Capítulo VI

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El viaje fue demasiado largo. No recordaba haber tardado tanto la primera vez, pero es cierto que esta vez era distinta. Finalmente nos volveríamos a ver y eso me hacía tener ansiedad y sensaciones encontradas. No era lo mismo conversar por Whatsapp y fantasear sobre nuestra relación que volver a vernos, que estar frente a frente. Era un gran paso y eso me hacia preguntarme muchas cosas. ¿Quién era Camila? ¿Cuánto la conocía? ¿Podía realmente confiar en ella? Estaba enamorado, era cierto, perdidamente, pero había muchos misterios que rodeaban a nuestra relación y no podía pasarlos por alto.

La llegada a San Manuel fue mucho más austera que la competencia de septiembre. Este evento solo era conmemorativo, sin puntajes y de cuatro escuelas, aunque nos serviría de preparación para el encuentro a fin de año. Estábamos entre semana y el colegio funcionaba de manera normal, por lo que no estaban las guirnaldas, ni los papeles picados, ni las pancartas. Los eventos se resumirían a una disertación por la tarde, en la que hablarían Haroldo Conti, Paco Urondo y Margarita Aguirre –que eran estudiantes históricos de San Manuel y participantes del primer encuentro inter zonal-, una cena y al otro día, por la mañana y tarde la competencia.

Me resultó muy simpático al llegar encontrar ese patio tan vacío. Bajar del colectivo y ver la poca afluencia de gente, el poco movimiento, me hizo darme cuenta de que la primera vez no había reparado del todo en el hermoso paisaje que rodeaba la escuela. Quizá el hecho de que hiciera frio –y no calor, como en septiembre- también agregaba un poco más de misticismo y de misterio a ese gran edificio barroco. Rodeado de otros edificios igualmente grandes, dentro estaba el quehacer cotidiano de los estudiantes y docentes, que tan ajenos parecían estar a nuestra llegada. Sin demasiadas loas, el director salió a recibirnos y escoltarnos hasta nuestras habitaciones en la colonia. Ahí le escribí por primera vez a Camila, para avisarle que nuevamente estábamos en el mismo lugar. Ninguno de los dos podía creer todo lo que había pasado en tan poco tiempo. La ansiedad y la expectativa estaban a flor de piel.

Como faltaban unas horas para las seis de la tarde y ya teníamos todo listo, le pedí permiso a mi entrenador para conocer por dentro el colegio. Avisé en recepción y me dejaron dar un paseo. Me daba curiosidad ver en donde estudiaba Camila. Todavía tenía unos cincuenta minutos hasta el próximo recreo, por lo que me puse a caminar por los largos pasillos que separaban las distintas aulas de un lado y los ventanales de vidrios repartidos del otro. Casi todo el colegio tenía amarillejos decorados con una flor de Liz y las ventanas daban a las montañas. Era un espacio excelente para pasar las tardes estudiando -o sin estudiar-, pero no solo los pasillos o los mosaicos me esperaban en ese colosal espacio.

Al recorrer unos metros, me encontré con una escalera a mi izquierda, que daba a un segundo piso, del que bajaban unos graves murmullos. Primero me quede quieto, pensando que solo era el eco de alguna lejana conversación, pero se fue haciendo más intensa. Vi aparecer unos pies, después unos cuerpos y luego las cabezas. Eran estudiantes que, por alguna razón, estaban fuera del aula en ese momento. Pero no fue eso lo que me sorprendió, sino el hecho de que, entre esos cuerpos fornidos y de altura prominente, era imposible que no destacase una persona: Roa. Su rostro, su color de cabello, su físico, era todo inconfundible. "Que increíble coincidencia". –Pensé.

Me hice a un lado, esperando no ser visto por la comitiva, pero estaba claro que estaban fuera del aula en un momento en el que sabían que no había nadie en los pasillos. A demás yo llamaba la atención por no estar vestido como un docente o un estudiante. Suspiré, pensando que pasarían de largo, pero Roa se detuvo, extrañado y giró lentamente su rostro hasta encontrarse conmigo. Se hizo el silencio. Venían dándose puños y hablando de cosas incongruentes y de pronto todo cesó. Lo vi levantar una ceja y decirles a sus amigos que lo esperaran, para después acercarse lentamente a mí.

Camila MayoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora