Capítulo VI

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No he dormido prácticamente nada. Me pesan los párpados una barbaridad y pese a que me muero de hambre por no haber probado bocado anoche, me quedaría en la cama todo el día. Aunque también es contraproducente por mi parte, ya que de qué iba a servir quedarme en la cama si no iba a parar de darle vueltas o bien el ataque casi contado que tiene a todo el reino en alerta o las imágenes de ese maldito insecto gigante que no paran de rondar por mi cabeza. Sólo espero no encontrármelo hoy, no tengo ganas y ni siquiera me queda todavía muy claro cómo afrontar esta situación tan tonta que tengo con él. Ni siquiera entiendo porque le doy tantas vueltas. Sé que lo lógico y normal sería continuar mi vida como hasta ahora y seguir con el entrenamiento diario, pero ocupa mi mente más de lo que quiero estos días, y debe acabar. Eso es lo que me digo mientras sigo en la cama con la cabeza apoyada en mis brazos mirando el techo de mi habitación sin decir palabra. Este momento de reflexión en el que estoy ahora también me sirve como una técnica para motivarme a levantarme de la cama y despertarme completamente, o al menos eso es lo que intento creer. Sin embargo, me doy el lujo de cerrar los ojos una última vez, evitando que Morfeo me envuelva por completo. Entonces aparecen nuevamente en mi cabeza esos ojos rasgados del color más intenso del oro, entre los mechones oscuros que caen sobre su rostro. Me pone nerviosa que siempre parezca tener esa mirada persistente de tener todo bajo su control por encima de cualquier cosa y pase lo que pase. Otra cosa no, pero confianza en sí mismo le sobra por todos los poros, y lo sabe. Es como si tuviese un modo de juego seguro siempre activado a su total libertad y con la total certeza de que nadie va a desactivarlo. Juego en el que él mismo es rey y señor absoluto y en el que, aunque no deba y si dijese lo contrario me mentiría a mí misma, hay algo dentro de mí que ansía empezar la partida. Y soy consciente, cada vez más, de que en el fondo de todo entiendo el por qué se me acelera el pulso cada vez que lo tengo frente a mí y el por qué aparece siempre ese nudo en la garganta que me dificulta respirar con normalidad, y no tiene que ver con sus afiladas hojas que parecen tener afinidad por mi piel ni por su rol de Capitán de Orden, aunque esto último no lo descarto del todo. Y que sea tan puñeteramente alto y tenga esa expresión retorcida y segura sólo hace que la situación se agrave más todavía para mí porque sí, aunque no quiera admitirlo en voz alta, no sé si por mi propio bien o qué, ese lunático gigante me parece jodida, inquietante y perturbadoramente atractivo. Y es tontería que me diga lo contrario o intente negarlo después de saber lo que pasó anoche entre mis sábanas que me hacen confirmarlo de manera irrefutable.

Pero no, que ni se te pase por la cabeza porque esto está mal, muy mal. De todos los personajes del género masculino que conoces, ese en concreto no te puede atraer de ninguna de las maneras. Y eso me hace pensar que será mejor evitarlo todo lo que pueda, aunque va a estar difícil el asunto, partiendo del punto de que va a estar rondando una temporada junto con su gremio por la base al igual que Yami y los Toros Negros. Yami. Oh, dios, Charlotte, lo había olvidado completamente. Tengo que ir a buscarla y sonsacarle si ayer después de todo pasó algo. Más en bandeja no se lo pude haber dejado. Porque claro, si no me toca nuevamente separar al Mantis del Toro para que esto funcione por fin y, si tengo que hacer eso, ya me estoy contradiciendo otra vez con la idea de evitarle todo lo posible.

Bien, esto va a ser complicado. Levanta ya.

Abro los ojos y me obligo a mí misma a salir por mi propio pie porque nadie va a venir a traerme el desayuno y me lo va a servir en la cama, aunque estaría bastante bien. Voy directa a la ducha para desperezarme del todo y limpiarme de pensamientos turbios a primera hora de la mañana.

Me quedo prácticamente embobada bajo el agua caliente y me obligo otra vez a terminar de ducharme ya que con el calorcito y lo temprano que es me está volviendo a entrar el sueño y así no avanzo. Minutos después, vuelvo a estar en la habitación buscando mi ropa pero esta vez sin la armadura ni la capa, primero desayunar y luego ya trabajar. Me visto con un pantalón corto azul marino a juego con una camiseta básica del mismo color y me pongo mis zapatillas blancas favoritas que utilizo siempre que salgo a correr por el exterior de la base. Me da muchísima pereza secarme el pelo con el secador así que decido dejarlo al aire puesto que ya no está haciendo frío estos días. Me miro una última vez al espejo para ver si mi cara está lo suficientemente aceptable para exponerme ya, asiento y salgo por la puerta. Por los pasillos ya hay compañeras mías y cuando me ven me saludan con más energía de la que tengo yo ahora mismo y les devuelvo el saludo con una sonrisa. Aquí ya nos conocemos todas y saben de sobra que, en primer lugar, pese a que madrugue siempre, no soy una persona mañanera y, como consecuencia, todavía no tengo la vitalidad y energía suficiente como para interactuar mucho más. Voy directamente hacia la cocina a servirme un poco de café y unas tortitas con miel, sólo con pensarlo se me hace la boca agua. Me tranquiliza ver que todavía no he visto ningún manto negro o verde por el camino, por un momento pensé que cuando Charlotte dijo que venían a entrenar con nosotras también se quedarían hospedados aquí para no tener que ir yendo y viniendo. Y menos mal. Según entro a la cocina veo una melena rubia que conozco muy bien sirviéndose un café.

Desquicio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora