Prólogo

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El sol resplandecía en lo alto del firmamento aunque ya se podía distinguir la luna llena acechando en las sombras, recordando a los ciudadanos que la luz era efímera. La calle principal de mi pueblo, situada en la costa norte de la nación Sakurtza, estaba repleta de puestos ambulantes pertenecientes a los campesinos que ofrecían sus productos. Era hora punta y todo el pueblo estaba en la travesía, disfrutando del calor. Escuchaba risas, voces, cantos e, incluso, había un grupo de actores entreteniendo a los más pequeños con una representación de las leyendas más populares. La vida había vuelto a las calles, después de años de sequía.

Para entonces tenía siete años y acababa de salir de la escuela. En aquel entonces mis padres eran profesores y ayudaban a otros con sus habilidades. Los habitantes de Sakurtza nacíamos con el don de poder controlar los cuatro elementos: agua, tierra, fuego y aire. Nadie había logrado dominar los 4 a la vez, pero mi madre era maestra en tres de ellos y mi padre en dos. No como yo, que casi no había podido unificarme con el aire y eso que era el más fácil. No obstante, cuando Hyllenim nos declaró la guerra, la corona los reclutó para asesinar al Rey enemigo.

Hacía seis meses que habían completado la misión, seis meses en los que no habíamos vuelto a saber nada de los hyllenios, seis meses de paz en los que volví a ver a mis padres a diario.

El conflicto había comenzado tres años atrás, cuando el monarca de Hyllenim se proclamó "único Rey" y quiso gobernar los cinco reinos. Hasta entonces los territorios casi no interactuaban, más que para intercambiar productos, por lo que no sabíamos prácticamente nada de los habitantes de otras naciones. A raíz de la guerra se descubrió que los hyllenios eran mitad dragón y que los mtelier tenían cuerpos más fuertes y resistentes que los nuestros. Pero yo nunca los había visto en persona, no podía probarlo. Mis padres en cambio, habían pasado los dos últimos años infiltrados en la capital de Hyllenim con el objetivo de parar la guerra. Me habían prometido que me contarían cada detalle cuando fuera mayor y no podía desear más conocer cómo eran nuestros vecinos. Mi sueño era viajar por los cinco reinos y conocer sus costumbres y características.

-Danhya, cariño, no te separes de nosotros pidió mi madre, Mohann, señalando un puesto de frutas y verduras que había al final de la calle. Vamos a comprar.

Asentí. Me habían regalado un globo rojo por el camino e iba entretenida, saltando de un lado a otro, inmersa en mi felicidad.

¿Cuántas dubras son? preguntó mi padre Juxter al campesino.

Oh, no, no negó el hombre que le duplicaba la edad. A los Bardella no les puedo cobrar. ¡Nos habéis salvado!

Solo hemos hecho nuestro trabajo, tal como está haciendo usted respondió Mohann colocando su mano en el hombro del campesino. Por favor, queremos ayudar.

Mis padres eran queridos en todo el territorio Sakurtza por haber luchado y asesinado al Rey enemigo. En estos seis meses había descubierto que ellos no estaban tan orgullosos de lo que habían hecho. Mi madre se despertaba casi todas las noches con ataques de pánico y mi padre aprovechaba cuando estaba en la ducha para llorar.

Oye, pequeña llamó una mujer que vestía una capucha negra. Casi no podía ver su cara, pero sí podía distinguir los mechones de su cabello gris descendiendo por su cuello. Me ha sobrado esta manzana asada, ¿la quieres?

Tenía muy buena pinta, un rojo perfecto cubierto por caramelo y de la que aún salía humo. Por supuesto que la quería.

No tengo dinero advertí.

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