Capítulo X

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—Sí, obvio que voy a competir. —Le contesté yo.

—No hace falta que lo hagas. —me dijo Camila. —Yo no quiero que vayás.

Roa se mantenía completamente inmutable, mirándome directamente a mí, esperando mi respuesta, como si nada de lo que sucedía alrededor significara algo. Tomé un poco de aire y reflexioné sobre lo que todo aquello podía significar.

—Está bien. Yo quiero ir. —Contesté.

—Entonces te espero afuera. —Me dijo él, con una sonrisa amplia y sus ojos que parecían haber estallado de emoción.

Camila, que estaba al lado mío y Cali, me miraban expectantes. Intentaban darse cuenta de qué había pasado. A las dos se las veía confundidas.

—Gusti. No hace falta que compitas.

—Si hace falta. —Dije yo. —Ha estado todo el día humillando a todo el mundo, a los cuatro colegios y encima a vos. Has estado gran parte del día cabizbaja por su culpa. Alguien tiene que hacer algo, no es justo que se salga con la suya. Le puedo ganar en su propio juego. No me importa que haya ganado todas las disciplinas, en jabalina le puedo ganar yo y sé que eso le va a hervir la sangre. Es lo que necesito para que me respete.

—Es que puede hacer que las cosas empeoren... —Dijo ella, visiblemente derrotada.

—Dejálo Cami. —Agregó Cali, ayudándome sorpresivamente. —Capaz que tenga razón, capaz que es lo que Roa necesita para empezar a respetarlo. Peor que la relación que ya tienen no van a tener. Ese estúpido necesita un golpe de realidad para darse cuenta de las cosas.

—Yo no quiero. Para mí no es necesario. Pero la decisión está en vos y yo te voy a apoyar.

Las miré a ambas y si bien Camila podía tener razón en su pensamiento de que quizá todo iba a ser peor, también sentía la enorme necesidad de demostrar que podía defenderla. Hacer algo parecido a pelear por su honor.

La gente nos había estado mirando todo el día, haciéndonos sentir incómodos; Roa se había comportado como un idiota en toda la competición, humillando incluso a deportistas famosos y el director se había visto obligado a retirarse, dejando aquello como una pelea en tierra de nadie. Si alguien podía si quiera acercarse a darle una lección a Roa sentía que era yo. Cali me apoyaba y eso era muchísimo. Nadie mejor que ella debía conocer lo que Camila sentía y cuáles eran sus miedos, así que finalmente decidí que iba a competir.

—Yo quiero ir, le quiero dar una lección. —Resolví.

Los ojos de Camila, aunque tristes, tuvieron un pequeño fulgor de esperanza, quizá sabiendo que teníamos un cincuenta por ciento de probabilidades de que la jugada saliera bien. Así que asintió con la cabeza, me tomó nuevamente de la mano y me apretó fuerte, para ir caminando hacia afuera conmigo. A nuestro lado, como si fuera nuestro guardaespaldas personal, agregando un importante apoyo moral, estaba Cali.

—Bueno. Si las cosas van a ser así, vamos a ir juntos, por más que las cosas terminen saliendo mal. —Dijo Camila, haciéndome sentir nuevamente un gigante.

Afuera se habían congregado todos los estudiantes, profesores y entrenadores de las cuatro escuelas, como si lo que estuviera por suceder fuera una carnicería. El aire se cortaba con un suspiro y reinaba el silencio completo, solo roto a veces por el murmullo del viento fresco meciendo las copas de los arboles. Estaba claro que los competidores estaban enojados, que todavía flotaba en el aire la reciente pelea entre el director y Roa, pero los fiscalizadores se mantenían tranquilos y con los papeles en las manos.

Ellos tenían que encargarse de que las reglas se cumplieran. Más allá de cualquier arreglo previo las reglas dictaban que ese día cualquiera podía competir. Al llegar a la cancha de jabalina un gran grupo de personas se dieron vuelta y dirigieron sus miradas hacia nosotros, como si estuvieran viendo llegar a algún rey o a un salvador. Eso me puso los pelos de punta y el nerviosismo a flor de piel. Hasta ese momento no me había dado cuenta pero, de fracasar, lo más probable es que pasara a ser uno más del montón, humillado por Roa. Camila pareció notar mis sentimientos.

Camila MayoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora