Capítulo I

121 9 0
                                    

Muchos me lo han dicho, les causa gracia. Quizá el hecho de que el apellido de ella sea Mayo y el mío sea Abril, es una romántica coincidencia. Para mí no tiene mucho que ver, son solo coincidencias. Lo que a mí me interesa va mucho más allá de banalidades como esa.

Aunque sí, lo acepto, es una banalidad decir que quede obnubilado la primera vez que la vi, pero es cierto y creo que la historia merece la pena, o más bien la alegría, de contarse.

Corría el mes de septiembre -y vaya si esta situación de los meses provoca alguna que otra risita nerviosa- cuando mi colegio fue invitado a participar de las olimpiadas juveniles que organizaba el colegio San Manuel de la ciudad de La Cruz. Dentro de nuestra basta provincia, era el evento juvenil más importante, por el que gran parte de las escuelas de la zona intentaban, cada año, hacer merito para participar y no era solo eso. Incluso si una escuela era invitada o ganaba un lugar, el requisito indispensable para que los estudiantes participaran de las citadas pruebas era estar en quinto o sexto año y tener, a demás, un promedio general de notas arriba de 8,75 la primera mitad del año. La competencia se llevaba a cabo en un fin de semana. El sábado se llegaba al lugar y se participaba de distintas actividades y el domingo se competía dividiendo la competencia en dos partes: mayores y menores.

Destacar en algún deporte, ganar o al menos alcanzar un podio en las intercolegiales -lo que podía darte un boleto- y tener un promedio alto, no era tarea fácil para ninguna escuela, o más bien para ningún estudiante. Eran lugares reservados para los mejores.

En el primer año en el que podría haber participado, cuando estaba en quinto, pude sostenerme en unos nada envidiables 8,70 de promedio y aunque soñaba con asistir a la olimpiada y rogué a los profesores por una pequeña ayuda, me fue imposible. Hice todo lo que estaba a mi disposición para llegar, pero quinto año en particular fue un año difícil para mí y no importaban las pocas centésimas. Reglas eran reglas. Me lo perdí.

Tuve que esforzarme y alegremente, cuando pasó mitad de año de mi sexto curso, podía presumir de unos orgullosos 9,15 de promedio general y de destacar en pruebas de atletismo. Mi felicidad era plena. Casi cualquier estudiante de la escuela soñaba con ser parte de la delegación, aunque algunos debían conformarse con ser invitados. En quinto estaba invitado, pero me pase todo ese fin de semana de competencia con 40 grados de fiebre y una gripe que no hubiera permitido llevarme ni si quiera en camilla y con equipo médico. Igualmente no era feliz yendo como invitado y muy dentro de mí, sentí que la gripe había sido mi aliada, porque prefería perderme el evento que tener que ir como un sparring más.

Si bien el hecho de participar de una competencia inter colegial era de por sí todo un estímulo, había otras razones por las que obtener un pasaje al torneo aumentaba el "hype". Todo el mundo se la pasaba hablando siempre de que la delegación de La Cruz -es decir el colegio San Manuel- era la más importante; la más difícil a la hora de hacerle competencia; que tenía los atletas más preparados; que en los cien metros llanos eran imposibles; que de allí habían salido varios atletas profesionales, etc. A nosotros nos preparaban, ya desde primer año, para que llegáramos a esas instancias lo suficientemente listos como para, al menos, hacer una competencia aceptable. En el peor de los casos, eso significaba conseguir un quinto puesto. Siempre lo hacíamos. No destacábamos, pero eso nos permitía -a demás de ganar las intertribus de la cuidad- volver a ser invitados al año siguiente.

Los últimos cinco años habíamos alternado entre el cuarto y sexto puesto. Antes de eso habíamos estado cerca de perder la oportunidad de participar por un noveno puesto -eran diez escuelas- y un cuarto puesto en intertribus. Los últimos dos puestos eran para colegios invitados -que no cumplían con los requisitos indispensables, pero solían dar alguna que otra sorpresa-, por lo que un noveno puesto para nosotros fue una grave y dolorosa derrota. Por suerte nos salvo el prestigio de nuestra historia. Jamás habíamos logrado repetir la más grande de las hazañas del colegio, que había sido alcanzar un segundo puesto en la tabla general del encuentro nacional de escuelas del año 84, pero eso nos permitía el respeto de gran parte de nuestros colegas.

Camila MayoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora