerado, pero estoy prácticamente ciego. 

Podría intentar llamar a mi madre pero esa no es una opción ahora, porque aparte de que no daría con los números del teclado, prefiero evitar el interrogatorio sobre “¿qué le pasó a tu ojo?, ¿dónde están tus gafas?” hasta que mi temperatura corporal sea la adecuada, necesito que mi cerebro funcione al menos en un 70% y pueda crear una excusa creíble más allá de un choqué con algo. No admitiré frente a mi madre que su hijo de 22 años aún sufre de acoso. 

Camino sin rumbo por el borde de la calle, esperando que mis pies me guíen mágicamente hacia alguna parada de autobús, forzando a mi ojo bueno a enfocar algo, como si eso fuera a suceder, mis 22 años con miopía desaparecerían justo en este momento, qué absurdo. 

Estaba sumido en mi momento de autocompasión hasta que oigo una voz familiar que habla a mi lado. 

-¿Chico? - Es obvio que no es conmigo. 

-¡Chico! – La efusiva voz femenina continúa hablando a mi lado y me toca el hombro. 

Esta vez no oculto el pánico que me produce y trato de alejarme dispuesto a echarme a correr si es necesario. 

-¡Espera! – Habla de nuevo y puedo jurar que he escuchado esa voz antes. - ¡Soy la mesera del café! 

Ah, claro, de allí la recuerdo. A pesar de eso, sigo huyendo, acelerando el paso, tropezando con la gente de vez en cuando. 

Lo inevitable sucede, me estrello contra algo sólido y caigo de bruces al suelo. 

Siento como me agarra del brazo e intento arrastrarme lejos, ¿Estoy causando una escena en medio de la calle? Sí, pero este día no puede ser peor y lo único que me falta es que me secuestren. 

Ella insiste en su agarre reacia a soltarme, con un movimiento rápido pone unas gafas en mis ojos y todo se ilumina. 

Veo caras, luces y edificios con claridad, aún aturdido, observo a la chica frente a mí, no les voy a mentir, su voz suave le hace justicia totalmente a lo que mis ojos ven, parece sacada de algún libro, es simplemente hermosa. —Parece que usamos la misma fórmula, - comenta con naturalidad, como si fuéramos cómplices de un crimen de hace algunos años ya. 

Busco mi voz pero sólo consigo un murmullo tembloroso: —G… gracias, - balbuceo, estuve a punto de gritar por auxilio hace unos segundos y ahora le agradezco por devolverle la vista a este ciego. 

Ella me ayuda a levantarme del suelo mojado donde intenté arrastrarme hace un instante. 

—Ese ojo se ve terrible, en el café no dije nada porque arriesgaría mi trabajo, pero se ve fatal – opina mientras enciende un cigarro. 

Sigue hablando como si nos conociéramos de años, transmitiéndome una calidez que nunca había sentido. 

Hasta este momento no había pensado en mi aspecto, se que lucía horrible y de repente la vergüenza me invade de nuevo como cosa rara, esta es mi peor primera impresión, nunca caeré más bajo. 

—¡Te estás poniendo rojo de nuevo! —dice y suelta una carcajada, como si no fuera suficiente humillación. 

—Gracias por ayudarme – digo tratando de ignorar el temblor de mi mano y la continua voz que grita “das pena” en mi cabeza. 

—No hay problema. ¿Hacia dónde vas? – responde después de darle una larga calada a su cigarrillo, si fuera otra persona ya me habría quejado y alejado, pero aquí estoy, tragándome todo su humo sin protestar. 

—No sé dónde estoy — suelto una risa nerviosa y ella se ríe conmigo, muestra todos sus dientes y de nuevo siento esa calidez en algún lugar de mi estómago. 

—Déjame adivinar, ¿eres de Playa Alta?- resume después de escanearme de pies a cabeza. 

Por alguna razón me avergüenza aceptarlo y lo niego con la cabeza.

-Soy de Savaana Daalé – miento, está a hora y media de mi casa, pero por lo menos conozco la zona. 

—Estás en Amarella Playa Baja. 

Me impresiona, no era consciente de lo lejos que había llegado. 

Con la adrenalina sentí que fueron 15 minutos de distancia. 

—Tranquilo, sé cómo puedes llegar a tu destino,  hay que caminar un poco más, —me indica, y por segunda vez en el día, debo confiar en esta desconocida. 

—¿Por qué corrías? – pregunta ella al borde de un ataque de risa. 

—Bueno, no deberías gritar y perseguir por la calle a alguien a quien apenas conoces. 

—Buen punto… - hace una pausa, y cuando creo que será un silencio incómodo hace otro comentario —Corres terrible. 

Ambos soltamos una carcajada ruidosa.

SAAVANA DAALÉ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora