Capítulo VIII

95 6 0
                                        

Despertar en aquella cama tuvo un sabor distinto. Una tranquilidad y una paz que no sentía desde hacía mucho tiempo. Como una marca indeleble, en mis labios todavía estaba el gusto de los suyos y en mi ropa su perfume. Esta vez no me desperté tarde, ni tuvieron que venir a buscarme, ni aparecía por las ventanas el sonido de algún evento. Era temprano. Había dormido como un ángel y estaba listo para comenzar lo que –yo aun no lo sabía- iba a ser un día plagado de sorpresas y revelaciones. Aquel día marcaría para siempre mi relación con Camila.

Desayunamos tranquilamente y después nos dirigimos al parque. Estaba fresco, pero el sol ya aparecía tímidamente por el horizonte, lo que nos daría una mañana agradable. Los coordinadores tenían todo casi listo. Había algunos puestos con bebidas, los directivos ultimando los detalles y Haroldo, Paco y Margarita parecía que se habían levantado más temprano que todos los demás. Estaban radiantes y era claro que ansiosos por ver a los estudiantes y participar de las competiciones como espectadores de lujo.

Como era una competencia amistosa y conmemorativa, cualquier estudiante podía participar, aunque las miradas más atentas estarían reservadas para los que, ya sabíamos, eran los destacados. Si bien los puntajes obtenidos no servían como suma a la competencia nacional, sí había fiscalizadores oficiales por si se lograba algún record.

Esa mañana no había clases, aunque era una actividad obligatoria para los estudiantes estar presentes en la competencia, sobre todo la delegación oficial. Cuando bajé al salón comedor de San Manuel vi como se llenaba de estudiantes y comenzaban a vitorear y aplaudir a sus competidores. Una vez más, aunque estuviera lleno de personas, entre la multitud pude reconocer nuevamente la espalda, la altura y la simpática sonrisa de Roa. Esta vez, insuflado por la el subidón anímico que me habían dado los besos de Camila, fui yo el que me acerque. Frente a todos, le ofrecí mi mano. Me miró, extrañado primero, como confundido, pero después me saludó, de una manera completamente distinta a la de la tarde del día anterior. No cabía duda de que, ante la multitud, hacía de cuenta que no me conocía, como si fuera solo un fan más. No le di mucha importancia.

Detrás de él asomó, como si se materializara desde la nada misma, otra simpática sonrisa, desbordante de amabilidad. Era Cali, a la que volvía a ver por primera vez desde aquella noche en la cancha de cien metros. Seguía teniendo ese semblante grave y observador, coronada por una mirada repleta de desconfianza. Se acercó a mí y cuando estaba por saludarla me dio un sorpresivo y cálido abrazo.

–Tu amiga ya está por llegar. No sabes cuánto te agradezco por hacerla sentir bien y por ser quien sos con ella. –Me dijo. –Pero te prevengo de que si no la cuidás sos hombre muerto Gusti.

Al principio me asustó. Hasta que volví a ver esa sonrisa simpática, que por un lado me decía que estaba jugando, pero que tenía una cuota de verdad, sin duda.

–Es un gusto verte Cali, y gracias, pero Camila... no es mi amiga. –Le conteste yo.

–Por ahora conviene no hacer mucho ruido. Sobre todo si anda cerca "el pavo". Habría que guardar el escándalo para más adelante.

–¿Sabés si va a tardar mucho? –Le pregunté.

–No. Lo normal. Encima viniste vos, así que más o menos cincuenta minutos arreglándose en el baño, no más de eso.

Lo decía todo de una manera tan jocosa, que me daba gracia. Ambos lanzamos unas risitas cómplices, pero por dentro, muy por dentro, también me generaba cierto rechazo e impotencia su "consejo". Yo no quería tener que estar escondiendo mi amor de nadie. Aunque había que mantener ciertas formas, teniendo en cuenta que estábamos en una institución en horarios de clase. Cali parecía querer decir otra cosa con sus palabra y aunque le dije que sí y reímos, estaba seguro de que no le iba a hacer ningún caso.

Camila MayoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora